Había una vez una niña, en Medellín, a la que su mamá le puso a escoger los colores para pintar su habitación. Era pensar en los tonos y decidir, entre ambas, cuál iría en cada rincón. Terminó durmiendo en un cuarto con las paredes moradas, las vigas anaranjadas, las puertas amarillas y el techo azul clarito. Era el hogar de la ilustradora Catalina Estrada y la bautizó como la casa de mil colores.
“Cada habitación era diferente y sigue así, mi mamá es una genia del color”, cuenta en conversación con EL COLOMBIANO y añade que quizás por ello, todos sus diseños son muy coloridos, “en medio de esos colores me eduqué y crecí”.
Ella, que ha diseñado para grandes marcas como Coca-Cola, Microsoft, Nike o Mercedes Benz, tiene pocos productos propios, “todas las cosas que salen son de clientes míos”. Pero hay uno solo, cuadrado, que mide 70 x 70 centímetros y que se ha convertido en un sello de apoyo y una manera de poner su grano de arena, sumarse a causas sociales y “devolver un poquito todo lo que he recibido en la vida”: los pañuelos solidarios.
Ese cuadrado de seda
La primera historia de esta prenda llegó hace 10 años con el Laboratorio del Espíritu, “una biblioteca rural en el municipio de El Retiro que ayuda a los niños a que tengan la oportunidad de seguir formándose en arte, educación y cultura”. Las pañoletas se venden para recoger fondos.
“Cómo yo ya tenía experiencia con este producto porque lo puede comprar un hombre, una mujer, sirve de regalo, no necesitas tallas y hasta lo puedes poner como un cuadro, inmediatamente pensé en ello para la labor de Carolina Villegas”, detalla.
Por las indígenas
Catalina Estrada estudió Diseño Gráfico en la UPB. Allí conoció a Carolina Villegas, su profesora de Fotografía y quien desde 2012 recoge fondos para ayudar a los niños de las comunidades indígenas del Amazonas con kit escolares, “todo el que esté trabajando por la educación de los niños merece todo el respeto y el apoyo de la sociedad”, detalla Estrada quien supo del nuevo proyecto de Villegas, y la contactó para unirse a este con los pañuelos solidarios.
“Cuando volví a hablar con Carolina empezó la idea de aportar para que su proyecto tuviera la importancia visual que merecía, primero le hice un logo y luego se me ocurrió la idea del pañuelo”, cuenta.
Para empezar se proyectó el plan de hacer 100 pañuelos con uno de sus diseños y “la empresa Estampamos, que siempre me alcahuetea me dijo que sí”. Con el 100 % de las ventas de estos pañuelos se compraría un kit especial: herramientas y semillas para que las mujeres del Amazonas puedan sembrar su propio alimento, tan disminuido por esta pandemia.
Catalina puso una muestra del pañuelo en su cuenta de Instagram y “empezó a sumarse gente maravillosa como Lina Sánchez que tiene una tienda online que se llama @decorazonacorazonregalos y se ofreció a ayudarnos con los envíos a todo el país, es como nuestra jefe de ventas”.
A la fecha ya han vendido 316 y han sorteado todo tipo de dificultades, “en medio de la pandemia se acabó la seda, logramos hacerlos también en un tejido antifluido muy resistente que se ha usado para hacer furoshiki, que es esta técnica japonesa de envolver y ahora tenemos los pañuelos en ambas presentaciones”.
Una poesía por ellas
El diseño tiene flores y follaje de muchos colores, la imagen de una indígena con su tocado de plumas Tikuna y un poema que lo rodea, “queremos que las mujeres del Amazonas puedan seguir sembrando semillas que broten y crezcan llenas de vida, que alimenten a sus hijos con la fuerza del sol, la lluvia, el viento y la tierra”, para Catalina es la poesía que hay detrás del proyecto, “es en lo que una pañoleta se transforma, en la posibilidad de que una mujer pueda tener sus botas, sus materiales, sus semillas y su alimento”.
La ilustradora lleva ocho meses en Colombia, unas vacaciones la trajeron de vuelta en diciembre y el coronavirus no la dejó regresar a Barcelona donde vivía hace 20 años, “tenía hambre de Colombia, estar aquí me ha sanado mucho, estar en la tierra, cerquita de mi mamá y poder ver a mis hijos crecer en la montaña”.
Esa habitación colorida en la que Catalina Estrada creció no tiene verde, su tono favorito, el que nunca le falta en sus ilustraciones tan reconocidas en el mundo. Es el verde de su tierra, el que rodea esa casa de mil colores y ese que hoy la acompaña en un año particular, que la ha ayudado a sanar tras momentos difíciles y a aportar su grano de arena por los demás .