En el barrio de Alcides Vides no hay alcantarillado. Las calles están sin pavimentar, el servicio de salud es ocasional, sus 3.000 habitantes tienen cinco pequeñas tiendas para mercar. Hay agua, pero no es potable. Siempre suenan vallenatos a todo volumen. La energía no falta. Cerca de 300 casas están pintadas con murales alusivos a los animales de la región: patos rosados, garzas morenas, hicoteas, micos, sábalos. Alcides vive en El Cedro, un corregimiento a 30 minutos de Ayapel, Córdoba, en donde la comunidad, cada año participa de la cosecha de mango, subsiste de la pesca y de la minería ilegal.
Sin embargo, hace ocho años apareció la palma de seje y, literalmente, les cambió la vida a 80 personas que hasta entonces se dedicaban al rebusque. En ese grupo estaba Alcides, quien convirtió el patio de su casa en una choza en la que, en las temporadas altas, llegan hasta 12 de sus vecinos artesanos para apoyarlo con los pedidos. El trabajo consiste en transformar la palma en artesanías. De sus manos salen bandejas, canastos, lámparas, cajones.
Explica que el proceso es sostenible con el ambiente, ya que “lo que utilizamos es la flor, la cual es de un racimo que puede tener 80 centímetros de largo. Lo que se hace es cortar solo la flor y no la palma”.
Pasar de la mina a las artesanías no fue fácil. Su historia, como la palma, se teje desde la risa frenética, la carcajada sonora, hasta la lágrima que enmudece la palabra que no llega para describir. Hoy tiene una casa de cemento, siete camas, cocina, wifi, tanque con agua y empleados, quienes por esta época están dedicados a terminar de echarle cemento al patio que hace las veces de taller.
“Antes de empezar con la palma, yo trabajaba en caños pescando, aguantaba necesidades. La palma llega a mi casa porque un día cualquiera Corpoayapel –corporación que trabaja en la región desde hace 16 años- me mostró los diseños de las artesanías y nos planteó que podíamos vivir de eso”, cuenta Alcides sentado en una butaca del patio de su casa, y afirma que en su momento no creyó en la oferta, es más, se volaba de las clases para las minas a rebuscarse el diario de sus seis hijos: Sol Beatriz, Miguel Alcides, José Andrés, Luis Ángel, Laydy y Jazmín.
“Iba a que me enseñaran y a veces peleaba con las profesoras porque me tenía que ir para las minas a rebuscarme un poquito de dinero para darles qué comer a mis hijos, entonces me quedaba dos días en la mina y otros tres en clase. Por esos días, no tenía ni comida ni ropa. Solo un pantalón. Yo le llamaba a ese pantalón el ‘pon pon’ porque me bañaba y me lo volvía a poner”, relata mientras se ríe de su propia tragedia. Su esposa, Adriana, quien lo escucha en silencio, también se ríe.
Entonces retoma el relato: “Mis días como minero fueron muy duros porque me tocaba madrugar a la una de la mañana para rebuscarme la plata, iba para la mina en bicicleta, eso era muy peligroso. Tenía que estar siempre pendiente del barranco. En esas jornadas me podía ganar 50.000 pesos, eso me alcanzaba para que mis hijos comieran”.
Fue a mediados de 2014 cuando la palma le ganó el pulso a la mina. En ese año, Alcides y su esposa Adriana participaron en la primera feria de artesanos en Medellín. “Ahí comenzamos a vender. Mi primer pedido fue justamente con un señor de Antioquia quien compró 20 millones de pesos, eso fue una alegría inmensa porque repartimos el trabajo entre todos los artesanos. Fue la primera venta que hice y la primera vez que contraté, por ejemplo, a la gente que corta la palma. Desde ahí empezamos a crecer y entonces, comencé a comprar ropa”.
-¿Alcides, cambiaría la palma de seje por la mina? “No, la palma de seje es una mina más importante que el oro. Me ha dado mi nueva casa... nosotros dormíamos en el suelo, en cartones, no teníamos camas, es más, a veces nos mojábamos. Ahora estoy contento, mis hijos tienen un techo. Ya no pasamos hambre”.
Mirando al futuro, Alcides es claro y pide lo justo: “Quiero sacar mis hijos adelante. Quiero verlos bien preparados, que dependan de ellos mismos, de su trabajo. Que estudien. De mi empresa espero que siga creciendo para darle bastante trabajo a la gente que está necesitada”. Y para El Cedro, su terruño, quisiera que las calles estuvieran pavimentadas y que tenga alcantarillado.
