El latido constante del corazón le recuerda al cuerpo que tiene ritmo: para caminar, para cantar, para bailar; como explica el bailarín urabeño Blais Restrepo, uno que se conecta naturalmente a otros sonidos.
“A esos los llamó ritmos externos. El aire, el agua que corre, el movimiento de los árboles. Para mí, ellos producen armonías que permiten que la música exista”.
El resultado de esa conexión varía según el territorio y su contexto, su historia y las costumbres de sus habitantes. Por eso, los movimientos corporales siguen el compás de las canciones de diferentes formas.
En algunas regiones son pausados pero contundentes; en otras es clave que los pies se muevan rápido y en otras, las expresiones faciales y la agilidad con las manos se llevan todos los aplausos.
Sin embargo, hay un elemento que la mayoría tienen en común y es la intención de entregar un mensaje. Afirma Blais que, en Colombia, por ejemplo, “muchas danzas son conversaciones entre dos personas. Ya sea para cortejar, convencer o agradecer”.
La danza también es un medio de aprendizaje. Cuando manos, cintura y pies se mueven guiados por un compás “aprendes del origen de esos sonidos y por qué es necesario bailarlos así”, añade Blais.
La bailarina María Cristina Bedoya, como Blais, ha incursionado en varios géneros del mundo, entre ellos, el ballet. Y es esa curiosidad la que le permite tomar pasos de aquí y allá para aplicarlos a su técnica personal.
“Es muy valioso que un profesional se enfoque en un solo ritmo, pero yo prefiero abrir el espectro. Aprender de todo un poco y aceptar los retos”, dice.
Para conocer cómo late el corazón de los cuatro extremos geográficos de Colombia, Blais y Cristina aceptaron la invitación para emprender un periplo con cuatro estaciones y sus respectivos ritmos.
Calypso en el mar del Norte
Es el sello africano sobre las danzas caribeñas. Las parejas lo bailan de forma independiente y es la única danza de la zona que admite los movimientos de cadera.
“Casi todo en la vida te lleva a bailar, que uno pueda hacerlo con o sin música significa que el cuerpo está vivo, es como estar en un estado de placer constante”, dice Blais, quien lleva casi 20 años bailando profesionalmente.
Añade que esa sensación de plenitud y felicidad es muy fácil de expresar a través del calypso: “uno lo escucha y el cuerpo se va moviendo solo”.
Joropo para invocar la lluvia en el Oriente
Cuando la sequía ataca al llano, las familias organizan un joropo para alumbrar a un santo y pedirle que envíe la lluvia nuevamente. Vecinos y trabajadores se unen para comer, beber y bailar.
“Ya habíamos hecho juntos una coreografía de joropo, y no precisamente en los llanos”, recuerda Cristina. “La hicimos en Turquía, en una gira de presentaciones en la que tuvimos la oportunidad de participar con una compañía de baile llamada Colombia All Stars. Nunca lo habíamos hecho y fue muy gratificante representar este género con nuestros compañeros fuera del país”, complementa.
La diversidad del carimbó en el Sur
La samba y las marchas de Brasil, los valses criollos de Perú y el porro y los bambucos colombianos se han mezclado en el trapecio amazónico para darle vida a distintos géneros, entre ellos el carimbó y el porrosamba.
“En Turquía aprendimos a bailar el carimbó. Estuvimos seis meses y fueron días de muchos aprendizajes. Cada danza tiene sus características, por eso, sumergirse en estas melodías es como viajar para instalarse en las regiones a las que pertenecen. Después de recorridos así, uno se da cuenta que la riqueza cultural de nuestro país es inmensa”.
Currulao en la selva del Occidente
Aquí el hombre corteja a la mujer. Ella, inicialmente, no le presta atención. Sin embargo, mientras suena la marimba de chonta va cediendo ante sus insinuaciones.
Él responde moviendo los pies con fuerza y en ese punto se unen otras parejas. “Bailamos para contar historias, para darle alegría a las personas. Es lindo cuando se acercan y nos dan tanto amor. Eso nos llena de poder para iniciar con una nueva canción ”, cuenta Cristina.