Como si se tratara fielmente del viejo tango que inmortalizó Carlos Gardel (Volver) y que habla de que la vida es un soplo... “Que veinte años no es nada”, María Isabel Urrutia parece estar viviendo aquel momento que protagonizó cuando le entregó a Colombia la primera medalla de oro olímpica “con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez”.
Hoy, la vallecaucana de 55 años de edad festeja ese hecho echando a rodar la película que interpretó el 20 de septiembre de 2000 en Sídney cuando subió a lo más alto del podio del torneo de pesas de la división de 75 kilogramos, dejando atrás 68 años de luchas desde cuando el país abrió su incursión olímpica.
EL COLOMBIANO y ella rememoran esa gesta.
¿Ese momento sigue vivo en su memoria y corazón?
“Claro que sí, son cosas que no se pueden olvidar de la noche a la mañana porque son únicas y por eso lo llevo con un cariño especial, porque fue el momento más hermoso de mi vida deportiva”.
¿Lo sigue celebrando como el premio a un esfuerzo de muchísimos años?
“Con alegría y siendo consciente de que la vida estaba premiando el deber cumplido, los esfuerzos, los sacrificios”.
Y más aún en ese torneo, al que usted llegaba cargando el peso sicológico de una delicada lesión de rodilla que apareció un año antes de la participación...
“Todas las cosas se unieron, desde la lesión hasta una extenuante concentración de nueve meses, de muchos ayunos y entrenamientos durísimos. Todo debía tener un premio”.
Pasaron 20 años y mucha gente a lo mejor ha olvidado o muchos jóvenes ni conocen la historia de ese primer oro de Colombia en Olímpicos, bueno recordar que usted debió bajar de peso para lograr esa medalla...
“Sí, yo era levantadora de la división +75 kilogramos y por estrategia para pelear la posibilidad de una medalla debí pasar a los 75, es decir que ese era el límite que tenía que dar en la báscula para poder competir con alguna opción. Así se hizo y pudimos cumplir con lo planeado con mi entrenador, Gantcho Karoushkov”.
Pero no fue solo bajar cinco kilos, porque usted pesaba mucho más que eso...
“La división de +75 kg te da la posibilidad de competir con un peso mayor, sin límite. Yo tenía 110 kilos y me tocó bajar a los 75, una exageración, pero se hizo el esfuerzo y, al final, lo logramos”.
Más de 30 kilos fue algo descabellado...
“Le apuntamos a una medalla y pese a lo duro que fue lo hicimos con responsabilidad y mucha disciplina en especial en los últimos nueve meses. Fue una preparación ardua y llena de complicaciones a más de las secuelas que traía por la cirugía de rodilla. Gracias a Dios se dieron las cosas”.
La gente puede preguntarse ¿cómo lo hizo?
“Con juicio, entrenando duro, haciendo lo que mi entrenador decía. Fueron jornadas extensas en gimnasio, montando bicicleta, cambiando de hábitos alimenticios y entrenando fuerte”.
Cuidando la boca...
“Noooo, cerrando la boca, porque de lo contrario no se hubiera podido. Esos últimos meses fueron terribles”.
¿Y ese estrés se trasladó al momento de la prueba?
“Ya cuando se está a minutos de la competencia pues los deportistas tenemos la conciencia tranquila porque cumplimos con esa labor previa, así que lo asumí tranquila, igual eso me lo dio el amplio recorrido que tenía en mundiales y otros campeonatos. A lo largo de mi carrera me caractericé por ser una deportista tranquila, siempre fui muy segura de lo que estaba haciendo y, por fortuna, nunca me daba miedo afrontar estos retos importantes. Es más, me gustaba hacerlo porque ello me permitía progresar”.
Lo insólito es que usted que no era una deportista natural de esa división fue la competidora de menor peso corporal (73.28 kilos), casi que se puede decir que se exprimió...
“Bueno sí y justamente eso me permitió tener otra ventaja sobre las demás porque, por reglamento, siempre me tocó ser la última en subir a la tarima y al hacer cada ejercicio sabiendo qué peso subieron y cómo podríamos superarlo. El resto era poder alzarlo”.
¿Cómo recuerda el desarrollo de su participación?
“En el arranque, que no era mi fuerte, tenía que hacer un esfuerzo de más pues mi especialidad siemprer fue el envión. Sin embargo, me fue tan bien que gané el arranque pese a que fallé el segundo movimiento. Estaba muy concentrada en que ese día no se repetía y debía estar muy tranquila y hacer buenas alzadas. Y vea como es la vida, tuve más dificultades en el envión, pero finalmente pudimos celebrar”.
Fue una lucha muy cerrada y tensionante a la hora de la definición del oro porque las tres quedaron con igual resultado (245 kilos)...
“En cada salida de las tres que peleábamos por el oro, se cambiaba la ganadora. Fue una prueba muy reñida, estresante y vistosa para los aficionados”.
¿Le parece increíble?
“Pues sí, porque llegar con esos problemas de peso, rebajar tanto y estar muy por debajo del límite de la división fue mi gran triunfo, es el gran valor de esta medalla. No todos los días se da eso. Sin embargo, como señala el dicho al que le van a dar le guardan”.
¿Meses antes de Olímpicos y con todo ese antecedente, realmente usted pensaba que podía ser oro?
“No, para nada. Sabía, por las marcas que tenía, que podía estar peleando el tercer lugar, porque incluso ese era mi ranquin mundial en la división”.
¿Recuerda las sensaciones al saberse campeona y luego al subir al podio a la ceremonia de premiación?
“Solo recuerdo que me dio mucha alegría y que recordaba que era el premio al esfuerzo, al sacrificio y al deber cumplido”.
¿Tomó ese logro como una revancha ante la incredulidad de la dirigencia?
“No, desquite no, simplemente lo tomamos como una demostración de que cuando se quiere se puede y que cuando hay preparación y amor por lo que uno quiere los resultados se dan. No me interesaba pensar en revancha. Esta se dio mucho antes y de ahí nacieron los incentivos por las actuaciones destacadas de los deportistas porque hice una apuesta con el Comité Olímpico Colombiano y la gané y era de pagarnos 50 mil dólares si se ganaba oro, US$25 mil plata y US$3 mil bronce”.
Abrió dos puertas: una, la del oro en Olímpicos para el país y, para las mujeres...
“Me siento orgullosa de haberlo hecho y que sea un ejemplo para todas las generaciones que llegaron; hoy tenemos muchas más medallas y también ganadas por mujeres, eso me reconforta, me satisface”.
¿Cómo y dónde conserva esa presea, la desempolva de vez en cuando?
“Nada, la tengo bien guardadita en mi casa en Cali y no tengo que hacerlo porque hace rato vivo en Bogotá”.
Si le tocase tasar su precio, ¿en cuánto lo haría?
“Noooo, no tiene precio. No lo haría por nada pues es un recuerdo de lo más valioso que he podido tener en mi vida”.
Y si se la pidieran para un museo del deporte nacional o mundial, ¿la donaría?
“Claro que sí, donaría una réplica, solo una réplica, con gusto (risas)”.