Por JOHAN ALEXIS GARCÍA BLANDÓN
El lunes 17 de julio de este año, a eso de las 5:00 de la tarde, Israel Ugsha tomó un bolso con pocas pertenencias: tres jeans, un par de camisetas, tres bóxers, unas botas pantaneras y uno que otro alimento no perecedero para sobrellevar un viaje del cual no sabía si saldría con vida.
Antes de partir de Las Carolinas, barrio ubicado al frente del estadio Monumental de Maturín, en Venezuela, su hija Ianna Jackeline, de tres años de edad, le regaló un muñeco de Mickey Mouse, un objeto que se convertiría en el amuleto de una semana de odisea que apenas comenzaba.
Ugsha, desde niño, siempre quiso ser futbolista profesional. A los 13 años, por invitación de un amigo, fue a entrenar a un club de formación llamado Mincas. El técnico que lo recibió quedó a gusto con su desempeño y lo invitó para que hiciera parte del equipo.
Dos temporadas después pasó a formar parte de la cantera de Monagas, elenco más popular de esa ciudad. Luego tuvo un corto periplo por Monumentales, hasta llegar en 2016 al Deportivo Falcón, club en el que hizo su debut profesional en primera división de la liga venezolana.
Después de un torneo destacado buscó nuevos aires en una liga de más exigencia y encontró la oportunidad en el Deportivo Cuenca, de Ecuador, club en el que se reunió con compatriotas y amigos como Jacobo Kouffaty y el extécnico de Millonarios, Richard Páez.
Sus comienzos allí fueron destacados, pero todo cambió un tiempo después de que relevaran al entrenador.
Los brotes de indisciplina también hicieron que fuera relegado del plantel. “Vivía en una casa con tres compañeros de equipo (Jhon Espinoza, Carlos Caicedo y Renny Sinisterra). Ese ambiente allí me creó problemas con mi familia y en mi carrera porque siempre que era sábado los muchachos hacían el bochinche (fiesta). Eso llegaba a oído de los profes y se fueron dañando las relaciones”.
También buscó sobresalir ante un llamado de Universidad Católica de Ecuador, pero no colmó las expectativas del estratega antioqueño Santiago “Sachi” Escobar.
Sin minutos y con ganas de sentirse importante jugó en Deportivo Cotopaxi, de la segunda división ecuatoriana, y tras una irregular campaña retornó a Venezuela para integrar la plantilla del Solmona FC, elenco de tercera división cuyo dueño es su excompañero Kouffaty. Su carrera se estaba yendo a pique mientras que la crisis política y económica del país se agudizaba.
“Allí me debían tres meses de sueldo, buscaba un club en el que tuviera unas condiciones estables, pero todos les debían plata a los futbolistas de la plantilla; la situación era muy difícil”.
Con una esposa y una hija de brazos que dependían de Israel, la situación se volvió angustiante. Intentó trabajar de Uber en un carro que consiguió cuando militaba en Ecuador, pero el dinero no alcanzaba para cubrir las necesidades básicas de su casa.
Con la nevera vacía y la incertidumbre de poder mantener su hogar no vio más remedio que abandonar sus sueños para cumplir en un futuro los de su pequeña Ianna Julieta. Después de meditarlo con amigos y familiares decidió vender sus pertenencias para emprender el “sueño americano” cruzando el Tapón del Darién y llegar a Orlando, EE. UU. lugar en donde vive su suegra Johanna.
La odisea en la selva
El 20 de julio, después de casi tres días de recorrido en bus, llegó al campamento de Acandí, Chocó, zona previa antes de adentrarse a las más de 575.000 hectáreas de una de las selvas más temidas del mundo. Para ingresar a esta inhóspita región tuvo que pagar una suma de 150 dólares a grupos al margen de la ley, una triste realidad que enfrentan muchos migrantes en su búsqueda de una vida mejor.
La selva del Darién no dio tregua. Ríos caudalosos, lodazales intransitables y largos días sin comida hicieron de esta travesía una prueba extrema de resistencia física y mental. A pesar de la fatiga y el desánimo, Israel encontró su motivación en el deseo de proporcionar un futuro mejor a su familia, que se había quedado en Venezuela. “Cada vez que me sentía sin alientos pensaba en brindarles un mejor futuro a ellas”, relata.
Pasó de driblar rivales a eludir las difíciles condiciones climáticas, y a la espesa vegetación por la cual se topó durante cuatro días.
A Acandí entró un jueves en la tarde, allí se encontró a cientos de personas que, como él, buscaban llegar a suelo norteamericano. Cubanos, ecuatorianos, haitianos y cientos de personas circulan por esta jungla. Algunos con menores en hombros, otros con equipaje. Todos en fila india, como si fuera una tribu o reclutados por un grupo al margen de la ley, seguían al guía que los orientaba tras pagar la suma de dinero al inicio del trayecto.
“El clima era inclemente, sofocante y no paraba de llover. Había que transitar por unos lodazales muy peligrosos, hay quienes se caían y no podían continuar el trayecto”, cuenta Israel, que siempre llevaba en su mano derecha el muñeco de Mickey Mouse que le obsequió su pequeña hija.
Al segundo día de camino ya el cansancio hacía mella, las trochas se hacían cada vez más exigentes, las rutas más temibles. En una de esas quiso esquivar un barranco, pero casi no vive para contarlo.
“En el afán de esquivar un lugar complicado intenté atravesar un río, junto a otro venezolano. La corriente me cogió ventaja y me estaba ahogando, lo que me salvó fue una colchoneta que me permitió flotar y buscar una orilla”. Por poco se encuentra con la muerte, suerte que acompaña a decenas de migrantes en este trayecto día a día.
Hambre y angustia
El Tapón del Darién es un lugar donde las historias de desesperación se entrelazan con el entorno implacable de la selva. Israel relata momentos angustiosos, como cuando se encontró con personas que, al igual que él, sufrían de hambre y agotamiento extremo.
La visión de cuerpos sin vida en los ríos y los olores de la putrefacción en las montañas son recordatorios brutales de los peligros de este viaje.
“Hubo un momento en el recorrido en el que me crucé con una persona que no podía avanzar porque tenía mucha hambre y había agotado su alimento. Me sentí un poco angustiado porque yo también venía maluco, era el último día. No pude hacer nada y continué, fue duro”.
En el camino le tocó ver cuerpos sin vida en ríos y montañas, recuerda con tono entrecortado.
Pero al cuarto día vio recompensado el esfuerzo de este largo trasegar al llegar a Metetí, primer campamento humanitario ubicado en suelo panameño.
En Río Chiquito, Panamá, se encontró con compatriotas jugadores de fútbol como Juan Medina y los hermanos Pirela, Jeison y Juan Carlos quienes, a pesar de tener contratos vigentes en equipos de Venezuela como Estudiantes de Mérida y Rayo Zuliano, también habían decidido huir de la realidad que los oprimía.
Tras cruzar países como Costa Rica, Nicaragua, Honduras y Guatemala, Israel llegó, por fin a Monterrey, México, donde está en el proceso de trámites migratorios. Su vida en territorio azteca no ha sido fácil, ya que enfrenta la xenofobia de algunos habitantes de ese país y trabaja en empleos temporales, como el aseo y la descarga de camiones de agua.
Sin embargo, su esperanza de regresar al fútbol sigue viva. Mantiene el contacto con personas que, como él, han emigrado en busca de un futuro mejor en el balompié. La ayuda y el apoyo de colegas y entrenadores mantienen su ilusión de regresar a las canchas. Personajes como Richard y su asistente técnico Jorge Durán, junto con el defensor colombiano Yúber Mosquera, han sido faros de esperanza en su travesía.
Mientras se prepara para enfrentar el proceso de trámites migratorios en México, sus sueños de regresar al fútbol y de reunirse algún día con su esposa, Ana Patricia Flores, e hija en Estados Unidos lo mantienen firme. El viaje de Israel Ugsha García, luego de sobrevivir en el Tapón del Darién, aún no termina.
Franyely también dejó su sueño y cruzó el Darién
Franyely Rodríguez, de 25 años, hasta hace dos meses era portera del Deportivo Cali, luego de pasar por Atlético Junior. Ella, por razones personales, decidió dejar de lado su carrera en el fútbol para cruzar el Darién. Según medios venezolanos, la arquera se adentró en la selva el pasado 11 de junio. En un video viralizado en la red social TikTok se ve cómo alguien la entrevista y ella comenta durante la travesía: “No ha sido fácil, hemos sido perseguidos y robados”.
Franyely también defendió el arco de la Vinotinto en dos mundiales: el Sub-17 disputado en Costa Rica-2014 y el Sub-20 en Nueva Guinea-2016. “A pesar de que ya estuve en Estados Unidos, tengo mi visa, aunque está vencida, y soy una deportista élite; no les bastó con eso”, señaló ante la pregunta del porqué decidió cruzar la peligrosa selva. Por fortuna su travesía culminó con éxito y ahora se encuentra en Phoenix, Arizona, donde trabaja como barbera.
330
mil migrantes aproximadamente han cruzado el Tapón del Darién en 2023, según la ONU.
13
goles y 31 asistencias es el registro de Israel Ugsha en su carrera profesional.