Hace tres años André Schurrle pensó que no podía más. Tenía 29 años, pero su cuerpo y mente no se sentían capaces de seguir sometiéndose a la presión que implica estar en la élite del fútbol, en la que “no hay hueco para ningún segundo de fragilidad y debilidad”.
El jugador alemán no quería seguir experimentando la fantasía desbordante de los triunfos –escasos por demás en este deporte– y el choque violento de realidad cuando llegaba la derrota, el fracaso, las recaídas en problemas físicos porque los tiempos de recuperación se aceleraban para que volviera a competir lo antes posible y que al final llevaron a que fuera cada vez más difícil estar en una cancha.
“No necesito más aplausos. Hay que interpretar un rol para sobrevivir en este negocio. Te sientes solo si los momentos bajos son cada vez más bajos y los altos menos frecuentes”, aseguró Schurrle cuando anunció su retiro del fútbol en 2020.
Contrastes de la vida
Para ese momento parecía que las circunstancias adversas de la vida habían superado al futbolista alemán, que se había entregado. Él, en 2014, cuando tenía 23 años y era una joven promesa del fútbol internacional, vivió la epopeya más grande que cualquier jugador sueña con alcanzar: ganó con la Selección de Alemania la Copa del Mundo que se jugó en Brasil.
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Y no lo hizo de cualquier manera. André no fue un actor de reparto, un joven suplente. Por el contrario, tuvo un papel protagónico en la consecución del título: anotó dos de los siete goles con los que los teutones pasaron por encima de Brasil en las semifinales y en la final le dio el pase gol a Mario Gotze para que marcara el tanto del título.
Pero después de ese día perfecto las cosas cambiaron para Schurrle. Empezó a vivir un contraste. No rindió en Chelsea, el equipo en que estaba cuando empezó el Mundial. Regresó al fútbol teutón y estuvo en el Wolfsburgo entre 2014 y 2016. Después fue al Borusia Dortmund. En ese cuadro la pasó mal porque sufrió varias lesiones. En 2018 se fue en préstamo al Fulham de Inglaterra y en 2019 al Spartak de Moscú. Cuando terminó su paso por Rusia, se cansó del fútbol y pensó que no podía más. En 2020 colgó los guayos.
Resurgir de las cenizas
Se podría pensar que después de su retiro Shcurrle tuvo acompañamiento psicológico para intentar reencontrarse consigo mismo, tolerar el cambio de vida. Eso no lo sabemos. Lo que sí tenemos claro es que el deportista desapareció de los focos de la opinión pública durante un par de años. En ese tiempo se dedicó a disfrutar con su familia, a compartir tiempo con su esposa e hijos. También a formar parte de campañas por el cuidado del agua, más que un recurso natural, un derecho humano. Por lo menos, así lo dejó ver en sus redes sociales.
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Los reflectores se volvieron a posar en André en diciembre de 2022, cuando empezó a compartir fotos suyas metido en piscinas de hielo, sin camiseta, con los ojos cerrados, acompañadas de frases motivacionales, tipo: “La sensación cuando sales de tu zona de confort es increíble”, y cosas por el estilo.
De inmediato, se supo que para resurgir de la cenizas, para volver a encontrase consigo mismo, reconciliar su mente con su cuerpo, entender, o tratar de convencerse de que no existe ningún límite, Schurrle empezó a seguir el método Wim Hof, una serie de ejercicios de respiración, meditación y exposición al frío extremo que fue diseñado por un atleta holandés (se llama igual que el método) que es conocido como el “hombre de hielo” por su capacidad para soportar bajas temperaturas sin tener protección alguna en su cuerpo.
Para el momento en que compartió la primera foto, Schurrle estaba dando sus primeros pasos en el método. Según la versión española de la revista Squire, después hay que desafiar al cuerpo a que soporte el choque térmico de meterse en un lago de agua helada. André lo hizo. Ya estaba listo para someterse a un reto más complicado.
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Una práctica azarosa
Era enero de 2023. El invierno europeo estaba en un punto de temperaturas muy bajas. Schurrle viajó a República Checa para subir la montaña Sniezka, cuya parte más alta está ubicada a 1.603 metros sobre el nivel del mar y es la más grande de ese país.
Lo hizo con el acompañamiento de uno de los grupos que induce al método en esa parte del mundo (hay en los cinco continentes). La expedición duró 3 días. André subió sin camiseta. Solo lo protegía de la inclemencia del frío que se metía por sus huesos y lo hacía tiritar –algunas veces hasta dudar, pensar en devolverse– una pantalonera y unas bota para escalar.
“Es la cosa mental y física más difícil que he hecho. Los últimos minutos no podía sentir nada y tuve que encontrar algo muy dentro de mí para seguir adelante. ¡Una experiencia que nunca olvidaré! -19 grados, vientos de 100 km/h en nuestras caras, nieve y lluvia. Lo que aprendí... mi cuerpo y yo somos más fuertes de lo que pensaba. Si pongo mi mente y alma en ello puedo hacerlo todo”, dijo Schurrle tras terminar el reto.
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Quienes entran al método Wim Hof –que ha sido alabado por los beneficios que trae al cuerpo y la mente, pero también criticado por los excesos a los que se someten las personas–, lo asumen con una disciplina casi religiosa. Por eso, aseguran que les encanta retarse, hacer cosas que nadie más estaría dispuesto. Schurrle dejó de pensar en que no podía más tras conocer esta práctica, y está dedicado de lleno a ella. Hace pocos días subió El Zugspitze, la montaña más alta de Alemania. André, a sus 32 años, entendió que no tiene límites.
¿Quién es el creador del método?
Wim Hof tiene 64 años. Nació en Países Bajos y es conocido como el “hombre de hielo”, tiene varios récord Guinness por haber sometido su cuerpo a bajas temperaturas, nadando debajo del hielo, corriendo una media maratón descalzo sobre nieve. Este último, lo hizo el 26 de enero de 2007, en Oulu, Finlandia. Ese día recorrió los 21 kilómetros de la prueba en un tiempo de 2 horas, 16 minutos y 34 segundos. Siete años antes, el 16 de marzo del 2000, el neerlandés se sumergió 57,5 metros por debajo del hielo, con lo que consiguió su primer Guinnes. Su habilidad llamó la atención de sectores como la academia y el periodismo: desde 2011 la Universidad de Radboud, de Países Bajos, realizó un estudio del cuerpo del atleta. Por su parte, el periodista Scott Carney, publicó, con el New York Times, el libro “Lo que no nos mata”, dedicado a Hof.
