Felipe Aguirre representa todo lo que un hincha quiere ver en un futbolista verdolaga: entrega, sacrificio, liderazgo, sentido de pertenencia, buen pie y un conocimiento perfecto de su posición. Él tiene impregnado el ADN del que tanto se habla en Nacional.
El futbolista de 27 años se forjó en la cantera verde, pero le tocó irse del país antes de que el club de sus amores le diera la oportunidad en la rama profesional. Pasó por Leones, Celaya de México y Montevideo Wanderes, para luego regresar con el reto de sobresalir, la convicción de ganar muchas copas con esa camiseta y dejar huella.
Nació y se crió hasta los 8 años en el barrio Castilla de Medellín, cerca de la unidad deportiva René Higuita, por la iglesia San Judas. Después se fue a vivir a Las Cabañitas en Bello.
Empezó a jugar a los 4 años en la Universidad de Antioquia, pues su mamá lo inscribió allí porque no se aguantaba más que le rompiera las porcelanas jugando en la casa. A los 10 años estuvo una temporada en Envigado y después en un equipo de Campo Valdés del periodista Giovanni Valencia.
A los 11 se presentó a la escuelita de Nacional. Allí lo recibieron los profes Nicolás Herazo y Diego Echavarría, jugó Ponyfútbol y empezó su proceso con el club verde.
“Mi papá hablaba mucho de Andrés Escobar y aunque no tuve la oportunidad de verlo, cuando iba a la unidad deportiva de Belén y veía su estatua, yo decía que quería ser así de grande. De los que veía me gustaba mucho el español Carles Puyol por su entrega en la cancha que, sin ser el más técnico, siempre mostraba ganas y garra, dejaba todo por el equipo”, dijo en una entrevista con este diario.
Cuando estuvo en Leones vivió los momentos más difíciles de su vida. Primero sufrió una lesión de rodilla y su papá estaba luchando contra un cáncer de carótida, guerra que afrontó por 15 años. Su padre murió y a él lo operaron. Pensó en dejar el fútbol, pero no lo hizo como homenaje a su padre, que siempre lo apoyó.
Desde que salió del club verde, su deseo siempre fue regresar para brillar con esa camiseta y la vida le puso ángeles en el camino como su esposa Manuela y su hijo Samuel, próximo a cumplir 3 años. Ellos, junto a su mamá Margarita, sus hermanas Valentina y Vanessa, son lo más importante para él.
Cuando regresó este año sabía que la gente reconocía al zaguero argentino Emanuel Olivera y de entrada lo compararían con él, que tenía que ganarse las cosas a pulso.
Sufrió mucho la ruptura entre la hinchada y los directivos, porque afectaba a los jugadores, por eso el título en Copa Betplay fue tremendo desahogo. “Ha sido un año y un semestre muy difíciles. Para ser sinceros, muchas veces nos sentíamos de visitantes en el Atanasio por el problema que había con la hinchada y los directivos. Contamos con muchos jóvenes, que no tenían experiencia debido a que juegan su primer año (en el profesionalismo), pero todos nos alentamos y entregamos a Dios por el dolor de la final pasada. Le doy gracias a Él porque me permitió marcar historia con la institución que amo”, dijo en la transmisión de Win.
Aún le falta por cumplir otro sueño, llegar a la Selección Colombia y jugar en Europa. Mientras tanto quiere seguir haciendo historia con Nacional.