La emoción la desbordó. Tenía una camiseta del DIM con franjas horizontales azules y blancas, y llevaba un par de minutos con el extintor en las manos. Lo agitaba con frecuencia para que cuando le dieran la señal, solo tuviera que levantarlo apuntando hacia el cielo, apretar la manecilla superior y que el polvo rojo saliera, se juntara con el azul, y formara una nube con los colores alusivos al Poderoso sobre el Atanasio Girardot.
Estaba parada junto a la valla de publicidad que separa la tribuna norte de la cancha. El tablero tenía encima un plástico negro que se extendía hasta el sector oriental, que los muchachos de la Banda de los Trapos, uno de los grupos organizados de la Rexixtenxia Norte, pusieron para que no se ensuciara.
Al fin llegó el momento. La espera terminó. El pulso se empezó a acelerar. Las manos sudaban. Se acabó el entretiempo y mientras los jugadores ingresaban de nuevo a la cancha, ella activó el extintor. Empezó a salir el polvo y el rostro de nuestra protagonista se perturbó de alegría: abrió los ojos casi como un búho, la sonrisa era desmedida, los ojos se le encharcaron.
Luego empezó a saltar mientras agitaba con una fuerza animal, desmedida, el extintor y un par de segundo después se unió a la canción que empezaron a corear desde norte. Por un segundo pareció que el mundo estaba en sus manos y en el de las cerca de 60 personas que, como ella, agitaron un extintor en el clásico paisa del sábado.
Sin embargo, la fantasía de la euforia terminó cuando el metafuego quedó vació. Entonces el viento se empezó a llevar el polvo hacia el lado sur del estadio y apareció uno de los trapos con el escudo del equipo y el nombre de la barra. Después, salieron un par de trapos blancos y cuando no quedaba rastro de polvo, llegó la calma.
Ya no quedaba nada más que hacer ahí. En un movimiento rápido quitaron el plástico de la valla y después ella volvió a la realidad y caminó, al igual que sus compañeros, a la parte baja de la tribuna norte para terminar de ver el juego, sufrir cuando Nacional se acercaba al arco de Chunga, putear cuando las decisiones del árbitro perjudicaban al Decano y celebrar con algo de desahogo el gol de Moreno a pocos minutos del final del partido y de nuevo sentir que la emoción se desbordó.
Una tradición en el estadio
Los extintores para las salidas del DIM en el Atanasio se utilizan desde 1998. Usan ese elemento porque es una forma económica de obtener los colores del equipo y le dan un aura especial, estética, al ambiente futbolero.
Muchas veces, el polvo de los metafuegos es el preámbulo de un tifo, o una puesta en escena que se hace desde las tribunas con banderas de plástico, “los trapos” de las barras y juegos pirotécnicos que se lanzan desde la parte de afuera del escenario que quedan captados en miles de videos.
“Todo los que se hace en una salida del equipo está concertado con las autoridades y se habla en las Mesa de Seguridad y Convivencia en los días previos al partido. Con ellos se cuadran los horarios de ingreso de la parafernalia, en los que la Policía requisa todo. Si uno incumple algo, se expone a una sanción”, comentó David Ortega, uno de los líderes de la Rexixtenxia que es conocido como El Paisa.
Usar extintores se ha vuelto tradición. Por eso, en los días previos a algún partido, los miembros de la barra los hacen recargar. Cada proceso cuesta entre 25.000 y 30.000 pesos. El día del juego los guardan en una zona de la tribuna norte y antes de que empiece el segundo tiempo los reparten entre quienes los quieran tirar.
Por otra parte, en los últimos años se ha empezado a utilizar pólvora con humo de colores para las salidas del inicio del partido. Estos elementos los activa un pirotécnico profesional y hacer un performance como el del clásico 314 cuesta entre 15 y 20 millones de pesos. Ese es el precio que tiene tanta emoción.