Cuando se le pregunta a Sebastián Montoya cómo se ve deportivamente en los próximos cinco años, el hijo del consagrado piloto colombiano Juan Pablo Montoya de inmediato, sin titubear, dice que “como campeón de la Fórmula Uno”. Como su padre, quizá de quien ha adquirido los mayores conocimientos para ser habilidoso en el automovilismo, Sebastián, de 18 años de edad, acelera con determinación y convicción para convertirse en uno de los mejores de dicha especialidad en el mundo.
Cuando se expresa, casi que por naturalidad, al joven se le dibuja una sonrisa en el rostro. Es extrovertido, amable, respetuoso, sincero, tanto que en medio de sus respuestas recuerda que una vez, a los 12 años de edad, y en competencia, puso en aprietos a su papá para controlar el auto que manejaba. “Casi se desnuca”, confiesa con humor el piloto que es miembro de la escudería Telmex Claro y quien esta campaña actuará en la Fórmula 3 de la FIA con el equipo español Campos Racing, certamen en el que espera, luego del roce internacional adquirido, grandes resultados que sumen en su camino para llegar a la máxima carpa del automovilismo internacional. En charla con EL COLOMBIANO, Sebastián dice que el apellido Montoya, más allá del grandioso historial que tiene su progenitor, no le pesa, y que se esfuerza para dejar su propio legado.
¿Cuál ha sido su mayor aprendizaje en la Fórmula 3 de la FIA?
“Paciencia. Obviamente, y tras llegar de categorías inferiores, se tienen muchos test y carreras, por lo que estás muy ocupado. En F-3 hay más trabajo afuera de pista y luego, en carrera, hay que saber aplicarlo. Entonces la paciencia ha sido fundamental para que salgan las cosas. Es complicado lo que se hace, pero a la vez chévere y lo disfruto mucho”.
¿En qué cambia ahora el panorama al saber que ya no está en la condición de novato?
“Sí, ya será diferente. Como novato te enfrentas a situaciones que no conoces, entre ellas pistas nuevas, el carro lo manejas muy poquito y no tienes tanto tiempo para prepararte. Pero ya hay más experiencia, por lo que se buscará lo que uno más quiere que es ganar. Esa es la meta”.
¿Qué ha sido lo más complicado para lograr una consolidación en este certamen?
“Quizá no tener la experiencia suficiente, pero cada vez que se sale a la pista se adquiere otro aprendizaje. Tener esa consistencia, en este segundo año, probablemente me ayudará mucho. Hice un cambio grande al pasarme de equipo. La forma de manejar el carro es bastante diferente al otro, pero tengo confianza en mí y siento que esta temporada lo puedo hacer muy bien, por lo aprendido y porque tengo un carro demasiado rápido”.
El año pasado, al final de su temporada, fue tendencia una respuesta suya: “uf, ya no sé qué decirle a mi papá”. ¿Por qué, es muy exigente Juan Pablo con usted en resultados?
“Esa respuesta creo que la entendieron un poco mal (risas). Mi papá lo que siempre me dice es que soy muy bueno. Él quiere que yo entienda eso y que confíe en mí porque de esta manera las cosas saldrán luego fácil. Honestamente, el año pasado viví situaciones difíciles. Sentía que entre más duro trabajaba más mala suerte tenía, sobre todo con los pilotos estrellándome. Entonces no sabía qué decirle a mi papá porque en cierto sentido tenía razón. Ya estoy creyendo más en mí y me he dado cuenta que a veces es mejor estar tranquilo”.
¿Hay presión por llevar el apellido Montoya?
“La verdad, no. La presión más grande que tengo es la que me pongo yo, de lo bueno que lo puedo hacer. En realidad soy exigente conmigo mismo, y entonces cuando no logro lo que sé que puedo hacer se siente frustración, y ahí es cuando llega la presión de hacerlo otra vez, pero bien. Eso sí, repito, presión del apellido Montoya no la hay en mí, porque yo no estoy haciendo esto por mi papá, sino por mí. Sé que lo que puedo hacer porque soy un piloto rápido”.
¿Qué le dice su padre antes de empezar una carrera?
“Mucha gente piensa que mi papá es un sicólogo que te dice el secreto especial de esto, pero si te digo la verdad, solo me dice que disfrute lo que hago”.
Entre las enseñanzas que le ha brindado su padre, ¿cuál no se le borra de la mente?
“Con él aprendí algo grande como piloto que jamás se me olvida. Cuando empecé a correr en la categoría júnior, que es como correr en karts, pero grandes, estábamos entrenando juntos. Yo era chiquito (12 años) y todo el mundo me pegaba mucho. Y un día mí papá me dijo: ‘nos vamos a empezar a dar y a empujar’. Recuerdo que yo lo pasaba y él me empujaba y me sacaba, y ya luego me pasaba otra vez. Fue así un par de vueltas. Y llegó un momento que dije ‘ya no más’. Me cansé de que me empujara de esa manera y cogí la siguiente frenada, el frenó, lo dejé a fondo (el acelerador), le pegué un totazo en la cabeza, y lo único que me acuerdo es que la curva era a la derecha y él cogió para la izquierda. Obviamente me metió un buen grito porque casi lo desnuco (risas). La enseñanza fue inmensa, pues si bien uno no se quiere estrellar tampoco hay que dejar que la gente te pase por encima. Fue importante porque me di cuenta de lo agresivo que tiene que ser uno al manejar. Después de ahí empezamos a correr más juntos y luego puede hacer pasadas que no habría hecho sin esa experiencia”.