Lo primero que hizo Guillermo Villegas cuando abrió su taller de arte (en 1993) en el Colegio Progresar, en el barrio Progreso n.° 2, de la comuna 6, Doce de Octubre, fue llevar una escultura para adornar ese salón que le habían asignado. De pronto pasó corriendo un hombre joven.
—Cucho, cucho, tírese al piso.
Guillermo se tiró al piso aterrorizado hasta que paró la balacera y el joven volvió.
—Cucho ¿qué es eso?
Ese joven que avisó y volvió preguntando por la escultura era Carlos Alberto Serna, uno de los alumnos más destacados y recordados de TallerarTe, el taller de escultura popular fundado por Guillermo en la sede del Colegio Progresar. Desde ese día Carlos no dejó de ir al taller sino hasta el día que lo asesinaron, en octubre de 1997.
—La guerra no le perdonó la vida pero se convirtió en un referente de este taller, dice Camila Flórez, representante de TallerarTe. Venía todos los días. Si Guillo venía a las nueve, él estaba a las ocho y media y se quedaba hasta el cierre, había que sacarlo. Aquí Carlos Alberto descubrió que tenía mucho talento, se volvió tallerista, era casi que el profe, fue como cofundador en este espacio y dejó obras muy significativas para nosotros, son como nuestras obras emblemáticas, patrimonio nuestro, entonces uno dice... y si nos toca irnos ¿qué pasará con estas obras?
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En marzo de 2021 la rectoría del Colegio Progresar inició ante la Secretaría de Educación el trámite para solicitarle a TallerarTe la entrega del espacio. La razón es que necesitan ampliar la cobertura escolar en la zona y los espacios que ocupa el taller podrían usarse como aulas. Aunque todavía no los han sacado tampoco han encontrado soluciones definitivas.
El problema viene de años atrás. En 2001 el taller estuvo en peligro de disolverse por la llegada de una nueva administración al colegio, pero según Camila, los vecinos del barrio recogieron firmas, enviaron cartas, sellaron las entradas del colegio y la cosa no pasó a mayores. Hasta 2021, cuando inició el tramite en Secretaria de Educación.
Desde entonces han mandado cartas, han hecho mesas de dialogo y han levantado actas de cada reunión con las secretarías de Educación, de Cultura, deJuventud, de No Violencia, pero nada.
—También nos dicen que quizás puede haber un comodato en Laureles, pero nosotros que vamos a hacer a Laureles. La historia de TallerarTe está arraigada a este territorio y nosotros no nos queremos ir de acá. Además estamos recibiendo visitas casi todos los días de la semana, grupos de estudiantes, personas de otras ciudades, de otros países. TallerarTe es un lugar de memoria, y no es solo nuestra memoria, es la memoria también de ustedes, de la ciudad. Es un museo comunitario, pero necesitamos voluntad.
TallerarTe, además de los procesos pedagógicos y recreativos de escultura, pintura, lectura, escritura y tantas corrientes que van explorando a partir de la inquietud de sus asistentes, ha tenido un rol fundamental en la resolución de conflictos, tanto así, que en 1996 se firmó en el taller un pacto de paz entre milicianos y jóvenes de grupos armados.
—En una ciudad de un contexto tan violento, Guillo tenía esto abierto y era para exorcizar. Que vos tengas un pelado aquí dos o tres meses pegado a una escultura, con lo que significa tener las manos untadas de barro, hacerse y rehacerse, porque con un cuadrado de barro uno no hace sino cosas que tiene adentro, no lo que a mí me dijeron que haga, sino cosas que ya hay allí.
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—Sería muy muy triste que un taller como esos desapareciera, dice Wilmar Villa, uno de los primeros asistentes. A mí TallerarTe me sacó del conflicto armado, me absorbió por completo y se me olvidó el mundo de las drogas, de la violencia, de estar parado en una esquina con un arma. Se convirtió en algo fundamental para mi diario vivir. Yo ya no me levantaba como con esa zozobra, porque me despertaba e inmediatamente me iba para el taller y allá me encerraba, día y noche. Me sacó de ese infierno.
Wilmar fue de esa primera generación emblemática de talleristas. Fue compañero de Carlos Alberto Serna, incluso es su figura, su cuerpo, el que Serna utilizó de referente en una de sus más extraordinarias obras, Mina quiebra patas. A ese tipo de arte que empezaron a desarrollar Wilmar y Carlos Alberto, el maestro Guillo, lo bautizó crudismo.
—Aquí las obras son crudas, son duras, son un testimonio de hechos y acontecimientos que han sido. Son obras que no son bonituras así como para adornar paredes, sino para exorcizar también lo que ha sido un contexto de mucha violencia en el barrio, y en la ciudad, y en el mundo, dice Camila. Las obras aquí comunican, activan, movilizan y también en ese sentido, gritan, denuncian.
Por eso Camila quiere convertir el taller un museo comunitario de la memoria, porque en todos estos años de trabajo, las esculturas se han convertido en testimonio de las formas más Íntimas de las violencias, pero también de las alegrías, las inquietudes, las tristezas y todo lo que pase por la mente. Las consecuencias de los aciertos y desaciertos de la sociedad tienen lugar ahí, en el arte.
—Estamos en la gestión. Guillo nos enseñó que las formas de nombrar las cosas tiene que hacer parte de nuestra práctica. Entonces lo primero ha sido empezar a nombrarnos como museo comunitario. Y segundo, estamos haciendo un trámite que es un registro un poquito dispendioso en Simco, que es una página que tiene el Ministerio de Cultura, para registrar experiencias de tipo museo comunitario. y también en como en el Centro Nacional de Memoria Histórica. Es que estamos haciendo un montón de cosas. Esto es lo último que vamos a pelear.