La sede de Prado donde nació el Taller de Artes de Medellín, una casona de 5 patios y una sala de cámara para 110 espectadores, ya no existe. Bajo un mismo techo se reunían allá pintores, escritores, escultores, actores, músicos y otros “cómplices” con vocación para la creación artística y alejados de la academia.
Estaban más cerca de la idea de taller medieval, donde todos participaban en la creación de una obra. Un montaje teatral, además de actores, tenía la asesoría de escritores y la escenografía de artistas plásticos y música en vivo de una orquesta. Era una comunión de saberes. “En una exposición de pintura, hasta los actores pegábamos clavos”, cuenta Ruben Darío Trejos, abogado y exactor del grupo durante 12 años.
El Taller de Artes de Medellín “se fundó como un espacio de urgencia espiritual que era imperioso para el cultivo, germinación y crecimiento de una poética-otra en el teatro, la pintura y la música”, dice el libro 40 años arando en el fuego. Taller de Artes de Medellín, que será lanzado este jueves (ver ayuda), y que cuenta las aventuras de unos “cómplices” que conspiraron a través del arte.
Por esta sala pasaron más de 35 grupos de teatro, nacionales y extranjeros, entre ellos fue la primera vez donde se presentó Guadalupe años sin cuenta, de La Candelaria, fue donde surgió la orquesta Clave de Luna, que tuvo giras nacionales e internacionales, con música culta y popular, y Billy Taller, para la investigación musical. Hubo allí numerosas exposiciones de arte individuales, con firmas como Fernando de Szyszlo, Édgar Negret, y fue la casa de artistas como José Antonio Suárez Londoño y escritores como Pablo Montoya.
Motivaciones
Cuenta Samuel Vásquez, fundador del Taller de Artes de Medellín, que fue creado por dos razones, dignidad e independencia. “El arte en Medellín era el acuarelismo y los folcloristas... un arte señorero”, dice el también poeta, dramaturgo, ensayista, músico y pintor, coordinador de las Bienales de Arte de Coltejer, uno de los acontecimientos más importante de la plástica en Medellín que ocurrió entre 1968 y 1972.
En sus palabras era un espacio para impulsar las prácticas artísticas contemporáneas a través de tres componentes (teatro, música y artes plásticas) y con la poesía como “base comunicante”, que Vásquez define como algo “siempre deseable y casi siempre necesaria”.
“Creo que buscaba una expresión propia. Tenía un rigor una exigencia en su propia manifestación, eran búsquedas verdaderamente poéticas, ambiciosas. Eso para una ciudad como Medellín es fundamental porque es una mirada distinta”, señala la poeta Lucía Estrada, en relación a la “acción poética” gestada por Samuel Vásquez en la que, como toda empresa en el arte y la cultura, es un azar, unas semillas se pierden y otras nacen.
Arar el fuego
Una de las semillas brotó en 1989, año en el que el Taller de Artes de Medellín perdió su sede. Para entonces, Samuel ideó una obra, El Bar de la Calle Luna, que ocurría en un bar como una forma de usar escenario no convencionales. Un dibujante hizo el afiche, los actores se repartieron en las mesas, cada uno con un rol (el profesor, la mesera, el sabio, el ciego, el bobo, el colado) que interactuaba con el cliente-espectador del bar. Las luces daban entrada a los 10 músicos de Clave Luna que interpretaban tropical y son cubano, luego cantaba Jaime Espinel, el nadaísta, y otro actor, el ciego, que interpretaba un texto escrito para la obra por Juan Manuel Roca y que se presentaba en lenguaje de señas en medio de un silencio mudo. “Yo no sé si ustedes también, pero lo que soy yo, yo vivo en un país que siempre ha estado en estado. Sí, en estado de sitio, en estado de coma. Punto”, decía la primera línea de Rubén Trejos, uno de los actores que ya estaba borracho apenas comenzaba la función.
Ese era el Taller de Artes de Medellín, una pléyade de artistas inquietos por experimentar. Siempre acompañados por un égida, Samuel Vásquez, con quien trabajaron para mantener la llama viva de las artes, como arando en el fuego. Entre los nombres que han han estudiado o trabajado en el Taller figuran Luis Fernando Peláez, Clemencia Echeverri, Héctor Álvarez, el negro Billy, Ángela María Restrepo, Santiago Londoño, Jaime Espinel, Mario Gómez-Vignes, Rodolfo Pérez, Gustavo Yepes, Mario Yepes y Juan Antonio Roda.
Aunque no se ha acabado. Cuarenta y tres años después de su creación, Vásquez continúa impartiendo talleres teórico-prácticos –solo de arte– cada jueves en su casa en Envigado.