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Salón Astor, 90 años horneando la dulzura

La repostería suiza cumple 9 décadas en Medellín. Varias generaciones han disfrutado de los moritos y mucho más.

  • Los tradicionales moros son uno de los productos insignas del Astor. Los sapitos ahora tienen versión covid. FOTO camilo suárez
    Los tradicionales moros son uno de los productos insignas del Astor. Los sapitos ahora tienen versión covid. FOTO camilo suárez
08 de agosto de 2020
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Hay 80 productos esenciales de la repostería Salón de Té Astor que han sobrevivido a la pandemia: trufas, congelados, tortas y moritos, esas torticas con figuras de pollitos, vaquitas y sapitos. Ese último, tan verde y tradicional, también cambió, ahora tiene tapabocas.

Ha sido una temporada en la que este espacio tradicional de la gastronomía paisa tuvo que reducir su planta de empleados, cerrar dos locales y bajar su portafolio de 560 productos a esos 80. “Las crisis vienen con aprendizajes”, señala Andrea Suwald, líder de la compañía que hoy cumple 90 años de funcionamiento en Medellín y que a pesar de la coyuntura actual que vive el sector gastronómico por cuenta de la pandemia, se siente positiva.

La empresa fue fundada el 9 de agosto de 1930 por Enrique Baer, técnico pastelero que “había llegado unos años antes” a trabajar en una fábrica de chocolates en Medellín, señala el sitio de la compañía. La primera sede estaba localizada en Junín (por Maracaibo), tenía 10 empleados y cinco mesas.

“Se ubicó al lado de El Club Unión, referente de la aristocracia de la ciudad. Si bien para la época ya había bancos, industria y comercio, la Plaza Cisneros y el tren, en términos generales los restaurantes y lugares para comer todavía eran muy provincianos”, comenta el antropólogo culinario Julián Estrada.

La tienda suiza Astor ofrecía galletas, alfajores de almendra, nueces de miel, las canastas de chocolate, bizcochos y los “moritos”, denominados así porque don Enrique no podía pronunciar la doble ere en español, cuando se refería a “morritos” de bizcocho.

Por la carrera empedrada de Junín paseaban residentes europeos y miembros de la alta sociedad. Para la década del 50 llegó a Medellín y al Astor, el técnico pastelero suizo Alfredo Suwald y relata su hija, Andrea Suwald, que ya existían varias compañías de dicho país en pastelería –entre ellas, La Suiza–, también farmacéuticas y relojerías fundadas por emigrantes.

Las mesas de la época estaban vestidas con manteles bordados, la vajilla era de porcelana, las copas de cristal, las tazas y teteras, charoles y cubiertos, de plata. La oferta de repostería europea incluía brazos de reina y cassatas, helado artesanal en capas de vainilla, mandarina y chocolate con un centro de crema de leche y frutas cristalizadas. “Fue el decano de la repostería europea en Antioquia y Medellín”, señala Estrada y enfatiza que fue mucho antes de que aparecieran reposterías como Santa Clara y Santa Helena.

El periodista gastronómico Lorenzo Villegas resalta que el reconocimiento local, nacional e internacional que el Salón de Té Astor adquirió con los años se debió a que era completamente diferente a la panadería criolla, “eran parvas con crema, chocolates y frutas caladas; el hojaldre también era distinto”.

Adversidades

“No es que estemos bien, estamos sobreviviendo, pero no me quejo”, afirma Andrea Suwald, líder de la compañía, refiriéndose al difícil momento por el que pasan muchas empresas, incluida la de su familia. Para ella, las crisis son oportunidades: “Hay dos caminos, el del aprendizaje, reinventarnos y reestructurarnos, o el de la víctima, de ver todo oscuro y quedarse lamentándose”, dice.

La parte más difícil de la pandemia ha sido reestructurar la compañía (ver Paréntesis), cerrar dos puntos de venta y reducir la planta de empleados. “No sabemos qué más va a pasar. Solo hay hoy”, comenta Suwald.

A ella le encantan los chocolates, a pesar de que se restringe mucho con el dulce. Ha creado decenas de versiones, como la línea hindú, pensada a partir de productos autóctonos como el ron, el tamarindo, el café, el cacao, el coco y la uchuva.

Cree que este momento es una invitación a la unión más que a la división. “No puede haber jerarquías, cada uno debe demostrar su fortaleza y capacidad; reunirnos las veces que sean necesarias para reconstruir esta y cualquier empresa”. Andrea no tiene una formación en administración, es una pastelera que confía en su intuición y la de su papá, cuando edificó lo que hoy es el Astor. Tiene las herramientas de él y las suyas para salir adelante, seguir horneando los tradicionales dulces y celebrar un cumpleaños diferente, de esos que a pesar de todo, serán inolvidables

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