Ya quisiera uno un concierto que durara 19 días... y 500 noches. Pero el de Joaquín Sabina será de horas y un par de docenas de canciones de esas que mejor resistieron el paso de los años, y que suenan tan bien en la voz de quien supo perderla mientras creaba ese particular estilo suyo de cantar.
Sabina vuelve a Medellín donde los sabineros siguen siendo esa inmensa minoría que agotó pronto algunas de las localidades de esta gira que llamó 500 noches para una crisis.
Cantante por casualidad, poeta, dibujante, caradura que extendió su juventud hasta después de los 50 años. El que no lo conozca pues es que no lo merece, le dijo el polémico Risto Mejide cuando lo invitó a su chester para una entrevista.
Pero qué va, no hay que saber que se exilió en Londres tras un problema que incluyó bancos vascos y cocteles molotov, ni de su vida noctívaga en bares de dudosa reputación donde encontraba lo mismo vicios que canciones, ni de su novia peruana, ni de su infarto cerebral que casi lo hace ver a la pálida dama antes de tiempo, ni de su depresión, ni de su gusto por los toros, ni de su amor por el Atlético, ni nada de nada de su vida para cantar sus canciones que te pasean por Madrid, por la M30, por el Rastro, por Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal...
Qué importa si bebió y cantó a dúo con Gabo, si siendo republicano invitó a su casa al ahora rey Felipe VI y a la reina Letizia, si le hizo campaña a Zapatero para las elecciones en su país, si habló con Fidel sin olvidar que él era un turista revolucionario, si se carteó con el subcomandante Marcos.
Es de pueblo y lo sabe y se lo dice a sí mismo así viva en la madrileña plaza de Tirso de Molina. Es de Úbeda (Jaén), para más señas. Compone, escribe poesía y dibuja.
No maneja, no usa celular ni tiene redes sociales: “¿Para qué? Lo importante acaba filtrándose a la prensa de papel; el resto no me interesa”, le dijo al periodista Diego Manrique cuando presentó su libro Muy personal.
Pero eso tampoco importa, son pequeñeces, como que la tv de su casa está siempre encendida pero sin volumen, o que ya no es el tipo de los excesos que tan mala fama (y tan buena vida) le dieron.
Él, que se define como un anarquista que respeta los semáforos, lo que tiene que decir lo dice en sus canciones, donde es un canalla enamorado que cuenta historias en primera persona al ritmo del blues, el rock’n’roll, el bolero, la ranchera o el son cubano.
Es Joaquín Ramón Martínez Sabina,o Joaquín, o Sabina, o el Flaco. Es el hombre que recita versos en el escenario, el que vuelve a Medellín con esta gira, la más feliz de todas.
Él mismo lo ha dicho y repetido a quienes sí les ha dado entrevistas. Vuelve a la Medellín que lo sorprende porque esta gente de aquí canta las canciones que a él se le ocurrieron en un piso vecino de Lavapiés o en una barra en Antón Martín, donde hay más bares que en todo Noruega.
Lo han dicho también Antonio García de Diego y Pancho Varona, sus escuderos, con el perdón de ambos que son tan grandes como el propio Joaquín, con quienes compartió esa larga juventud y que estaban con él cuando, hace 15 años, grabaron 19 días y 500 noches.