En un rincón de sus recuerdos, el escritor chileno Manuel Peña se remite a un momento muy puntual en su infancia en el que el hábito y el gusto por escribir se le volvieron necesidad.
Una madrina, quien no sabía que estaba aportando para volverlo un voraz lector y un potencial escritor, le regalaba libros ocasionalmente. Poco a poco iba creciendo su biblioteca y asimismo las historias que empezaban a habitar en su cabeza.
“Fue una mediadora de lectura sin que ella supiera que lo era”, cuenta el escritor chileno, invitado a la Fiesta este año.
Esta mujer, tan generosa en letras, fue amplia en darle cabida al resultado que brotaba de tantas lecturas. Le regaló al pequeño un diario a los nueve años.
Ella le dijo que llenara una a una las páginas de ese cuaderno con las experiencias que transcurrieran en el día. Él, juicioso, las iba llenando de tinta y de esos sucesos cotidianos. Tomar un vaso de leche, haber leído este u otro libro, jugar después del colegio, todo eso iba diligentemente al diario.
Pero un día, Manuel se quedó sin experiencias novedosas. “Le dije a ella que no quería dejar en blanco, pero no tenía nada de qué escribir”. Entonces, su madrina se le acercó y le susurró una palabra que fue fundamental para ese futuro autor de libros: “inventa”.
“Tú puedes inventar algo que no viviste, pero que te gustaría vivir”, añadió la señora. Manuel, extrañado, le contestó que eso sería decir una mentira. Ella le dijo “no importa, para eso son esos diarios de vida. Tú cuentas la mentira, después cierras el diario, le pones el candado y ahí se quedó la mentira encerrada”.
Maravillado, Manuel se dedicó a contar mentiras. Una tras otra se agolpaban en el papel hasta que rebosaron un diario y otro y otro más. “Ahí supe que quería dedicarme a contar historias toda la vida”.
Claro, el camino se complica un poco más. El lector puede leer casi sin límites y aunque también es posible escribir donde sea, convertirse en escritor es una cosa muy distinta.
“Hay que ser muy tercos e insistir en este camino si es que verdaderamente lo sientes como una necesidad o como una obsesión”, destaca Liliana Colanzi, escritora boliviana y autora del libro de cuentos Nuestro Mundo Muerto.
Tercos porque además de ser un acto casi rebelde frente a aquellos que dicen que ya no se lee o que no se puede vivir de la escritura, también hay que derrumbar las angustias y frustraciones propias que hacen que tantos textos queden inconclusos o que simplemente se pierda la esperanza en ese acto tan necesario que es la escritura.
Entre tantos seres que le dieron rienda suelta a ese impulso y que en esta semana se reúnen en el Jardín Botánico para celebrar los libros, les preguntamos a algunos cuáles eran sus consejos para persistir en ese anhelo que puede ser plasmar una historia en hojas de papel.