En las páginas de Rebelión en la Granja, George Orwell plasmó cómo el poder corrompía hasta la naturaleza animal. El periodista y escritor británico publicó esta reflexión sobre el socialismo, mal manejado, en 1945, cuando se acercaba el fin de la Segunda Guerra Mundial. Su foco estuvo en una crítica hecha fábula sobre lo que sucedió con los ideales socialistas en Rusia.
En su texto lo que había empezado como una rebelión contra un hombre que poco pensaba en el bienestar de los animales de su granja, se convertiría en la mejor oportunidad que tendrían unos pocos para tomar el control, traicionando las ideas que llevaron inicialmente a ese cambio.
Cerdos ebrios de poder, quienes inicialmente parecían querer liderar una granja hacia un escenario más justo, se convertían cada vez más en una suerte de adaptación humanoide egoísta y enceguecida que se apoderaba de los privilegios sin aportar soluciones. Al final todo se traduciría a un concepto trastocado: “Todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros”.
Una crítica cercana
Este libro se convirtió en una de las críticas más conocidas al modo cómo se desarrolló el socialismo en Rusia años después de la Revolución. Espacios como The Guardian y The New Yorker dieron críticas positivas sobre la obra en su momento, a pesar de que durante toda la Guerra Fría fue objeto de otras críticas negativas por su simpleza. Muchos de esos dardos venían de personas de ideologías de izquierda.
Orwell, sin embargo, también creía fuertemente en los ideales del socialismo. El profesor de la Universidad de Pennsylvania, Richard White, analizó el texto para la revista Utopian Studies en 2008 y decía que Orwell podía ser descrito como un “socialista ético”, alguien que se mantenía “sospechoso de una ruptura absoluta entre la situación actual y el futuro ideal” y aseguró que usar violencia desde el socialismo, por ejemplo, para acabar con otras violencias no llevaba a nada.