Hace mil setecientos años el obispo Agustín de Hipona dijo en un sermón que una de las decisiones cruciales de la vida es aquella que tiene que ver con lo amado. Resumida, su argumentación era la siguiente: el objeto del amor tiene sobre el individuo una fuerza gravitacional tal que lo transforma hasta hacerlo una copia de sí. Entonces, siguiendo este hilo de ideas, quien ama las cosas nocivas terminará envuelto por la maldad, mientras quien le entrega su corazón a los asuntos superiores se elevará hasta rozar lo sublime.
Sin embargo, hay una pregunta qué Agustín dejó en el aire y que muchos escritores posteriores han tratado de responder: ¿qué lleva al sujeto a amar a esa persona, a ese deporte, a ese partido político? De eso trata, precisamente, el más reciente libro de Carolina Novoa Arias, titulado Amor Detox.
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En su primer libro –El cuerpo grita lo que las emociones callan– Carolina reflexionó que la salud no solo es física, sino que también nos muestra temas emocionales. “Algunas personas manejamos las relaciones desde el ego, desde cómo me ven, como me perciben, y otros actuamos desde el amor. El problema es que cuando no abordamos las relaciones desde el amor, pueden volverse tóxicas”, dice la autora en una entrevista telefónica con EL COLOMBIANO.
Y esas relaciones de amor o de toxicidad no solo se establecen con los demás: también tienen que ver con la forma en que se interactúa consigo mismo, con los productos, con el mundo. “Por ejemplo, mi relación conmigo mismo puede ser tóxica: ‘Me veo fea’, ‘me veo gorda’. También está mi relación con mi pareja: ‘Solo me llegan hombres violentos’. Hay que revisar qué es lo que viene ahí. Mi relación con la comida, si tengo un desorden alimenticio”.