Nacida en Medellín, en los albores de los sesenta, Cristina Toro descubrió pronto su vocación por el desorden y la novelería. En otras palabras, se supo artista. Tal vez esa vocación floreció en las veladas en que escuchaba a su padre recitar de memoria a los poetas canónicos de Antioquia o en los montajes de teatro que hacía con sus tías, en Sonsón, el pueblo de su familia. Precisiones biográficas aparte, lo cierto es que esa idea del arte —que se nutre de la curiosidad— la ha llevado a ser actriz, poeta, investigadora de teatro y gestora cultural. La ha puesto detrás y sobre el escenario, bañada por las luces de los reflectores o alejada de ellas mientras escribe los cuentos y poemas de su obra literaria.
Con ocasión de su libro Poesía reunida –que va por la segunda edición, cuenta ella–, EL COLOMBIANO la entrevistó sobre su vida de artista y los desafíos que ha enfrentado a lo largo de los años.
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Uno se pregunta cómo alguien se descubre artista. ¿Cómo se dio ese descubrimiento en su caso?
“Yo creo que el arte es un acto de rebeldía. Para mí fue clarísimo que no estaba en la posibilidad de hacer las cosas que tenía que hacer en el momento en que eran. Yo me le adelanté a todo, desde muy niña. Por ejemplo, cuando mi hermana entró al colegio —ella me lleva un año de diferencia— fue tal el escándalo que armé porque quería ir al colegio, que es lo que niños normalmente no quieren hacer, que me subieron al bus del colegio, así no tuviera admisión. Entonces, empecé a estudiar un año antes de lo que le correspondía a mi edad.
Yo creo que no tuve una educación normal en la medida en que siempre estaba en el coro, estaba en el grupo de teatro, fui la que leía las poesías. En ese entonces, mi mamá me decía “te vas a envejecer muy rápido porque estás figurando desde chiquita”. Desde siempre tuve una curiosidad muy grande por el mundo, por la lectura. Aprendí a leer a los tres años porque casi enloquezco a mi padre para que me enseñara. En mi casa se estimuló todo lo que tuviera que ver con el arte. Mi papá fue un melómano mayor, la biblioteca era el cuarto más importante de la casa y siempre hubo lecturas para la edad”.
Escuchándola se me ocurre pensar que el artista siempre es alguien que habita otro tiempo...
“Sí, yo creo que hay una curiosidad diferente y hay también una rebeldía, un no querer ajustarse a las cosas. Para mí fue difícil asumir las reglas. Aunque me iba muy bien en el colegio, tenía una vocación por el desorden, por no seguir el caminito correcto. Recuerdo que en el colegio había una hora de meditación y en esa hora yo estaba siempre en ensayos de teatro. Yo me salía para los garajes de los buses del colegio y me ponía a hablar con los chóferes y tenía contacto con el mundo. Hay una palabra muy paisa que mi mamá me la decía: ‘Usted es muy novelera’. Siempre tuve una gran curiosidad”.
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¿Qué la flechó primero: la poesía o el teatro?
“En estos días me encontré unos dibujos. Creo que lo primero que uno hace antes de escribir letras es pintar y eso también me gusta mucho. Todo llegó junto, porque además tuve el privilegio que mi papá fuera de Sonsón. Mi abuela vivió allá. De niña vi el arrume de palos en un depósito convertirse en los santos de las procesiones. Vi todo el rito. Eso es teatro también. Yo lo vivía como una cosa natural. Tuve una tía también muy brillante, que era maestra y nos hacían montajes de teatro. Recuerdo que salíamos a las calles vestidas con sábanas, disfrazadas de fantasmas para venderle a la gente las boletas a las funciones que nosotras mismas hacíamos. La gente las compraban porque se las vendían las nietas de doña Pastora, que era un personaje del pueblo. Algún día valdría la pena contar la historia de ella. Descubrió la homeopatía en la correspondencia en inglés de un familiar. Ella siguió el camino de homeópata y murió recetando. Fui su ayudante”.
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Bachiller del Marymount de Medellín en 1977 y egresada de Administración de Empresas de la Universidad Eafit en 1983, Cristina ha dedicado su vida al teatro y la cultura. Su carrera comenzó en el Instituto de Integración Cultural Quirama, donde trabajó como investigadora entre 1982 y 1985, contribuyendo a la investigación histórica del teatro en Antioquia. Durante ese tiempo, escribió la monografía Panorama teatral en Medellín 1982 y participó en un estudio sobre la Historia de las Mentalidades en el Oriente Antioqueño.
Desde 1985, Toro ha sido un pilar del grupo teatral El Águila Descalza, desempeñándose como actriz y coautora de la dramaturgia. Su trabajo ha sido importante en la consolidación del grupo como una de las compañías más emblemáticas de Medellín y de Antioquia.
En el ámbito personal, Toro ha compartido su vida y pasión por las artes escénicas con Carlos Mario Aguirre, actor, dramaturgo, director de teatro y artista plástico. Juntos han forjado una trayectoria artística que ha dejado huella en el teatro colombiano.
Hablemos de sus primeros amores literarios...
“Bueno, pues por esa formación raizal leí a Gregorio Gutiérrez González y a los demás poetas antioqueños. Mi papá se los memorizaba y los recitaba. Entonces todo eso le va entrando a uno. Inclusive, de chiquita escribí versos. Hay un clic para mí cuando empecé a leer literatura en el segundo de bachillerato. A mí me echaron de un colegio de monjas. Me pasé para el Marymount. Ese colegio fue una influencia importante porque me encontré con mujeres muy cultas y monjas muy inquietas, muy lectoras. Muy importante para mí fue Verónica Londoño, quien posteriormente fue editora de alguna gran multinacional. Yo no me conformaba con las lecturas de clase, leía más. Si había que leer un poema de Neruda, yo leía todo el libro. Soy muy obsesiva, exprimo las lecturas. Leí la literatura latinoamericana. En la adolescencia me acerqué a a los malditos. Para mí fueron muy importantes. Tuve otro maestro muy importante para mí, que también fue editor. Se llamó Nicanor Vélez”.
Y de ahí pasó a Eafit...
“Mi camino académico fue algo peculiar. Inicialmente, no estaba en la universidad. Estaba decidida a estudiar en una institución que me permitiera explorar mis verdaderos intereses. Elegí Eafit porque era la primera universidad que ofrecía exámenes, y me matriculé allí con una estrategia clara en mente. La decisión no fue motivada por la pasión por esa área específica. A pesar de no ser la carrera ideal para mí, aprendí mucho sobre administración, lo cual me ha sido muy útil en la gestión de proyectos culturales.
No obstante, mi verdadera inspiración siempre estuvo en la creación y el arte. Mi paso por la universidad me enseñó herramientas que hoy aplico en mi trabajo, pero me di cuenta de que mi vocación estaba en otro ámbito. La experiencia en la universidad me permitió desarrollar una perspectiva crítica, y conocí a profesores como Gloria Uribe, María Victoria Franco y Miguel Escobar, quienes influyeron profundamente en mi visión del mundo”.