No llegar pronto a ningún acuerdo es la marca de fábrica de la gestión de Álvaro Narváez Díaz al frente de la Secretaría de Cultura Ciudadana. Los papeles se le escapan de las manos.
Esto quedó claro el miércoles 19 de enero, 6:40 pm, en la Biblioteca Pública Piloto. Apenas soltó el micrófono las quejas y dudas de la audiencia transformaron la tertulia en un cuadrilátero. Resultó inútil la media hora de charla sobre el futuro de las inversiones, los proyectos y las cifras. El moderador propuso limitar a dos minutos las intervenciones. Sirvió de poco: las críticas rompieron los diques. El evento, pensado para limar asperezas, terminó sin resultados ni pactos. Quizá se trata de un talón de Aquiles de la secretaría o, por el contrario, revela una fisura en el tejido cultural de la ciudad.
Muchos de los anuncios de Narváez Díaz en redes sociales o ante los micrófonos de la prensa se van por las ramas de la retórica oficialista. Habla de mejorar las cosas, pero no precisa los detalles. El caso más reciente de ello –pero no el único– es el cambio del nombre del programa Formación de Públicos: sin ofrecer datos concretos habló de hallazgos que lo ponían en jaque. A pesar de las reuniones, los directivos de las instituciones involucradas –museos y teatros de trayectoria– no saben a ciencia cierta de qué va el asunto. Al menos eso se colige de la carta abierta del 20 de enero suscrita por todos luego de tres sesiones de tratar el tema.
A diferencia de Luis Fernando Velázquez –director de Carantoña–, quien no duda en esgrimir contra Narváez Díaz el epíteto de corrupto por aceptar, según él, un empleo para el que no está preparado, la mayor parte del sector considera que cuenta con las necesarias competencias profesionales y de experiencia. A principios de la década del 2000, Narváez Díaz estudió Arte dramático en la Universidad de Antioquia, donde también obtuvo una especialización y ejerció la docencia por nueve o seis años –el primer dato proviene de Linkedin; el segundo, de Función Pública–. La profesora de planta Luz Dary Alzate conserva un buen recuerdo del paso de Narváez Díaz por sus cursos Otras poéticas teatrales y Puesta en escena. Lo rememora con el traje del Quijote y provisto de un caballito de palo en un recorrido por lugares emblemáticos: el metro y el Palacio de la Cultura, en el Parque Berrio.
Muy temprano, Narváez Díaz demostró destrezas de gestor teatral: en mayo de 2005 fundó De Ambulantes para trabajar en teatro corporativo: le vendía a las empresas funciones y sketches. La primera sede –un apartamento– se abrió cerca al Parque del Periodista, cuenta Héctor David Gómez, amigo de Narváez Díaz desde los tiempos de la UdeA. Además, realizó montajes dramatúrgicos con contenido social: llevar a las tablas en 2007 Tribuna Capuleto –una reescritura de Romeo y Julieta, en clave futbolera– le granjeó el respeto del público y de los colegas. El texto es de Álvaro Sierra, muerto en 2008.
¿Qué lleva a un artista a mudar de piel para asumir el traje de funcionario? En la historia de Narváez Díaz el camino comenzó con los talleres de incidencia política, dictados por Asencultura y a cargo de la abogada Gloria Erazo. Desde entonces se consolidó su presencia en los espacios de discusión: representó a los grupos sin sala en el Consejo de Artes escénicas de Medellín, estuvo en el comité del defensor del televidente en Teleantioquia y fue presidente del Consejo Municipal de Cultura. Su cercanía con el Ateneo Porfirio Barba Jacob data de 2003, cuando fue tallerista de dicha entidad.
En Medellín hay dos bloques de grupos de teatro, una especie de reedición local de la historia de los tirios y troyanos. En un lado del ring está Medellín en Escena y en el otro el Ateneo y sus satélites. Entre ambos, hay una galaxia de pequeños grupos. Las divisiones –para algunas de las fuentes– se originaron por el modelo de búsqueda de recursos financieros y se fosilizaron en rencillas personales. Eso explica, en parte, las confrontaciones de Narváez Díaz con, por ejemplo, Iván Zapata –del Teatro Popular de Medellín– y su lejanía con Cristóbal Peláez –fundador de Matacandelas–. En la única entrevista concedida a EL COLOMBIANO refirió una anécdota con Peláez y Farley Velásquez para subrayar sus diferencias y recalcó la existencia de privilegios. Con esas ideas se encontró con Daniel Quintero en 2019. Por supuesto, en otros contextos las discrepancias gremiales son normales y hasta saludables. No obstante, estas deben matizarse cuando uno de los alfiles de la disputa llega a la burocracia. Para varios de sus críticos, esto no ha ocurrido.
Antes de la campaña Narváez Díaz no conocía en persona a Daniel Quintero ni parece haber hecho abierto proselitismo, caso contrario al subsecretario de bibliotecas Sebastián Trujillo. Sí hizo parte del comité de empalme entre el gobierno de Federico Gutiérrez y el actual mandatario, contó Néstor López, director del Ateneo Porfirio Barba Jacob. Fue el segundo a bordo de Lina Gaviria, la primera encargada de Quintero en la cartera. Pasó al frente con la renuncia de Gaviria el 13 de noviembre de 2020. La verdad, le tocó en suerte lidiar un público de por sí complejo, muy dependiente de los dineros del Estado. A lo anterior se le sumaron los pinchazos de incertidumbre de la contingencia sanitaria.
A la hora de evaluar el trabajo de Narváez Díaz hay dos enfoques: los sectores afines creen que la secretaría ha hecho lo posible para contrarrestar las contingencias desatadas por la Covid-19. Por el contrario, los críticos le cuestionan acoplarse al talante buscapleitos del Quintero y de asumir la perspectiva de cambiarlo todo, incluso lo que funciona bien. “Con el secretario se puede conversar, pero no tiene toda la gobernabilidad sobre la secretaría”, afirma el ex secretario de cultura Jorge Melguizo. Alude el caso del nombramiento del director de la Biblioteca Pública Piloto para soportar el argumento: “El Alcalde entregó la dirección de la BPP sin consultar con el secretario de cultura ni con el subsecretario”.
Ya casi al final de la tertulia del 19 de enero, mientras la gente salía del recinto, la bailarina Catalina Piedrahita le recordó a Narváez Díaz la fugacidad de los cuatro años de los gobiernos locales. También le reprochó la ausencia de la línea de Formación en las convocatorias de Apoyos concertados. Álvaro Narváez Díaz –un tipo serio, estudioso, según amigos y adversarios– enfrenta la encrucijada del funcionario público: ¿cómo se ejerce la labor pública? El poder se acaba, esa es al tiempo su virtud y fallo.