Omaira Montoya está internada en la Unidad de Cuidados Intensivos de la clínica Las Américas. Está en compañía de su hija Diana Castaño, quien le sostiene la mano mientras ambas escuchan una serenata que les dan María José Sánchez y Anderson Medina Ríos, los únicos músicos que tiene la clínica para cantarles a los pacientes internados y a sus familiares y cuidadores.
Omaira cierra sus ojos y oculta el rostro con sus manos, evitando que la vean llorar conmovida por la música. Su hija, que aprovecha para grabar con su celular la serenata, le insiste a su mamá que abra sus ojos, que aproveche que le fueron a cantar a su habitación. La mira y se le acerca a la camilla. Se dan un abrazo, de esos que se dan en los momentos más difíciles.
Los músicos cantan la canción Ella es de Leonel García y Jorge Drexler: Ella es, lo sé / La casa que tanto yo busqué / La vida que yo quiero proteger / Ella es, no hay más / Ahora mi guerra quiere paz / El tiempo al fin dejar de correr.
Al terminar la canción vuelve el silencio de la UCI y el pulso de las máquinas, que termina a su vez siendo el pulso de los pacientes. Omaira, con su rostro por fin descubierto, deja ver apenas un poco de cabello y pide a los músicos que se acerquen: “Viva o no viva, los llevaré por siempre en mi corazón. Ustedes tienen una voz bellísima”, les dice, sonríe y lagrimea. Su hija le responde: “¿Cómo así?”, como queriendo decirle “Vas a vivir, mamá”.
Como esta escena, son muchas las historias que María José Sánchez y Anderson Medina Ríos han conocido durante los tres meses que llevan en la Clínica Las Américas, todos los días de la semana, durante seis horas. Son conocidos como los músicos de la clínica.
Las historias que se unen
María José Sánchez tiene 22 años, canta, toca el ukelele y tiene dos claves musicales de madera en su maletín. Camina por los pasillos del corredor y sonríe a las personas que se encuentra en el camino. Anderson Medina tiene 25 años, también canta y toca la guitarra. Es más tímido, más callado y suele ser la segunda voz que acompaña la de ella.
Se conocían en la universidad, pero no eran amigos. Los dos saben tocar piano y para demostrarlo se sientan en el instrumento negro que hay en el hall de la clínica, donde a veces reúnen a las personas y hacen conciertos.
Son practicantes de música de la Clínica Las Américas y están en octavo semestre de Música en la Universidad Eafit, con la que la clínica tiene un convenio para que los estudiantes de este pregrado canten en estos espacios y visiten las otras clínicas Auna.
Los dos jóvenes se encargan de recorrer el lugar. Pasan por las habitaciones ofreciendo su servicio, así como se ofrece comida u otro beneficio. ¿Quiere que lo acompañemos con música? Los pacientes deciden. Pueden elegir entre terapias de relajación con música (algunos tienen síntomas de estrés, ansiedad y depresión) o alguna canción que quieran escuchar.
Incluso al notar que el repertorio que les pedían era amplio y ellos no sabían todas las canciones, idearon un código QR para que las personas les dejen las canciones y ellos puedan aprenderlas.
Ellos suelen frecuentar algunos pacientes, con los que comienzan a acercarse: “Solía ir donde un paciente que llevaba aproximadamente un mes en la clínica y procuraba visitarlo una vez por semana. Llegaba y le preguntaba qué quería escuchar y me decía que ya conocía lo que a él le gustaba. Otra vez hubo un señor que me pidió que le cantara a él y a su esposa por sus 50 años de casados”, recuerda Anderson.
Los pacientes son agradecidos, agrega, y saca de su billetera una servilleta que un niño usó para hacerle una carta: “Hoy estoy muy feliz porque pusieron música. No es mi tipo pero me gusta porque escuchar música es muy importante en la vida (...) es algo parecido a un sentimiento, una forma de vivir”.
María José recuerda con cariño a un hombre que se paró de su camilla para cantar con ella: “Dijo que tenía que mirarme y cantar conmigo en el pasillo. Estábamos los dos cantando y el hombre me decía que con la música yo iba a hacer que él se aliviara. Toda su familia cantaba conmigo y se notó el cambio en el semblante del paciente, en su ánimo, en todo”.
La importancia de la música
La Federación Mundial de Musicoterapia (Feamt) la define como el uso de la música y de los elementos musicales (sonido, ritmo, melodía, armonía) por un musicoterapeuta calificado con un paciente o grupo de pacientes, para facilitar y promover la comunicación, la interrelación, el aprendizaje, la movilización, la expresión y otros objetivos terapéuticos relevantes para atender las necesidades físicas, emocionales, mentales, sociales y cognitivas de los pacientes.
María José dice que ellos tienen distintos métodos para cada tipo de pacientes: “Las canciones deben ser pensadas para cada uno de ellos, porque no todas tienen los mismos efectos. Por ejemplo, para las UCI tratamos de que sean progresiones de acordes relajantes, que generen un efecto de tranquilidad y sean sonidos suaves, porque en la otra habitación puede haber una persona que se sienta muy mal y no quiera escuchar”.
Con los recién nacidos es diferente. Al llegar al área de los neonatos, en la que los bebés son tan pequeños que caben en una mano, los músicos se sientan a acompañar con vibraciones altas y bajas a las mamás y a los papás y a cuidadoras de la clínica que amasan como a un pan a los bebés: los frotan y tratan de darles calor, forma.
El neurólogo Luis Alfredo Villa explica que los cerebros de los bebés tienen una inmadurez natural y cuando escuchan música comienzan a generar sistemas de interconexión que les ayuda a hacer sinapsis (unión entre una neurona y otra célula) que favorece el proceso de maduración cerebral.
“Los científicos intentan descubrir si la música hace efecto en los bebés cuando ellos están en el útero, pero no se ha comprobado. Lo que sí, es que las personas que son músicos y entienden este lenguaje tienen un coeficiente intelectual más alto”, dice el neurólogo.
Con los niños más grandes, María José y Anderson y las trabajadoras sociales hacen talleres musicales y otras actividades. Una vez, una madre se le acercó y le agradeció: “La mamá de un niño de cuatro años me agradecía porque hace más de 4 meses el hijo —paciente oncológico— no estaba en un ambiente de recreo. No jugaba con otros niños ni sonreía, no tenía ganas de nada”, cuenta la música.
Otro método de la musicoterapia, explica María José, es más activo y se hace para que los pacientes canten con ellos. Dice que esto es útil para los pacientes con enfermedades neurodegenerativas como las demencias porque cantar les ayuda a recordar letras de canciones que se saben y de las que tienen información almacenada en el cerebro.
Anderson recuerda un caso de un paciente inconsciente que su hija grabó tarareando una canción que él estaba cantando en el corredor: “Se me acercó, me mostró el video y me dijo que este era mi mayor regalo”.
El neurólogo Villa confirma que la música trae beneficios para el refuerzo de la memoria porque “evoca esos procesos de memoria que remiten al paciente al lugar donde la escuchaba y con quién la oía”. Se puede recordar la letra de la canción y todo esto activa zonas del cerebro creando conexiones neuronales.
Además, no solo se relaciona con la memoria, dice el neurólogo, también lo hace con la emoción. Al escuchar música el paciente es atravesado por la emoción que sentía cuando escuchaba la canción y esto activa las zonas del cerebro encargadas de la emotividad, también genera hormonas como la serotonina, siendo una terapia contra la depresión, dice el experto.
Acompañar, ante todo
Marta Cecilia Montoya, coordinadora de experiencia del usuario en la Clínica Las Américas, dice que este servicio de musicoterapia está desde hace un poco más de 10 años.
Se inició en el Laboratorio de muestras para acompañar a los pacientes, pero poco a poco se fue expandiendo y los practicantes de música de la Universidad Eafit ahora ya tocan en todo el hospital. Ahí donde cualquiera lo necesite y acepte su compañía.
Cada seis meses hay nuevos músicos y la labor continúa. En algún momento esperan tener un grupo de músicos fijo porque la respuesta de los pacientes ha sido buena y no solo para ellos, también para los empleados del hospital, para los acompañantes. Para todos.
“Esto es un concierto permanente. Nosotros trabajamos y ellos tocan el piano, cantan. La música es terapia. Desde la Clínica Las Américas queremos sumar y transformar la sociedad con cada nota, cada canto y cada esfuerzo”.
En la clínica también tienen mascotas con las que los pacientes pueden interactuar. Todo un programa de experiencias para los pacientes y los cuidadores que están atravesando un momento difícil.
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—¿Han tenido experiencias cercanas a la muerte y a la enfermedad?
—Mi hermana sufrió de cáncer a los tres años y fue tratada aquí en la Clínica Las Américas. Me puse a pensar en ella sola en su habitación y no quería eso para los demás niños. Me gusta poder acompañarlos así como me hubiera gustado poder acompañarla a ella —dice María José.
—Yo siempre recuerdo a mi abuela que hace como tres años estuvo en una UCI. Cada vez que voy a cantar allá, me acuerdo mucho de ella. De hecho, había una paciente que se parecía demasiado a ella y me daba abrazos, me decía que me quería mucho. Me recordó a ella —dice Anderson.
—¿Creen que la música tiene un poder de sanación?
—Yo creo que sí. Pasan un rato ameno y dejan de pensar en los problemas internos que tienen, se relajan un poquito —dice Anderson.
—Es muy teso cuando uno hace música ver el impacto que tiene en el otro y la conexión que se produce, aunque sea efímera, es superpoderosa. Las emociones que se comparten, lo que uno genera en el otro (pacientes y familiares). Hay cierta vulnerabilidad —concluye María José.