Fernando Botero iba a cumplir 28 años cuando pintó su primer mural (de tres que ha pintado en su carrera). Era una pared de 2.55 m de alto por 9.07 m de ancho y un área de 23.12 metros cuadrados: la volvió una pintura mural al fresco con acabados en seco, Escena con Jinete, que puede ver desde este lunes, en su extensión y sin afán, en una sala del Museo de Antioquia.
El artista trabajó dos meses, entre febrero y abril de 1960. Se lo encomendó el Banco Central Hipotecario de Medellín tras una convocatoria que Botero ganó, porque quería darle vida y personalidad a su sede de Colombia con Cucutá, en el Centro de la ciudad, a tres cuadras de donde hoy es el Museo.
Es el primero, aunque ya había hecho otro que podría decirse es un boceto de mural, en el sótano de la casa de Leonel Estrada: tres caballos de un carrusel y una mujer negra, con una falda amplia y torso desnudo, que monta el caballo blanco. Lo puede ver también en el Museo de Antioquia, en la sala Promesas de la modernidad, a unos 10 metros de Escena con Jinete, pero vaya despacio que no se parece al Botero que conoce. Camilo Castaño, curador del proyecto e investigador, explica que no es de cerca una obra que le genere preguntas al maestro, como sí lo hizo la pintura mural, la única que está en el país. Las otras dos, La puerta del cielo y La puerta del infierno, que pintó en 1992 y 1993, ya con el estilo por el que se le reconoce, están en una iglesia de Pietrasanta, Italia.
El mural fue restaurado, después de una gran limpieza y de su traslado. Foto: Edwin Bustamante.
Recuperar los colores
Desde agosto, Escena con Jinete habita el museo. Dejó su antiguo lugar, donde estaba entre telas y ropa, lo que venden ahora en el centro comercial Nueva York, que es en lo que se convirtió el antiguo banco. Aunque antes fue una biblioteca y centro cultural de Comfenalco, que lo cuidó en su estancia, y después un parqueadero de motos en el que la entrada quedaba justo debajo del mural. No estaba en buenas condiciones, oculto entre el afán de las compras.
Por eso desde 2019 el Museo de Antioquia y Comfama, acompañados por el Ministerio de Cultura y Argos, se unieron para trasladarlo: toda esa pared fue movida unos 500 metros. Además, lo elevaron por los aires para llevarlo a la terraza trasera y ponerlo en la sala en la que ahora está, ya completo.
El restaurador Jairo Mora estuvo detrás del proceso que requirió, entre otras cosas, que la pieza fuera fragmentada en dos. Jairo explica que lo hubieran podido sacar entero, pero les tocaba correrlo 40 centímetros que implicaba moverlo seis metros. Mejor no correr el riesgo.
Daños grandes tampoco hubo, cuenta Jairo. Y eso pues que hicieron todo un trabajo en el que había que limpiar la grasa, el smog y el mugre de tantos años –su última intervención había sido en 1981– que no dejaba que se vieran sus verdaderos colores. Era remover la obra y un pedazo de pared: señala Camilo que trasladaron el revoque de un muro, solo quedó una capa de cuatro centímetros y medio. El mural pesa 700 kilos, si bien en su soporte original alcanzó dos toneladas por estar sobre el muro de ladrillos.
Desde agosto estaba en un proceso de restauración con Jairo y el equipo del museo. Encontraron unas partes desportilladas por la humedad y había que volver a unir el corte, entre otros detalles de cuidado. Este trabajo en general, que al principio parece increíble (pasar toda una pared), precisa Jairo, es muy meticuloso, de cálculos, de adelantarse a los pro y los contra, prevenir, mitigar los daños. En esas también hacen una reintegración cromática, no es que vuelvan a pintarlo, comenta él, porque sería alterar una obra de arte, incluso hacer plagio.
Van a los punticos blancos y les ponen color. Incluso con un tono más bajo para que cuando la obra se vea completa no se le note la restauración, pero si alguien se acerca se verán tonos más claros. Se trata de mantener la originalidad y de que se muestren las heridas, como cuando a una persona la operan, compara Jairo, y le queda la cicatriz. El mural fue sometido a una gran operación, y eso es parte de su historia. Acérquese mucho: en la mitad se nota la huella de que la vez se partió en dos.
Pintando un fresco
En una entrevista en el diario El Correo, el escritor Óscar Hernández le pregunta a Botero mientras pinta el mural, cuál es su idea: Es algo que no tiene nombre. Lo último que hago es bautizar mis obras. En este mural quise pintar las fuerzas de la naturaleza frente al hombre en tres etapas. Es algo si se quiere hermético, pero que en mi concepto ubica en buena forma no propiamente la historia de algo sino la posición de la criatura humana ante los elementos, y a estos mismos enfrentados al hombre, su dominador.
El maestro le responde además que el arte, más que complicado (y eso porque Hernández le preguntó por lo complicado del mural) es misterioso. El trabajo, revela Hernández porque Botero no quiso, costó cuarenta y un mil pesos. Su técnica, explica en la entrevista, es directa, dibuja sobre el muro porque le interesa la improvisación. Lo que han llamado durante tantos siglos, lo dice así el joven Fernando, inspiración.
El investigador Camilo explica que Botero rompe con la técnica del fresco, que es tan planeada, porque improvisa y se toma libertades en el desarrollo de Escena con Jinete. Esto se nota en cómo, añade él, divide las tareas para pintar, y son unas muy extrañas, en unos cortes raros, precisamente por esas libertades, por esos arrepentimientos.
La entrevista con el escritor termina justamente con un Botero bajándose del andamio y diciendo: Mañana tendremos que desbaratar un pedazo. No me gustan los colores de la primera figura. ¿Le gusta?, le pregunta el periodista. Me va a gustar, responde el artista. Los pinceles los guarda en una canasta donde se guarda el pan.
En el informe final del estado de conservación del fresco, María Carolina Leiva, profesional en conservación y restauración de bienes muebles, indica que la técnica de pintura al fresco se denomina así porque se necesita pintar sobre un mortero fresco y húmedo para que el pigmento hidratado (sea con agua o con cal) se fije al muro. Se identificó que la pieza se hizo en 20 jornadas de trabajo. “En esta obra el maestro no sigue un patrón claro en la ejecución de las tareas, la línea incisa del dibujo preparatorio y las formas, y deja la superficie rugosa”.
Carolina escribe que eran tareas de gran tamaño, lo que implicó que el mural tuviese que ser realizado con rapidez. “Posiblemente por intentar cubrir antes de que se secaran completamente las grandes áreas seleccionadas para las jornadas de trabajo, el maestro abrasiona en varios lugares el pañete; en estas zonas el color se ve difuso y blanquecino”. Ese afán le obligó a realizar acabados a seco, concluye ella, y esos detalles evidencian que no tenía mucha experiencia en pintar al fresco.
El jinete está en la parte central del mural. El mural tendrá iluminación especial para permitir apreciar sus detalles. Foto: Edwin Bustamante.
Mirando despacio
Camilo cuenta que Fernando Botero desde sus inicios quiso hacer pintura mural, y tiene que ver con el contexto de la época: Pedro Nel Gómez pintó mural; México, donde se estaban haciendo, era un referente para los artistas; también en Estados Unidos, y había estado en Italia viendo los de Piero della Francesca, Mantegna, Andrea del Castagno, los de Miguel Ángel.
Entonces pinta su mural. Camilo agrega que tiene un ánimo distinto al de Pedro Nel, que es político. El suyo es plástico, quiere que su pintura tenga poder en esos murales, busca renovarla. Primero, explica Camilo, niega la caja de la perspectiva, muy común en El Renacimiento, y por eso no hay una ilusión de profundidad, todo está en primer plano, quieto, monumental, eso sí inspirado en El Renacimiento, así como el formato alargado que permite contar en escenas partiendo de una central, en este caso el jinete. El color es el que genera el movimiento, domina la escena, modula los personajes.
Si bien a Botero no le interesa revestir su obra de esa aura política, es imposible desligarse de la realidad: es el inicio del Frente Nacional en Colombia, el mundo está en Guerra fría. La obra, como lo dijo en la entrevista el artista, se divide en tres momentos, que el curador describe así: en el grupo de la izquierda hay una relación entre una naturaleza no domesticada (un tigre) y los seres humanos que no sale bien, hay una niña entre el sueño y la muerte. Al lado hay otra escena, un gallo, ahora sí un animal domesticado, con otra niña, que casi toca. Es otro tipo de relación.
Al lado derecho es donde él ve la importancia del contexto: hay unos pájaros que para Camilo son una metáfora de los pájaros de la violencia bipartidista que asesinaban liberales, y que se siente en la obra. Luego hay un hombre muerto y otro que tiene levantado un machete o un mango de un palo con el que lo mató. Para Camilo, es un Botero que no quiere ser literal en lo político, pero que no puede salirse de ello.
Retrata un país rural sin ninguna alusión a la modernidad. “Hay diversidad étnica, ese jinete, ese conquistador, tiene poncho y sombrero. Nos habla de ese relato tradicional que tienen muchos murales de la época y es esa conquista del territorio tan importante en el siglo XX”.
Cuando Botero creó el mural ya había estado en Italia, en Francia, en México, y está buscando su estilo, llenándose de todo eso que vio. Además se autorreferencia, sigue el curador: hay una mezcla de obras suyas, por ejemplo, Apoteosis de Ramón Hoyos, en la que hay un ciclista celebrando, en hombros, y que en este mural es reemplazado por el jinete, que a su vez puede ser un guiño a que el papá de Botero era arriero y murió cuando este tenía cuatro años. Sin Apoteosis de Ramón, dice Camilo, no habría Escena con Jinete. Al lado de ese hombre que va en caballo hay otros, muertos o dormidos (otros ciclistas en la otra pieza).
Hay más obras autorreferenciales: Los obispos muertos con el campesino asesinado. En el informe, Carolina hace una lista de obras en las que encuentra similitudes en las proporciones de los personajes, la textura, el jinete, la monumentalidad, el fondo: Mona Lisa a los doce años (1959), Vallecas the Child (after Velásquez, 1959), Autorretrato (1959), Little girl in the garden (1959). “Todo se cruza en esta obra, y lo que nos hace es conmovernos porque nos muestra un Botero diferente que mucha gente conoció y disfrutó, y que se pierde en el tiempo. Es un artista que está asimilando todos los referentes, no solo los que vio en sus viajes, sino también a Obregón, a una pintura de acción que estaba apareciendo en Estados Unidos donde la pincelada era libre. Todo eso está en ebullición en esta obra”, relata el curador.
Por eso el mural está puesto en esa sala central en el Museo de Antioquia, justo para que sea un punto cardinal que conecta la colección: abajo están los murales de Pedro Nel, en el tercer piso la donación del maestro Botero donde lo puede ver en su actualidad, y en el mismo piso, a la izquierda, obras del siglo XX.
Botero no volvió hacer murales, solo los dos de Pietrasanta, pero explica el investigador que la monumentalidad se ha mantenido en su trabajo. “Aquí ya hay volumen, pero lo que hay sobre todo es una supermonumentalidad que inunda el espacio pictórico, y su actitud siguió así, como si pintara un mural”.
El curador explica que lo que estaba haciendo Botero cuando pintó Escena con Jinete era una de las maneras de hacer pintura más sofisticada en América. Luego ya se fue a Nueva York y estilizó y estandarizó sus figuras con una técnica precisa, una quietud calculada. Reapareció, por ejemplo, la caja renacentista de la perspectiva. “Empieza a convertirse en el lenguaje de Botero que mucha gente conoce”.
¿Cuánto puede durar este mural?, le pregunta Óscar Hernández a Botero, que responde con el pincel hundido en una pintura verde pálida: Unos veinte mil años, más o menos. ¿De verás? Claro, y puede durar más. Si la humedad no lo afecta y la preparación quedó bien (cosa que ya comprobé) no tiene motivo para dañarse. Ya verás.