Camila Pino creció a la par que La Honda, un asentamiento que se empezó a formar en la parte alta de Manrique a finales de los años 90 con la llegada campesinos desplazados que venían huyendo de la violencia. La mamá de Camila también había llegado a la ciudad desplazada. Primero vivió en Bello, y cuando Camila tenía un año, la familia se mudó a Manrique, pero mucho más abajo del asentamiento que estaba en formación.
–A La Honda solo íbamos porque había un piscitanque que costaba 500 pesos, dice Camila. Allá había como unas casitas campesinas y de un momento a otro la gente empezó a llegar, a ocupar los terrenos y a construir las casas.
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La Honda es tan arriba que está más cerca de Santa Elena que del centro de Medellín. Las calles son tan empinadas que caminar es escalar, y son tan estrechas que en una parte del trayecto hay que controlar por radio teléfono el paso de los carros porque solo se puede subir o bajar.
Camila no subía mucho a La Honda, pero tampoco bajaba mucho a Medellín. Sus días transcurrían en un pedazo de Manrique. Ahí estaba su casa, sus amigos, su familia, su vida. Hasta que la echaron del colegio y la tuvieron que matricular en uno más abajo, más lejos, a unas mil 1500 escalas de distancia. Buscando quien le acortara el camino terminó en La Honda.
–Por ahí siempre pasaban unos profesores del Inder, y había uno que ya me había subido como dos veces y en una de esas me dijo, yo la subo, pero la llevo a jugar ultimate en La Honda, y yo le dije, no, yo no voy a subir por allá. Yo allá solo subo a piscina.
Pero el profesor insistió y allá llegó Camila, que prácticamente desde ese día no ha dejado de practicar ultimate —un deporte autoarbitrado que se juega con un disco o frisbee—. El ultimate se le volvió la vida, y la vida se expandió más allá de Manrique, porque Camila empezó a competir, jugó en varios equipos de distintas ciudades del país y terminó estudiando entrenamiento deportivo.
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A Camila La Honda le dio el ultimate y Camila le devolvió el ultimate a La Honda varios años después, cuando la invitaron a conocer los procesos que se estaban haciendo en el barrio. Allá llegó con el disco en la mano y cuando pasó por la cancha unos niños le gritaron que se los tirara y eso hizo. Ese día se quedó sin disco, pero con una idea en la cabeza: crear una escuela deportiva, enseñar el deporte. Así nació Los del Morro, el equipo de esta disciplina del barrio, y uno de los proyectos de la Corporación Somos por Naturaleza.
–A mí me parece un deporte muy ganador por todo lo que representa, porque recoge muchos valores que me parece que son esenciales, sobre todo en el desarrollo de la niñez y las juventudes. La primera regla se llama espíritu de juego y básicamente es que ganar no es tan importante como la persona que tienes al frente. Yo no pretendo sacar jugadores de Selección Colombia, si pasa maravilloso, pero lo que yo quiero es que entre ellos se forme una comunidad y una red segura para que entre todos nos apoyemos y hablemos de lo que no se habla en las casas.
Somos por naturaleza
La Honda se construyó con la urgencia de los que huyen, de los que pierden en un día lo que han tardado en conseguir toda la vida. Pero también con la solidaridad de los que no tienen más que a sí mismos, su fuerza, y la entregan toda con tal de sumar. Es un barrio que ha se ha ido construyendo por los que van llegando. Es todo casas, casitas, una pegada a la otra, tanto, que apenas queda espacio para la calle, para transitar, para el encuentro, para la vida.
Una de esas casas es de la corporación. Una casa en la que no vive nadie, pero que habitan todos. Es un lugar para pensar el barrio y la vida. El trabajo empezó en 2019 cuando Susana Molina y su hermana Ana Isabel arrancaron con unos talleres de tejidos de croché y se fue afianzando luego durante la pandemia, cuando apoyaron con mercados a la comunidad y que terminó convertido en esa casa, en ese espacio para todos, donde se formalizó la corporación.
Antes de diseñar los proyectos a desarrollar, hicieron una encuesta en el barrio para saber qué hacer, qué intereses y qué necesidades tenía la comunidad y cómo podían aportar para intentar resolverlos. De ahí salieron tres ejes: el exploratorio popular sentipensante, dirigido a niños y niñas; la escuela deportiva (que empezó con ultimate, pero tiene entre planes incluir otros deportes), para los adolescentes y el exploratorio textil para las mujeres.
Cada proyecto es una excusa para hablar, para compartir, para fortalecer los lazos comunitarios y, sobre todo, para generar herramientas que permitan mejorar la vida. Expandir los caminos del barrio. La iniciativa, finalmente, tiene que ver con sumar sus fuerzas a los esfuerzos de la comunidad.
“El abandono también se mide en no acatar lo importante y llegar a lo urgente”, dice Susana.
Presencia para mitigar la urgencia
Uno de los aliados de Somos por Naturaleza ha sido el Proyecto N.N. un colectivo de arquitectura que trabajar en asuntos relacionados con el arte, el urbanismo, la investigación patrimonial, la participación ciudadana, el diseño colaborativo y la pedagogía para mejorar el uso de los espacios y los recursos.
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Juntos han adelantado varios proyectos en La Honda. La cíclica, para mejorar el
tratamiento de los residuos orgánicos, un aula al aire libre en el terreno de la corporación y esperan poder seguir trabajando juntos, quizás ampliando la casa para que se adecúe cada vez más y mejor a las necesidades de la comunidad.
Porque La Honda ya no es un asentamiento, es un barrio, por lo tanto, no puede ser la urgencia la que siga determinando el desarrollo del espacio, sino la dignidad, pues es la única manera de mejorar las condiciones en la calidad de vida de la comunidad.
–Se trata de gestionar y organizar todos los recursos posibles para mejorar la calidad de vida y generar una suerte de dignidades en la forma en la que se habita el territorio en estas zonas periféricas, dice Gabriel Duque del proyecto N.N. Porque allá sí que hay muchas ausencias y por haber muchas ausencias, también hay muchas falencias. Pero se trata es de aprovechar la apropiación y el arraigo de la gente para poder utilizar y mejorar con sus propias energías la calidad de vida de todos.
Se trata de sumar fuerzas y entre todos mejorar de a poco lo que el Estado y sus instituciones no han podido resolver. Porque desde los años 50, cuando empezaron a llegar las grandes olas migratorias, muchos —unos expertos y otros no tanto— advirtieron que Medellín eran realmente dos ciudades. La Honda, hoy, es evidencia de esa división. Por un lado, está la ciudad de las certezas, la que tiene todo, por otro la de la incertidumbre donde nada está garantizado y la ausencia del Estado se traduce en una zozobra cotidiana. Hace falta alzar la cabeza, mirar las montañas, para que la indiferencia no invisibilice los problemas de la mayoría.
¿Cómo se traduce la ausencia?
–Hay muchas situaciones del día a día que para mí eran normales. Por ejemplo los polígonos (campos de tiro del ejército que hay cerca del barrio), o el hecho de que lloviera y todas las calles se llenaran de basura o de que todo fuera tan complejo, que el agua se fuera mínimo una o dos veces a la semana y el transporte público que es tan difícil. Aquí hay muchas cosas por muy mínimas sean que hacen parte de la cotidianidad y la dificultan, pero que yo decía marica es la que hay, no puedo hacer nada, dice Camila, pero ahora en esta posición (como parte de la corporación) veo otras perspectivas. Mucha gente se la pasa muy mal y no es justo, no está bien que la gente se la pase tan mal.
La ausencia estatal se traduce en zozobra cotidiana y aunque eso se ha vuelto común no es normal. No es normal vivir de la informalidad y que un día sea una carrera contra el tiempo para conseguirlo todo, la plata para comer, para resguardarse, para vestirse. Tampoco es normal no contar con los servicios mínimos y mucho menos es normal vivir con la incertidumbre constante de volver a perderlo todo, porque si llueve muy duro todo corre el riesgo de venirse abajo, y si no se pierde la vida, se puede perder todo lo que le daba sentido. No es normal.