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Luis Miguel Rivas regresa a Medellín para presentar Más tareas no hechas, un libro de crónicas ficcionadas

El escritor paisa (aunque nació en Cartago) es la estrella de la Fiesta del Libro. En sus charlas no cabe la gente de a pie y en las estanterías sus libros escasean. Este sábado presenta Más tareas no hechas, la segunda entrega de la compilación de textos que escribe mientras aplaza obligaciones más importantes.

  • Luis Miguel Rivas, autor de Tareas no hechas, Malabarista nervioso y Era más grande el muerto. Foto: Cortesía Juan Fernando Ospina
    Luis Miguel Rivas, autor de Tareas no hechas, Malabarista nervioso y Era más grande el muerto. Foto: Cortesía Juan Fernando Ospina
14 de septiembre de 2023
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A las 3:30 de la tarde de este sábado 16 de septiembre Luis Miguel Rivas (nacido en Cartago en 1969 pero criado en Envigado) presenta, en compañía de la escritora Lina Parra, Más tareas no hechas, una compilación de crónicas, cuentos y pensamientos diversos escritos en primera persona que ha publicado en revistas, periódicos y blogs en los últimos 20 años.

Es la segunda entrega de estos escritos heterodoxos pero atravesados por la sensibilidad del autor, que los escribe en momentos en los que debería estar haciendo cosas “más importantes”. La primera selección de Tareas no hechas fue publicada por la Editorial Eafit en 2014.

El autor de Era más grande el muerto llega este año a La Fiesta del Libro como el escritor local más célebre y retirado desde hace algunos meses de las canchas de la cerveza y el porro. Las filas para conseguir un autógrafo y una foto suya duran tanto como las charlas a las que lo invitan. Y sus libros pasan de las bodegas y las cajas de cartón a las registradoras sin conocer las estanterías.

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Rivas respondió esta entrevista hace una semana desde Buenos Aires, donde vive hace 14 años. La cámara de su computador está empañada, como si acabara de salir de un sauna. Se fuma un tabaco muy lento, y cada tanto tira la cabeza con fuerza hacia atrás para quitarse el pelo pesado, gris y crespo que se le viene en la frente. Está en su estudio, donde desde hace meses el ciclista que protagonizará su próxima novela espera impaciente que vuelva a mirarlo, pues lo tiene abandonado desde que sufrió un accidente. Es una tarea no hecha.

Coger esos textos sueltos y volverlos un libro es ya hacer una tarea, ¿no es una contradicción que se llame Tareas no hechas?

“Claro que lo es. Pero en un momento no hacer las tareas se vuelve en una obligación también, entonces hacerlas termina siendo una contraposición al mandato de no hacer, es como una paradoja. Creo que el concepto de Tareas no hechas es oponerse a todo lo que sea un mandato externo a uno, y a veces también a las mismas premisas que uno se impone que se convierten en mandatos de uno mismo, inclusive la irresponsabilidad o la pernicia. Fundamentalmente creo que el concepto es hacer lo que a uno le de la gana cuando a uno le de la gana. Tratar de encontrar un resquicio en el que uno pueda ser uno mismo”.

¿Hay algún tema que atraviesa a todos los textos o de verdad es algo muy disperso o muy a mano alzada?

”Sí, claro. Yo creo que en cada persona que escribe hay unos temas que unifican. Por muy disperso que sea el libro hay siempre uno o dos temas de cada autor. Y en este caso yo creo que hay una cosa de la reivindicación del punto de vista personal en un mundo que obliga a tener un punto de vista preestablecido”.

¿Por eso la primera persona siempre?

“Sí, tal cual. La primera persona puede ser una arrogancia o una humildad o puede ser un acto de sensatez. Yo solo puedo hablar de lo que veo en el mundo. No voy a decir cosas generales que puede decir una narradora omnisciente de cómo es la vida, sino cómo las veo, cómo pasa en la cabeza mía. Solamente me parece a mí que a través de ese acto se puede alcanzar un poquito de sinceridad, porque ni siquiera uno es sincero con uno mismo”.

Llama la atención que en la primera frase del libro —en la nota del autor— dice que más que un intento por contar lo que pasa en el mundo exterior quiere contar lo que pasa dentro de usted...

Sí, esa es otra premisa. Todo el mundo ya está contado. Todos los hechos ya están contados, incluso los nuevos, pues en su estructura ya están porque la narrativa es un asunto genuino del existir. Todo en la vida es: planteamiento del problema de presentación de los personajes, desarrollo, clímax, desenlace. Pero lo que lo puede hacer distinto eso es la manera cómo vos lo ves, la manera cómo esos hechos pasan por tu sensibilidad. Y creo que lo que hace la crónica, lo que lo liga a la literatura es que esos hechos pasan por el filtro de la sensibilidad del autor, y que de entrada se aclara que no se está queriendo contar la verdad sino mi punto de vista, o digamos mi verdad en determinado momento, porque muchas veces puede cambiar. Si yo volviera a escribir muchos de esos textos, si yo volviera a esos lugares, a lo mejor escribiría otra cosa totalmente distinta o hasta opuesta”.

Muchas de las historias que cuenta ahí pasaron casi 10 años antes de que las escribiera, ¿tiene tan buena memoria o hay mucha ficción?

“Estos textos son como crónicas ficcionadas. Yo parto de cosas vividas, y a veces cosas que me contaron pero en cuyo ambiente yo estuve y que me pudieron haber pasado a mí”.

Dice que los textos están ordenados anímicamente y no cronológicamente, ¿cómo es ese orden anímico?

“A veces me pasa mirando mis agendas o los cuadernos de hace 20 años que me doy cuenta de que estoy quejándome de lo mismo, estoy hablando de lo mismo. Y uno cree que ha evolucionado, y resulta que hay estancias de uno en que están en ese tiempo todavía”.

“Yo no quería organizarlo cronológicamente sino por temas, y muchos de esos temas a veces son el mismo presente, independientemente de que hayan ocurrido hace 30 años, ayer, o que incluso sea lo que desees que pase mañana”.

Uno de esos temas es la crítica a los valores o roles muy tradicionales en Antioquia: la culpa, la paternidad, la maternidad...pero a pesar de eso sigue escribiendo (y conversando) en antioqueño, ¿por qué?

“Porque si yo fuera de alguna parte o si fuese algo culturalmente, sería antioqueño. Ahí me formé, ahí hice mi visión del mundo, ahí me instauraron los primeros valores en la educación, en el entorno, entonces no puedo dejar de ser eso. Precisamente por eso mi crítica a muchos de esos valores, porque los he vivido, los he padecido y también, paradójicamente, algunos de esos valores son los que me han permitido escribir en contra de ellos. Por ejemplo, la constancia o ser pertinaz en un esfuerzo, es algo que se necesita en la escritura. A mí no me gusta la palabra disciplina, pero requiere cierta constancia. Requiere también ciertas cosas antioqueñas como la pujanza, que es como una especie de pundonor interior a pesar de las dificultades. Eso, por ejemplo, es lo que me ha permitido escribir en contra de los otros valores de ese cúmulo espiritual en el que crecí. Es una crítica desde adentro en la que yo también me involucro, en la que yo también soy. Yo a veces me sorprendo con que no estoy de acuerdo con lo que pienso. Voy por ahí y me doy cuenta de que estoy pensando cosas que vienen de allá, y me lo critico a mí mismo”.

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Releyendo esos textos viejos, ¿qué ve de diferente en la escritura del Rivas que escribía guiones para televisión en Medellín del que tiene tiempo para caminar y pensar en Buenos Aires?

“Ha influido mucho la distancia en tiempo y espacio, porque mi tema es Colombia. Tener distancia de ese tema y poderlo mirar sin las angustias inmediatas, sin el miedo inmediato que es estar andando en la calle, sin la angustia de la realidad, pero recordarlo por haberlo vivido, yo creo que eso permite una mirada más fresca, más desapasionada o con el toque de pasión necesario para que sea literatura y no solamente desahogo”.

La contratapa del libro es de Gilmer Mesa, otro autor antioqueño, con el que parece que tiene mucho en común...

“Gilmer y yo somos hermanos espirituales. En persona hemos hablado pocas veces, pero desde que leí La Cuadra cuando estaba en el embrollo de escribir Era más grande el muerto, en un atoramiento, para mí fue deslumbrante. Fue la primera vez que veía el tratamiento de ese tema del barrio, de lo popular, de la calle y de esa época contado por alguien del barrio, porque toda la literatura que se había hecho antes era contada por alguien externo, de otra clase social. El descubrimiento de Gilmer fue importantísimo y ahora yo lo considero un hermano. Uno encuentra dentro de la literatura a veces afinidades espirituales, como que uno dice: este man era ya hermano mío desde hace mucho antes y nos encontramos ahora con la literatura”.

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