“La luz es vida”, dice el maestro Pablo Guerrero (1931) con los ojos brillantes como si estuviera recibiendo ese tercer puesto en el concurso regional de fotografía de la Biblioteca Pública Piloto de 1955, que lo haría dedicarse profesionalmente a la fotografía.
No era que su destino no estuviera marcado por el arte desde antes. A los siete años, dice sin ser muy preciso, su hermano mayor le insistía que lo acompañara a las tertulias culturales con sus amigos. Nunca quería ir, qué le iba interesar escuchar hablar un montón de señores mayores de cosas que no entendía. “Es la última vez que te invito”, le advirtió su hermano, entonces fue, y ahí escuchó un nombre, “Rembrandt”, y vio una imagen, “Hombre con yelmo dorado”, y fue suficiente.
Al salir de la tertulia quería llevarse el libro, y no se explicaba con qué truco hacían que la pintura brillara, si era una reproducción. La capacidad de asombro le duraría toda vida.
Pero no era la pintura el arte que tenía designado, tal vez de manera inconsciente, sabía que los juegos de luces y sombras ya habían tenido su tiempo en la historia de ese oficio, pero buena era la fotografía para hacer lo propio, y buena era Medellín.
Antioquia, un amor
Pablo Guerrero nació en Bogotá y a los 22 años, trabajando en una editorial, se mudó a Medellín con la intención de abrir una nueva oficina donde seguir ejerciendo el diseño gráfico. “¿Qué podía hacer solo en la ciudad sin familia y sin amistades?”, dice. La respuesta no está nada lejos de lo que contestaría alguien hoy: leer y estudiar inglés. Hizo todos los cursos del Colombo Americano y leyó lo que le cayó a las manos, que también por cosas que no se tienen que explicar, fueron puros libros de escritores antioqueños.
“Hay en tierras antioqueñas / en las breñas, / en las peñas, / en las cañas / y espadañas / de montañas, misteriosas y encumbradas / tantas veces ignoradas, / tantos cantares perdidos, / tantos ecos dormidos / al compás y golpes rudos / del constante batallar”. declama. Es un fragmento de Hace tiempos de Tomás Carrasquilla, también leyó a Gregorio Gutiérrez, y otras firmas que le dieron ganas de ver por sí mismo todas esos paisajes ideales que llenaban las páginas. No se decepcionó y, así como le pasó con Rembrandt, el descubrimiento marcó su mirada. Gran parte de su trabajo en fotografía es el recorrido por veinte años de toda la geografía regional.
Como cuadros de costumbres, en el libro La mirada al viento. Antioquia vista por un fotógrafo del siglo XX publicado por la BPP para conmemorar la llegada de su archivo a la colección de la Biblioteca, Guerrero tiene fotos de fogones de leña y filtros de agua, caminos rurales y panorámicas de los pueblos de antioquia, imágenes de las que se toman desde un alto mirando haciael valle donde sobresalen las agujas de las iglesias. También están los campesinos, tomando cerveza en tiendas, yendo a la iglesia o al mercado, conversando, trabajando y hasta rasgando el tiple. Algunas imágenes son recuerdos de cosas que ya no existen, como la antigua catedral de Sonsón, destruida por un terremoto en diciembre de 1962, otras siguen ahí, parte indeleble de la cultura antioqueña.
Muchas de las fotografías son en blanco y negro, todas son análogas y con luz natural. “Jamás retoqué una imágen”, dice casi con indignación, recordando a aquellos que se han atrevido a insinuarlo. Por eso está lleno de reconocimientos, el más importante, que lleva siempre en la solapa con orgullo, pertenecer a la Federación internacional del arte fotográfico, que ha puesto su obra en museos de todo el mundo.
Retratos de la memoria
Otra parte clave de su trabajo es el registro que hizo de los artistas e intelectuales de la segunda mitad del siglo XX. Ahí están Fernando Botero, Pedro Nel Gómez, Manuel Mejía Vallejo, Aníbal Gil y Jesusita Vallejo. No son retratos desprevenidos, los pensaba, tenía conversaciones con sus sujetos y los estudiaba, los gestos, los cambios en la expresión, las emociones. La belleza.
No habla de la belleza convencional, sino de belleza como bondad. Ve lo bueno en la gente, se “enamora” de ella y trata de que la cámara capte eso que le llamó la atención en un pimer momento. “Soy feliz, soy feliz”, dice agradeciendo a la vida que lo haya puesto en el camino del arte.