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En surcos de colores: Colombia, su música y su historia

Un libro de Jaime Andrés Monsalve, periodista y jefe de Programación Musical de Radio Nacional de Colombia, cuenta la historia de la música nacional en 150 discos.

  • Actualmente, Jaime Andrés Monsalve es jefe de Programación Musical de Radio Nacional de Colombia. También ha trabajado con Javeriana Estéreo, El Espectador, Cambio, entre otros. FOTO cortesía rey naranjo
    Actualmente, Jaime Andrés Monsalve es jefe de Programación Musical de Radio Nacional de Colombia. También ha trabajado con Javeriana Estéreo, El Espectador, Cambio, entre otros. FOTO cortesía rey naranjo
04 de enero de 2025
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La música tiene que ver con todo. Aún cuando se esfuerza por no decir nada, dice mucho. Dice de nosotros, porque lo que nos gusta escuchar y lo que no, tiene que ver con lo que pensamos y sentimos. Con la forma en que entendemos el mundo, la vida y lo que nos pasa: el amor, el trabajo, el éxito, el dinero, las amistades...

Pero no sólo dice de nosotros como individuos, sino como sociedad, como país. De eso se trata En surcos de colores –Una historia de la música colombiana en 150 discos–, el último libro del periodista y jefe de Programación Musical de Radio Nacional de Colombia, Jaime Andrés Monsalve.

En surcos de colores, y no de dolores, como dice el himno nacional, porque la historia que se construye en el libro, entre un disco y otro, es la historia de lo que ocurrió mientras pasaban las guerras, la violencia, los muertos, la guerrilla, los paras, los narcos, el conflicto.

El libro incluye discos desde 1908, cuando dos colombianos, Pelón y Marín, grabaron música por primera vez. Pero la historia que cuenta es más larga que eso. Va hasta el principio, a la llegada de los españoles.

“La bayoneta y la carabina fueron apenas dos de las varias estrategias de ‘convencimiento’ de la conquista española para la conversión al catolicismo de la población indígena. Leyes de la época hablan de una exención de impuestos para aquellos indígenas que decidieran estudiar las artes de la musa Euterpe. El sonido de los clavecines, las vihuelas y las chirimías tenían más poder en su uso misional que las conminaciones a sangre y fuego. Así, de manera utilitaria las tierras del Virreinato del Perú –del que se desprendería el Nuevo Reino de Granada– se fueron llenando de música”, escribió Monsalve en la primera reseña de Música Ficta, Del mar al alma. Música y letras de la Bogotá colonial.

La música tiene que ver con todo. Con el poder, con la alegría, el desahogo, la tristeza, la espiritualidad, el baile, la política, la religión, las migraciones. Todo. La música es también la historia y Monsalve la cuenta en el libro a través de 150 discos.

–¿Cómo hizo la selección?

–Yo quise que estuvieran los artista que yo siento son los más importantes de Colombia. Lo primero y para lo que invité a algunos colegas fue pensar en discos que recordáramos que estaban en las casas de nosotros, de los papás, de los amigos, la familia, los abuelos, y dimos con unos títulos que eran sempiternos en los hogares, como Viejo Tolima de Silva y Villalba, Los cantos Vallenatos de Escalona de Bovea y sus Vallenatos, alguno de Los Tolimeneses... Saber que estaban en todas estas casas de manera reiterativa, ya hablaba de que se trataba de discos que en su momento se vendieron muy bien.

Había también artistas que yo siento que son importantísimos dentro del repertorio colombiano aún sin saber en ese momento en qué discos físicos estaba su mayor acervo de éxitos. Luego hubo otro repaso con los colegas, después de mostrarles un listado de discos para ver qué creían que hacía falta, y también traté de abarcar los fenómenos regionales colombianos y las elaboraciones musicales de géneros extranjeros que tuvieran representatividad en Colombia, entonces ahí está el bolero, la salsa, el jazz, la música clásica, el reggae, el ska, el reguetón. No todo es música de mi gusto o que yo esté escuchando permanentemente, pero sí siento que hay una mirada representativa de artistas que han sido muy importantes para el país tanto adentro como afuera–, dice Monsalve.

La lista de discos incluye de todo: rap, pop, cumbia, chucu chucu, vallenato, salsa, rock, joropo, rasqa, carranga. Hay de todo, de artistas súper conocidos como Shakira, Lucho Bermúdez y Matilde Díaz, Alci Acosta, Alejo Durán, Octavio Mesa, Helenita Vargas, Karol G, Joe Arroyo, Darío Gómez, Grupo Niche y otros mucho menos reconocidos, como Yaki Kandru, Alé Kumá, Curupira, The Rebels y el Grupo Saboreo.

Pero hay, sobre todo, historias curiosas, encantadoras e increíbles, como la de Los hermanos Ferreira, que “habían sido apadrinados por el propio dictador Rojas Pinilla, quien les dio pasaportes diplomáticos para que fueran a recorrer el Cono Sur, Centroamérica y los Estados Unidos. En Chile alternaron con Louis Armstrong, de Cuba huyeron tras los desmanes por la muerte del líder revolucionario Camilo Cienfuegos y una vez llegados a Miami, compraron una vieja camioneta que los llevó hasta Nueva York”, escribió Monsalve.

Está también la historia de Pacho Galán y la invención del merecumbé; el paso del barranquillero Nelson Pinedo por la Sonora Matancera y las orquestas de Tito Rodríguez y Rafael Cortijo; la apuesta estética del Binomio de Oro que revolucionó el vallenato; el “terror profundo al protagonismo” del gran Edmundo Arias y su gran amor por Medellín; la importancia de Leonor González Mina y la casualidad que la llevó del ballet al canto; Los Yetis y el entorno adverso para el rock nacional en sus inicios; el por qué de los 14 cañonazos bailables y así, hasta completar 150 reseñas.

–La historia de la música es también la historia del país, ¿cómo fue escribir el libro, escoger qué decir de cada disco?

–Sí, hay géneros que en determinado momento hacen crónica de lo que fuimos, músicos que son testigos de su tiempo y que no necesariamente escribieron textos hablando deliberadamente de la violencia o el narco, o lo que fuera, pero sí hay una huella, una suerte de mirada transversal frente a lo que estaba ocurriendo entonces, en algunos casos, era muy importante dar ese contexto.

El género de la crítica y el periodismo cultural y musical –que a veces es mirado de soslayo por quienes están concentrados en la actualidad, en las noticias, en lo que se supone que es importante– debe marcar un estado de las cosas en determinados momentos, lo que llaman un zeitgeist. Yo quise apelar mucho a eso porque muchos discos nos hablan de una Colombia de despojo, de desplazamiento, de violencias de diferentes lados, balaceras cruzadas de una cantidad de agentes que uno no sabe, es un sálvese quien pueda. Eso está reflejado en muchos de los contenidos, entonces siento que hay una banda sonora de Colombia de 116 años y en esos 116 años es imposible imaginarnos un país paradisíaco porque no lo es. Es una país convulso y está música tiene esa huella.

–Después de hacer este ejercicio, ¿qué idea le quedó del país?, ¿qué cambió en su percepción?

–Yo sigo sintiendo, y lo corroboré con las muchas audiciones de los discos para el libro, que la música y el arte en general declaran situaciones que están ocurriendo, denuncian en algunos casos y en otros no, pero queda ese buen o mal sabor ahí en los contenidos.

Encontrarme por ejemplo con el disco Viejo Tolima de Silva y Villalba. Yo sabía que existía y conozco varios de los temas, pero nunca le había prestado tanta atención a la letra del tema Viejo Tolima. Con el título uno se imagina que es un tema que habla de la nostalgia de su departamento, pero resulta que habla directamente y de manera muy literal del desplazamiento por cuenta de la violencia. Yo no había detectado eso y me causó gran impresión y me quedé pensando en cuánta cantidad del acervo musical colombiano ha tocado estos temas sin que nosotros lo tengamos claro, sobre todo por ser una música tan de entretención y tan divertida como puede ser por ejemplo la música de Octavio Mesa. Si uno realmente va un poco más allá se da cuenta que El jornalero es una canción protesta que habla de las condiciones del trabajador frente al empleador. Y estamos hablando de un género protesta dentro de una cosa tan simpática como lo es la parranda paisa. Entonces sí, con muchas situaciones de lo musical que me encontré sí siento que hay una huella de lo que hemos sido como latinoamericanos y colombianos.

Dice El Jornalero:

Yo sudando hasta las güevas

Pa que otro consiga por un vil jornal

Y el cacorro en la oficina

Derrochando güisqui y yo sin mercar

A las cinco ‘e la mañana

Ya estoy levantando tomando aguasal

Porque ya ni aguapanela

Los que jornaleamos podemos tomar

A las once ‘e la mañana llega el hijueputa sin saludar

Me dice: “Trabaje duro porque ese trabajo es para entregar”

A las once ‘e la mañana llega el hijueputa sin saludar

Me dice: “Trabaje duro porque ese trabajo es para entregar” (sí señor)

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–¿Cómo cambia la música en los 116 años que recorre el libro?

–Yo creo que cambian los géneros, cambia la manera de interpelar a la gente, cambian los gustos también, pero así como hay una música para bailar y una música pasatista, también hay otra del mercado independiente y de las regiones o la clásica o el jazz, que están hechas de otra manera, para llegar a públicos menores, pero para perdurar un poco más en el tiempo. Eso ocurre en todos los lugares del mundo. Hay músicas que se ponen de moda y desaparecen, otras con« afán de permanecer y eso es algo que también se nota mucho aquí en Colombia. Yo traté de no dejar de lado ninguna de las dos situaciones.

Hay por lo menos cinco o seis discos que no fueron ni son parte en este momento de lo que podríamos llamar un canon de las grabaciones colombianas, pero que yo inserté en el libro pensando en que su valía musical en determinado momento va a lograr que se inserten en el canon o que al menos tengan una mejor suerte, que se puedan recordar un poco más. Discos que no son de artistas famosos ni fueron multivendedores, pero tienen alguna importancia relativa en torno a lo que siento yo es una discografía colombiana, caso del disco de Luis Rovira del año 1961, que fue un disco que seguramente no vendió muchas copias y del cual nadie habla, pero es el primer disco de jazz grabado en Colombia y tiene como guitarrista nada más y nada menos que al querido maestro León Cardona con su guitarra Gibson. Es un disco absolutamente extraordinario pese a que no se hable de él.

–Los discos están organizados cronológicamente, ¿por qué?

–La idea era que no estuviera dividido por géneros sino por años, es decir, que se lea como el desarrollo de una discografía del país, por eso es que es tan diletante el libro, como esquizofrénico y te encuentras después de un disco de metal uno de carraga, y después uno de salsa, y otro de despecho, y luego uno de balada y así, dice Monsalve.

150 discos es mucha música, pero no tanto cuando se piensa en la historia de un país. Aunque sí hacen más justicia por la discografía local que los 100 que le encomendó a Monsalve la editorial Rey Naranjo cuando le propuso hacer el libro.

Eso sí, Monsalve se las ingenió para meter más, por eso, acompañando algunas reseñas hay varias sugerencias que van ampliando la selección, por ejemplo, cuando escribe sobre el Himno nacional de la República de Colombia, incluye un listado con otras grabaciones del himno nacional. Lo mismo hace cuando habla de Garzón y Collazos, incluye un listado con otros temas del dúo y así en varios momentos del libro.

***

Descubrir nueva música es cada vez más difícil. Las plataformas eligen por nosotros, nos sugieren guiados por la inteligencia artificial. El algoritmo es la ley, pero contrario al algoritmo está el libro de Jaime Monsalve, que con su selección de discos no sólo cuenta una parte de la historia de la música en Colombia sino que expande el panorama de la música, nos acerca a lo desconocido.

En surcos de colores es una guía para adentrarse a la historia de Colombia y su música, para ver el país desde otro lugar, pero también una hoja de ruta para navegar la música que es tanta y está tan a la deriva.

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