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Entre la quiebra y la violencia: el día a día de las bibliotecas populares

Formados por iniciativa de la ciudadanía, estos escenarios de la cultura y el arte desafían problemas de todo tipo.

  • Las bibliotecas populares y comunitarias ofrecen espacios de cultura y diálogo a las comunidades más expuestas a la violencia. Fotos: EL COLOMBIANO
    Las bibliotecas populares y comunitarias ofrecen espacios de cultura y diálogo a las comunidades más expuestas a la violencia. Fotos: EL COLOMBIANO
  • La Biblioteca comunitaria de Santander es el resultado de más de treinta años de trabajo de un grupo de mujeres del sector. FOTO EDWIN BUSTAMANTE
    La Biblioteca comunitaria de Santander es el resultado de más de treinta años de trabajo de un grupo de mujeres del sector. FOTO EDWIN BUSTAMANTE
  • La Biblioteca comunitaria de El Salado nació de un club deportivo que quería ofrecer alternativas para el uso del tiempo libre. FOTO edwin bustamante
    La Biblioteca comunitaria de El Salado nació de un club deportivo que quería ofrecer alternativas para el uso del tiempo libre. FOTO edwin bustamante
  • Entre la quiebra y la violencia: el día a día de las bibliotecas populares
19 de junio de 2022
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A menudo, las bibliotecas comunitarias y populares de Antioquia —25 de ellas agrupadas en Rebipoa, red que ayuda en los procesos formativos y en la búsqueda de títulos para nutrir la oferta bibliográfica— son la forma de las comunidades de luchar contra la violencia y la indiferencia del Estado. Ubicadas en sectores marcados con la tinta roja de la pobreza, el desempleo y la falta de oportunidades, las bibliotecas son una respuesta corta pero valiente a la complejidad de un ambiente hostil. EL COLOMBIANO visitó tres de ellas, afincadas en distintos puntos de la geografía del Valle de Aburra.

Sus historias son distintas, cada una ha llegado hasta dónde está por caminos diferentes. Por ejemplo, la Biblioteca de la Fundación Girasol —El Salado, Envigado— surgió de un equipo aficionado de futbol, fundado hace 33 años. Desde el principio, el equipo y la biblioteca fueron estrategias paralelas para un mismo fin: ofrecerle a los jóvenes del sector escenarios para el disfrute del tiempo libre.

Una motivación muy similar alentó la creación de la Biblioteca Sembrando Futuro —Barrio Santander, Medellín—, a una hora en carro de las instalaciones de Girasol. El punto de partida de esta biblioteca no fueron los escenarios del deporte. Su origen se dio bajo el manto de una comunidad religiosa, las Misioneras del Calvario. A finales de los ochenta, las hermanas Socorro Cuesta y María Requejo convocaron a los jóvenes del sector y plantaron en ellos la idea de una biblioteca para la comunidad. Desde entonces, las gestoras de la iniciativa han perseverado en el empeño, incluso tras el viaje de las monjas a Bogotá.

De Santander a la Biblioteca Lola Vélez —París, Bello— hay poco más de dos kilómetros. La Lola Vélez es la más joven de las tres instituciones: levantó el telón en septiembre de 2019. En el génesis la Fundación T-asombro le apostó a la formación teatral y artística de los jóvenes de la comuna más poblada de Bello. Sin embargo, la necesidad de adecuar un espacio para la consulta y la lectura se abrió paso pronto. Una de sus fundadoras aprovechó sus estudios en bibliotecología para convencer a los demás miembros del colectivo cultural de buscar donaciones y rendirle homenaje a una pintora del municipio.

Las cosas no son nada fáciles para las bibliotecas comunitarias y populares. El fantasma del cierre se pasea en los balances económicos que con mucho trabajo llegan al punto de equilibrio. A veces los dados ruedan y no se sabe cuál será el número de la suerte. La Biblioteca de Girasol funciona en un salón contiguo a la parroquia del sector, la Santiago Apóstol. La de Santander tiene sede propia, construida con el apoyo de una Ong internacional, mientras la Lola Vélez paga arriendo. Las circunstancias son distintas, pero comparten el rasgo de ser una cuesta arriba que cada mes deben trepar los gestores culturales.

La mayor parte del calendario, las bibliotecas populares y comunitarias desafían la corriente de las cosas. Y, a veces, las metas no se cumplen. Hace un par de meses, Rebipoa abrió una Vaki para importar de España una donación de ocho mil ejemplares. La suma ascendía a los 25 millones de pesos. La colecta estuvo abierta tres meses, pero el aporte de la ciudadanía estuvo lejos de alcanzar la meta. El proyecto quedó en vilo. A pesar de este y otros tropiezos, los gestores no tiran la toalla: perseveran en una tarea casi invisible pero vital para dignificar a las comunidades vulnerables.

Gloria Hernández, la biblioteca es una siembra

La Biblioteca comunitaria de Santander es el resultado de más de treinta años de trabajo de un grupo de mujeres del sector. FOTO <b>EDWIN BUSTAMANTE</b>
La Biblioteca comunitaria de Santander es el resultado de más de treinta años de trabajo de un grupo de mujeres del sector. FOTO EDWIN BUSTAMANTE

“Éramos un grupo juvenil antes de tener biblioteca, antes de tener corporación. Empezamos en las calles del barrio Santander haciendo recreación los sábados y algunas veces los domingos. En el mes de octubre hacíamos una fiesta súper linda por el Día del Niño. En diciembre les hacíamos la novena en vivo y en directo. Aquí había unas religiosas españolas, las Misioneras del Calvario: Socorro Cuesta y María Requejo. Estaban viviendo aquí. Ellas se preocupaban mucho por los jóvenes y las madres cabeza de familia. Entonces nos invitaron a que hiciéramos parte de un grupo juvenil que se llamaba Nuevo Amanecer. Vivíamos tiempos muy fuertes de violencia y en ese contexto quisimos crear esta biblioteca. Primero se hizo un proyecto, que enviamos a España. Salimos favorecidos con un recurso que sirvió para comprar este terreno y levantar el primer piso. La idea era construir tres piso: uno para la biblioteca, otro para un salón social y otro para un gimnasio. La plata no alcanzó.

En este sitio estamos desde 1995, después de tener otras sedes. Por las condiciones de la violencia, las hermanas se fueron de acá en ese mismo año, la comunidad las mandó para Bogotá.

Desde siempre hemos buscado que las personas vengan, hagan uso de la biblioteca, se deleiten y se disfruten los libros que tenemos porque hay unas colecciones muy buenas. Hemos hecho muchas cosas para financiarnos: bazares, la venta de las empanadas de doña Emilia, el reciclaje. Hicimos la recolecta del huevo: cada mes salíamos un domingo a recoger por las calles del barrio un huevo o el valor de un huevo. Los organizábamos en canastillas y los vendíamos. Eso nos daba muy buen resultado porque económicamente entraban recursos. También hacíamos algo muy lindo que era el homenaje a las madres: en el mes de mayo hacíamos una actividad que incluía lectura de poemas, canciones con dedicatorias y todo eso.

De los desafíos grandes es lograr que la biblioteca se mantenga abierta con los poquitos recursos que hay. Trabajamos con los niños, los adolescentes, los abuelitos, las personas en situación de discapacidad. Que la gente venga no es difícil: hay que tener muy claro el proyecto que se quiere trabajar con ellas, tener un plan de trabajo. Tuve la dicha de tener un niño en situación de discapacidad. A raíz de esto he aprendido mucho de los miedos, el mundo, los deseos de estas personas. He trabajado con ellos: ha sido una forma de incluirlos, de abrirles otros espacios. Siempre estoy pendiente de los subsidios que el gobierno ofrece para ellos y voy donde las mamás para animarlas a que se presenten, a que vayan, que busquen oportunidades para sus niños”.

María Lucelly Castañeda, entre libros y balones

La Biblioteca comunitaria de El Salado nació de un club deportivo que quería ofrecer alternativas para el uso del tiempo libre. FOTO <b>edwin bustamante</b>
La Biblioteca comunitaria de El Salado nació de un club deportivo que quería ofrecer alternativas para el uso del tiempo libre. FOTO edwin bustamante

“Esta corporación nació hace 33 años como escuela de fútbol. Nació exactamente en 1988. Fuimos lo que quedó de un grupo juvenil que tenía la parroquia. El primer grupo juvenil se terminó y entonces de ahí salió un grupo de personas que pensó: “Bueno, ¿y ahora qué hacemos?” Entonces dijimos: “Bueno, vamos a empezar a atraer a los niños con el deporte. Y en paralelo hacíamos con ellos talleres de sexualidad, de promoción de lectura, talleres de varias cosas. El nombre Giralsol lo escogimos en la sala de mi casa. El girasol busca la luz del sol y ofrece un aceite saludable. Queríamos eso: salud y conocimiento para los niños.

Quisimos ayudar un poquito en el proceso de formación de los niños, sacarlos de la calle, tenerlos ocupados, que su tiempo libre lo ocuparan de una manera más positiva. En 1994 le dijimos a la entonces directora de la Casa de la Cultura que la comunidad necesitaba una biblioteca, no teníamos una. Ella nos dijo: “ustedes ya están listos, ya no tengo que inventarme nada porque ya ustedes tienen su grupo”. El rector del colegio nos prestó este espacio, el salón de allá para que montáramos la biblioteca y empezamos a hacer la publicidad en la comunidad. Montamos una comparsa. La gente comenzó a donar libros: todo el mundo iba, llevaba los libros viejos que tenían en la casa. La mayor parte de los libros que nos llevaron era para reciclar. La biblioteca José Felix Restrepo nos ayudó, nos puso un funcionario de la biblioteca que nos ayudó a hacer el descarte porque nosotros no sabíamos nada de bibliotecas. Yo era secretaria, pero de bibliotecología, nada. Entonces ellos nos dieron toda la asesoría inicial. Con lo que vendimos de reciclaje, arreglamos el salón, lo pintamos y la universidad EAFIT regaló unas sillas, unas mesas y el médico de la universidad regaló su computador personal con la biblioteca Encarta. Entonces el material de consulta de nosotros era esa enciclopedia y una enciclopedia que le compramos al Círculo de Lectores, que era muy buena.

El viernes hay dos grupos de manualidades que son de presupuesto participativo y cada grupo tiene 24 personas. A las clases de baile vienen 18 o 20 personas. En el grupo de óleo son más o menos 12 personas las que están viniendo. Y en el grupo de teatro con los niños tenemos más o menos 15 niños, porque la idea que tenemos este año es montar una obra. Trabajamos para llevar la obra al Festival de Teatro de Envigado.

A uno le preguntan a veces cómo creo que ha impactado la biblioteca en el barrio. Cuando empezamos la biblioteca teníamos buena relación con unas profesoras y ellas traían a los niños aquí a la hora del cuento. Dos de esas profesoras estaban haciendo un trabajo de investigación en la Universidad de Antioquia sobre el perfil de los estudiantes del colegio Salado. Se dieron cuenta que la mayoría de los muchachos pensaba en salir del colegio para ser taxistas y las muchachas en trabajar como cajeras. Después de varios años de la biblioteca, muchos de los muchachos que venían han llegado a la vida profesional. Yo digo que de alguna manera la biblioteca ayudó a cambiar el chip porque uno de los objetivos era mejorar la calidad de educación de la zona. De alguna manera hemos ayudado a ampliar a las aspiraciones de la gente del sector”.

Manuela Henao, un pulmoncito en la ciudad

Entre la quiebra y la violencia: el día a día de las bibliotecas populares

“París es una zona con densidad demográfica muy alta. Es la comuna más habitada de Bello y es una zona marcada por el abandono estatal. La población no tiene acceso a educación de calidad, a un sistema de salud digno. Y la juventud no tiene acceso a espacios sanos de recreación. Acá hay una zona rosa gigante, llenísima de discotecas, hay muchos parques y canchas, pero esos parques y esas canchas son espacios que se los tomaron los grupos armados al margen de la ley, las dinámicas del microtráfico. No son espacios seguros para la juventud. Nosotros quisimos instalar una especie de pulmoncito en la mitad del barrio, donde la gente pueda venir, pueda acceder a una programación artística y cultural, pueda tener un espacio donde venir a estudiar, conversar, generar diálogo de lo que nos pasa como comunidad, de lo que sentimos, de lo que vivimos.

Todo nace desde el teatro. Primero solo éramos una corporación de teatro, pero poco a poco se han expandido esos horizontes y hoy tenemos una escuela de educación popular y tenemos clases de danzas folclóricas, de piano, de teatro y de teatro infantil. Queremos ayudar a perfilar proyectos de vida diferentes a los que el mismo territorio ha condicionado: perfiles de supervivencia. La mayor parte de los hogares de la zona están conformados por un solo progenitor. Además, los jóvenes están expuestos al reclutamiento de las bandas. No podemos solucionar todos los problemas, pero sí dar insumos para que los proyectos vitales comiencen a cambiar. Hemos tenido tres cohortes de un preuniversitario popular y algunos de los chicos pasaron a la universidad.

La biblioteca se fundó en septiembre de 2019 y lleva su nombre en homenaje a la pintora bellanita Lola Vélez. Lo hicimos porque la institucionalidad no se esfuerza mucho en darle permanencia a ese legado. En la fundación de la biblioteca participamos Zully Melissa Ballesteros, Manuela Henao Aguirre, apoyadas por Leidy Laura Castrillón. Acá todas somos voluntarias. Además de la biblioteca, la casa cuenta con un teatro para cincuenta personas y con un café bar.

En este momento buscamos iniciativas para lograr la sostenibilidad. Hacemos eventos y realizamos obras de teatro con precios de entrada pequeños que nos permitan acercar a la comunidad y al tiempo ser sostenibles. El café bar todavía no lo es.

Los libros que tenemos fueron donados por la comunidad. Debemos meses de arriendo porque este edificio no es nuestro. Participamos en las convocatorias municipales, departamentales y del ministerio de cultura. También hemos incursionado en el teatro corporativo”.

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