En la sala Kintana, de la Biblioteca Municipal Federico García Lorca, de Apartadó, hay una muestra del trabajo plástico de Fernando Rivillas. En esos cuarenta cuadros, expuestos hasta mediados de agosto, se perciben las particulares relaciones que Fernando ha tenido con las plantaciones de banano –que en el Urabá se extienden hasta el horizonte mismo–, con el trazado sinuoso de los ríos, con la luz que en esa subregión de Antioquia se hace palpable, casi un fruto dispuesto para el roce de la mano.
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Pero la muestra no se restringe a los paisajes, también están allí los habitantes reales e imaginarios de Urabá. Ahí están las mujeres que extienden las ropas en el patio de la casa, a pocos pasos de las bananeras, las que acompañan a los pescadores en sus viajes río arriba, las que lloran por las muertes violentas de sus hijos. Y no solo ellas emergen de los cuadros: además están los personajes de la fantasía de Rivillas, los que están conectados con sus intereses literarios y pictóricos: La Mona Lisa está rodeada de hojas de banano, la piel blanquísima de Marilyn Monroe es una caricia para la mirada en la mitad de un cultivo, rodeada por la fauna de la región.
Uno de los puntos más altos de la exposición es la pintura que borra las fronteras del pasado y el presente, algo que a menudo hace el arte para recordarle al espectador lo caprichoso del tiempo. En uno de los lados del cuadro aparece la familia pintada por Francisco Antonio Cano en Horizontes, ese emblema de la antioqueñidad. En el otro extremo de la pintura se ve a la misma familia, pero esta vez desplazada por la violencia: el padre carga una nevera y la madre y el hijo ya crecido, llevan lo poco que pudieron sacar de la casa antes del regreso de los actores del conflicto. Y entre las dos familias están las plantaciones de banano, tan bellas para el ojo y tan llenas de historia.
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El pintor
Al finalizar el bachillerato, Fernando enfrentó una encrucijada: decidir entre el periodismo y la medicina. “Hasta el último día estuve decidiendo entre periodismo y medicina. Finalmente, escogí medicina porque en mi casa éramos seis hijos y mi papá era obrero. Opté por medicina porque veía más posibilidades de estabilidad económica”.
Tras graduarse, Rivillas se trasladó a Urabá para realizar su servicio social como médico general. “Estuve allí ocho o nueve años, enfrentando situaciones difíciles como los paros largos. Luego hice una especialización en cirugía general, y al terminar, regresé a Urabá porque había trabajo”. El ejercicio de la medicina en Urabá fue arduo.
“Trabajaba en el hospital y enfrentamos una pelea fuerte cuando el gobernador decidió privatizarlo. Estuvimos cuatro meses luchando contra la privatización. Aunque casi ganamos, el alcalde necesitaba que el hospital fuera privado para salvarse de una demanda”, relata Fernando. Después de Urabá, Fernando se mudó a Barranquilla, donde lleva seis o siete años trabajando como cirujano pediatra. Sin embargo, su corazón siempre estuvo dividido entre la medicina y el arte. “Trabajo 15 días en Barranquilla y los otros 15 días me dedico a pintar y escribir en Medellín. Mi vida está dividida entre estas dos pasiones”.