La nueva familia de billetes que circulará a partir del 2016 rendirá homenaje a personajes de la cultura, entre ellos la pintora antioqueña Débora Arango decorará el billete de 2.000, Gabo el de 50.000 pesos, Virginia Gutiérrez el de 10.000 pesos, así como los presidentes Carlos Lleras y Alfonso López Michelsen estarán en los de 100.000 y 20.000 pesos, respectivamente.
El gerente del Banco de la República, José Darío Uribe, precisó que la entrega de los billetes se dividirá en cuatro tandas. En el primer trimestre de 2016 el turno será para el billete de $100.000. En el segundo trimestre circulará el de $20.000. Para el tercer trimestre, la imagen de “Gabo” en el billete de $50.000 verá la luz del público.
Y remata el final de año con la entrega de los billetes de $10.000, $5.000 y $2.000 en el cuarto trimestre. Vale aclarar que los billetes actuales seguirán circulando en paralelo a la nueva familia.
“La nueva familia de billetes da continuidad al concepto de biodiversidad de la familia de monedas que comenzó a circular en junio de 2012, al tiempo que destaca un grupo de elementos culturales y paisajes de nuestra geografía, que se han convertido en símbolos de la riqueza, variedad y creatividad colombiana. Además, rinde homenaje a personajes de la cultura, la ciencia y la política del país, y refuerza el reconocimiento del papel protagónico de la mujer en la sociedad colombiana”, afirmó Uribe, en la presentación de los nuevos billetes.
La antioqueña Débora Arango (1907-2005), será homenajeada en este último billete que circulará a finales de 2016 al ser la creadora de una verdadera revolución en la escena del arte nacional.
El billete de $2 000 tendrá en el anverso la imagen de la pintora y el reverso exaltará Caño Cristales, el hermoso río de los cinco colores, ubicado en la Sierra de la Macarena.
Esta pintora y acuarelista antioqueña es considerada una de las artistas más importantes que ha tenido Colombia en su historia, debido a su postura a través de sus retratos de la violencia, la pobreza, el dolor y la injusticia, que le valieron ser criticada duramente, pues en su tiempo una mujer carecía del derecho de expresarse.
Según el crítico Alberto Sierra, “en el momento de Débora, la mujer no existía, era una ciudadana de segunda, y ella toma la vocería como la reportera de la sociedad en ese momento”.
La artista fue discípula del maestro Pedro Nel Gómez, quien, recuerda su sobrina Cecilia Londoño, dejó de dictarle clases por el temor a que la alumna superara al maestro.
Débora sufrió la negativa de su maestro para recomendarla en la Escuela Nacional de Bellas Artes de México. “Débora tomó sus obras, se fue para México y se las presentó al maestro Cantú quien le dijo: ‘No solo la admito en mis clases, sino que le doy la beca”.
En 1955 expuso en Madrid una muestra individual, pero por orden de Francisco Franco sus pinturas fueron descolgadas.
En 1957 realizó su primera exposición individual de pinturas en Medellín, en la Casa Mariana, invitada, a manera de desagravio, para conmemorar los veinte años de los jesuitas en la ciudad, de donde tuvo que sacar sus obras por temor, tras la caída del gobierno de Laureano Gómez.
Luego de estos desencantos con sus exposiciones, la artista guardó su obra en Casablanca y se dedicó a un trabajo privado por casi veinte años. Detuvo su trabajo cuando ya se encontraba en su séptima década.
“Dejó de pintar porque aseguraba que se le había ido la musa, la inspiración, pero en Cartagena volvió a pintar sus últimos cuatro cuadros”, recuerda su sobrina Cecilia Londoño.
Sus cuadros fueron un constante desafío. Al rol sumiso que se suponía debía asumir la mujer a principios del Siglo XX; a la violencia, que ya para entonces, años cincuenta, no daba tregua entre liberales y conservadores; a la moralidad misógina de la sociedad que le tocó vivir.
Por eso, y a pesar de que la arropara el escándalo, no tuvo reparos en realizar esos crudos desnudos sobre el lienzo y el papel: mujeres acosadas, violadas, traficadas y humilladas por los poderes oficiales en las cruentas batallas libradas en el país. Cuadros tan duros que muchos incluso comparan con algunas estaciones del Vía Crucis.
Sus creaciones ofrecen un testimonio tan personal como universal de los atropellos contra los derechos humanos de su tiempo. Débora Arango murió en 2005 a los 98 años.