Una delicia de caminar por el Centro está en hacerlo mirando para arriba. No tanto el firmamento, que poco se ve, oculto por los edificios altos, especialmente si se hace por la mitad occidental del corazón de Medellín.
Lo interesante, no obstante y precisamente, es observar los edificios altos que, no pocos, hablan de épocas distintas, como testigos sobrevivientes de momentos estéticos y económicos diferentes.
La mayoría de inmuebles y edificios de gran valor arquitectónico que están en el Centro fueron construidos a lo largo del siglo XX, aunque hay otros anteriores. La historia de algunos de ellos se hunde en el siglo XIX, como la casona de Pastor Restrepo Maya, el fotógrafo, diseñada por Juan Lalinde y construida en 1870. Dicen que puede ser la casa más vieja que hay en el Centro, sin contar varias iglesias que son anteriores. La Veracruz, en Carabobo con Boyacá, se considera la más antigua de las que están en pie actualmente. Empezó a edificarse en 1682 con el nombre de Ermita de Los Caminantes, la obra siguió en 1791 y tuvo reparaciones en 1809.
También están los edificios Carré y Vásquez, ubicados en San Juan con Carabobo, construidos entre 1893 y 1900, y que se restauraron, el primero en 2006 y el segundo en 2004.
De ahí en adelante se fueron sumando otros, como el Palacio Nacional, en Carabobo entre Ayacucho y Pichincha, de 1925; el Museo de Antioquia –entonces Palacio Municipal–, que se ubica en Carabobo, entre la avenida de Greiff y Calibío, construido entre 1931 y 1937; el Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe –antigua Gobernación de Antioquia–, que está en Bolívar entre Calibío y la Plaza Botero, llamado en su época de esplendor Palacio de Calibío, que se dejó incompleta en 1930; el Palacio de Bellas Artes, en La Playa con Córdoba, que se terminó en 1932; el Miguel de Aguinaga, en el cruce entre la Avenida de Greiff y Carabobo, hecho entre 1956 y 1960, y el Teatro Pablo Tobón, al principio de La Playa, que se inauguró en 1967. Eso por mencionar algunos.
El arquitecto Luis Fernando González explica que no hay sitio de la ciudad donde haya una suma compleja, variada, diversa, rica y plena de historia como el Centro. Es el único espacio que tiene esta condición singular, sin un estilo que predomine más. “Medellín siempre se ha resignificado y ha demolido y vuelto a construir sin ningún control y manera de preservar conjuntos enteros”.
Ello no representa un defecto, en este caso es simplemente una característica.
Pedro Pablo Lalinde, arquitecto y pintor, coincide en la idea de diversidad. “El Centro no tiene un estilo único. Es ecléctico. Se diferencia en eso de poblaciones como Mompox, que tiene uniformidad por haber sido construida en una misma época y poco han añadido de ahí en adelante”.
Si bien, entonces, no se puede hablar de unidad estilística, Darío Ruiz Gómez y Alba Bedoya Torres, urbanistas, escribieron en un artículo publicado en Generación de EL COLOMBIANO, que un subconjunto de edificios del Centro constituyen un ejemplo de Art Decó.
“En Medellín significa la presencia de una modernidad que históricamente intenta dejar atrás la fealdad de la ignorancia, el mudo sometimiento ante la fealdad de los objetos, la burdeza de los materiales, tomados casi como una fatalidad religiosa ante las dificultades del medio. Con la generación de los llamados arquitectos del treinta, Pedro Nel Gómez, Nel Rodríguez, Tulio Ospina y la siguiente promoción, de Federico Vásquez, Dotheé, Ignacio Vieira, Arturo Longas, etc., va a desarrollarse en Medellín esta propuesta estética (...)”, que se caracteriza por edificios con “luz en los patios, en los contra portones, en la ventanería y en las cenefas de los comedores (...)”.
Lalinde también destaca los edificios Atlas, una construcción de tres pisos ladrillo a la vista, situada en la calle 50 con carrera 49, es decir el pasaje Colombia, detrás de la iglesia de La Candelaria; el edificio Luis M. Mejía, en la esquina del mismo pasaje, en su salida de Junín, con su nombre marcado en relieve sobre la fachada; el Victoria, diagonal al Carré, y el Teatro Prado del Águila Descalza.
Su arquitectura, según él, no tiene un estilo único, sino que es una mezcla de estilos europeos, más no españoles, país del que se quería cortar cualquier vínculo después de la Independencia. Se caracterizan por la laboriosidad de sus fachadas en las que incluyen cornisas, ménsulas, pináculas y balaustradas.
El arquitecto y pintor además resalta un puñado de casas que acompañan a la de Pastor Restrepo Maya, alrededor del Parque de Bolívar. “Después de esta, en el siglo XX construyeron una que está situada en el mismo costado occidental, que perteneció a Carlos Echavarría Misas, forrada en piedra amarilla (donde hoy funciona una entidad de servicios exequiales), y en la otra, en el oriental, funcionó hasta hace poco tiempo el Banco de Colombia”. Destaca también en el parque la Catedral Metropolitana y el Teatro Lido.
De todas maneras, pese a estas excepciones, el Centro es un lugar de edificios distintos, para sorprenderse con una propuesta estilística diferente, casi que en cada cuadra.
Incluso hay edificaciones más nuevas, con figuras geométricas que suman a la idea ecléctica, como el Vicente Uribe Rendón, en la Avenida Oriental con La Playa, que Lalinde señala lo terminaron de construir en 1981 y es importante porque rescata el espacio público: se puede caminar sin obstáculos por debajo de su estructura.
Otros son anodinos y desconocidos, la mayoría de habitación, que se descubren al caminar desprevenidos.
Más diversidad
El Parque de Berrío es un muestrario de épocas distintas. Ese eclecticismo, indica Lalinde, también es valioso. Destaca el valor de la manzana enmarcada por las vías Boyacá (calle 51) por el norte, Colombia (calle 50) por el sur, Carabobo (carrera 52) por el occidente, y Bolívar (carrera 51) por el oriente. “Pero el viaducto del metro se encargó de anular la visual de la valiosa arquitectura de los edificios que dan sobre Bolívar. El edificio Coltabaco (donde funciona la Universidad Remington), construido en los años 70, es imponente, con su entrada perfectamente definida”.
La cuadra de los bancos, Colombia entre Bolívar y Carabobo, con edificios elegantes, como el del Banco de Colombia, el Banco de Londres y el Banco Comercial Antioqueño (hoy BBVA). Algunos tienen balcones diagonales y numerosa ventanería en secuencias uniformes, con repeticiones de módulos, que dan una textura interesante.
Ese viaducto también anula otra reliquia de la manzana siguiente, entre Boyacá y Calibío: el edificio Henry, donde funcionó el National City Bank of New York –así se lee borroso en la pared– y donde sigue funcionando el Gran Bar, un sitio abierto desde 1918, según indica su letrero.
Lalinde destaca la arquitectura del Banco de la República, con espacios, fuentes y entradas amplias y, en cambio, rechaza la del Banco Popular, el edificio de la esquina de Palacé (carrera 50) con Colombia (calle 50), en una de las esquinas del Parque de Berrío, porque “no tiene definición clara de la entrada. Presenta una serie de ventanitas que le dan una forma muy vertical. Es un elemento extraño, fuera de tono en el Parque”.
El abandono
Recorrer el Centro mirando para arriba es también descubrir que muchos inmuebles han sido mutilados y están descuidados, subutilizados e incluso sucios.
Luis Fernando opina que el abandono hace creer que edificios maravillosos, de una arquitectura muy bella, carecen de valor y le lleva a pensar a la gente que no hay nada, que no existen, “cuando ahí está todo”.
Es curioso que algunos como el Víctor, conocido como Tres Cabezas, tenga una placa que lo identifica como Bien de Interés Cultural, y que al mirarlo, además de mugroso, tenga vidrios rotos y esté desocupado en los pisos superiores. Su primera planta es un pasaje comercial.
Sobre ello, Luis Fernando precisa que es la falta de la aplicación de una normatividad y la voluntad política por intervenir el Centro y que los planes se cumplan. Hay muchos enunciados y formalizaciones, pero no intervenciones reales. Muchos inmuebles quedan al garete, en manos de especuladores.
A ello hay que sumarle, especialmente en épocas pasadas, que el afán destructor acabó con verdaderas joyas, como el Teatro Junín y el Palacio Arzobispal, que lloran quienes los conocieron, no tanto con lágrimas de nostalgia como impotencia ante la desidia de gobernantes.
Lalinde aprovecha para denunciar un adefesio. Al lado del Teatro Lido hay una casa de dos pisos, de arquitectura notable, construida en los años 20 del siglo pasado. “¡Está vuelta nada! Como la están usando de parqueadero, le pintaron franjas amarillas y negras del suelo al techo, incluso encima de las ventanas y las puertas. ¡Ese es un insulto a la arquitectura!”.
Otro ejemplo que el académico lamenta es el viejo edificio Coltejer, ubicado en la esquina de Junín con Colombia, parecido al Miguel de Aguinaga, con grandes ventanales. Los propietarios taparon las ventanas “hasta la cintura con ladrillos. Es un pecado contra la arquitectura. No respetaron el estilo”.
Aunque el abandono, entonces, haga que el Centro no se vea ni se aprecie, ahí está. Caminarlo con la cabeza hacia arriba es descubrir eso que está detrás, sus tesoros en altura