La posteridad es un malentendido. A veces una broma de mal gusto. Un ejemplo: en vida André Gide paladeó las mieles de la fama por la valentía de escribir sobre las vivencias homosexuales —Corydon— y los tejemanejes de las religiones organizadas —Los sótanos de los Vaticanos—. Tanto fue su éxito que recibió el Nobel de Literatura.
Sin embargo, si uno escribe su nombre en los buscadores de la web se encontrará con una miríada de artículos sobre el error del escritor al rechazar la principal novela de las letras francesas del siglo XX: En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Es decir, Gide no pasó a la historia por sus virtudes y aciertos. No, lo hizo por un error que, cosa curiosa, él mismo fue el primero en reconocer y tratar de enmendar.
De eso trata el libro publicado por la editorial Angosta. Reúne una parte de la correspondencia entre Gide y Proust sobre el NO del primero y el éxito del segundo. La traducción estuvo a cargo de Héctor Abad Faciolince. Con él habló EL COLOMBIANO.
¿Cómo y en qué año conoció estas cartas? ¿Qué encontró en ellas para que decidiera traducirlas?
“Ya no recuerdo bien, pero debió ser en los años 90 del siglo pasado. Las traduje cuando dirigía la revista de la Universidad de Antioquia, quizá porque en esa época fue la primera vez que tenía que decidir, junto con un Comité Editorial, qué ensayos, cuentos, poemas, etc. se publicaban o no en la revista, y eso me parecía una responsabilidad enorme.
Las publicamos en una de las revistas que yo hice, pero no quise firmar como traductor porque ya había otro artículo traducido por mí. Lo que yo hacía es que, para que no pareciera que lo hacía todo, o lo imponía, ponía nombres de amigas o amigos como traductores de los textos. En estas cartas recuerdo que la supuesta traductora era una compañera mía de la Universidad de Turín, Anna Intonti. Los pormenores de dónde conocí esas cartas ya no los recuerdo”.
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Luego de traducir a Gide y a Proust, ¿qué encontró del manejo del francés de cada uno, de las formas de escribir las oraciones y pensar los textos?
“En esa época yo no sabía ni una palabra de francés, así que creo haber traducido las cartas de una traducción italiana. La juventud es muy poco seria y muy irresponsable. Yo adoraba a Proust, había leído toda la Recherche en español, y me impresionó mucho que un gran editor y un colega importante como Gide se hubiera equivocado de esa forma y que lo reconociera tan explícitamente”.
Gide lamenta haber leído con prisas los inéditos de Proust. Y confiesa que semejante error se debió a los prejuicios que el autor le despertaba. En su experiencia de autor y editor, ¿qué tanto influye la afinidad con un autor para darle visto bueno o no a un libro que busca publicación?
“Todos somos humanos y estamos llenos de prejuicios. Hay que hacer hasta lo imposible por no dejarnos guiar por los prejuicios, por las antipatías gratuitas. Gide y Proust eran ambos homosexuales, y vivían su condición de un modo muy abierto para la época. Al parecer a Gide Proust le pareció un snob en la vida social, un filipichín, y por eso probablemente lo leyó con desdén y con descuido. Esa es una enseñanza y una cautela que deberíamos tener todos, y no solo en la vida editorial, sino en la vida en general. No conviene mucho juzgar por las primeras impresiones que nos da una persona; nos podemos equivocar mucho”.