La escritora chilena Nona Fernández es una caja de música: en la charla pasa con solvencia del análisis de la política austral a la risueña confesión de que siempre se tomó en serio la escritura de las telenovelas. Invitada al Hay Festival, estuvo en Jericó y en Medellín. Del primer sitio se llevó el recuerdo de las fachadas coloridas; en el segundo atisbó los contrastes de una ciudad que en uno de sus extremos exhibe la opulencia mientras en el otro se nota la miseria.
Fernández, ganadora del Premio Sor Juana Inés de la Cruz y finalista del National Book Award, conversó con EL COLOMBIANO sobre los puentes de horror que unen a Chile con Colombia.
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En la descripción que hizo de sí misma para la fiesta del libro de Guadalajara, usted afirmó que es una chilena incómoda y a ratos rabiosa...
“Sí, hice esa descripción hace mucho tiempo, ¿Sabes? Creo que me sigue representando. Ahora estoy menos rabiosa, estoy más grande, uno con el tiempo se va templando. Pero la rabia existe, siempre existe”.
¿Y la rabia es por qué?
“La rabia es porque las cosas funcionan de maneras que no son las mejores, la rabia es porque me desconcierta la realidad en la que vivo. Esos también son los grandes motores de la escritura. Yo diría que la rabia es un combustible para encender la pluma, para encender la escritura”.
¿Un artista necesariamente debe sentirse incómodo con el mundo?
“Mira, me cuesta hablar por todos los artistas. Puedo hablar por mí. Me siento incómoda, a ratos más, a ratos menos, pero son las incomodidades las que me invitan a escribir, a pensar, a reflexionar, a buscar respuestas. Cada libro es un poco un proceso en relación a algo específico que me está dando vueltas y que me está molestando. Los temas de mis libros son como la piedra en el zapato”.
Usted fue primero actriz y luego escritora...
“Sí, es que son dos procesos muy paralelos. Soy una mujer con inclinaciones artísticas que creció en dictadura. Me gustaba mucho el teatro y la literatura, pero en ese tiempo el teatro se podía estudiar universitariamente. La escritura, no. De hecho, no conocía a una autora o autor vivos.
La dictadura fue un tiempo de apagón cultural. Entonces seguí el camino institucional del estudio de una de mis pasiones: el teatro. Ya en democracia comencé a asistir a talleres literarios. Entonces, la escritura y el teatro han sido las pasiones que he ido desarrollando paralelamente. Te diría que en la actualidad soy una mezcla entre las dos cosas, un ser bastante híbrido y mi obra se desarrolla tanto en el teatro como en la literatura y pongo en escena libros y mis narraciones son muy teatrales. Soy un engendro entre el teatro y la literatura”.
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También escribió usted culebrones...
“Durante mucho tiempo los escribí, pero ya no me da la energía. Antes lograba equilibrarlo todo: podía estar todo el día en un culebrón, luego irme a una función de teatro y en la trasnoche escribir mis textos. Ahora no me dan los tiempos. Me incliné a hacer mis pasiones. Los culebrones fueron pasatiempos muy interesantes, muy entretenidos, muy rentables. Me ayudaron a construir mi carrera literaria y teatral. Nunca les he pedido al teatro o a la literatura nada en términos mercantiles”.
A los colombianos nos ligan con Pablo Escobar y a los chilenos con Augusto Pinochet...
“La verdad, tengo más relacionado a Colombia con el conflicto completo que con Pablo Escobar. Creo que lo de Pablo Escobar es más una moda que está muy ligada al mercado. En cambio, el conflicto colombiano es algo que los cruza a ustedes completamente”.
¿Cómo han hecho para lidiar con la sombra de Pinochet?
“Nosotros nos levantamos y nos acostamos viviendo las pautas de la constitución escrita por Pinochet, una constitución ilegítima, que fue elegida en dictadura. Ese texto todavía da pautas a nuestras vidas. Entonces, el tema de la dictadura no es un tema que hayamos dejado atrás. Es un tema tan presente que probablemente se cuela en todo nuestro trabajo, directa o indirectamente. Esto es una desgracia. A mí me encantaría estar hablando de otra cosa, de un proyecto futuro”.
La sociedad chilena ha tenido dos opciones de cambiar esa constitución y no lo ha hecho...
“En el 2019 vivimos una revuelta social bien impresionante. Lo que se ofreció a cambio para aplacar ese movimiento, que fue muy loco, fue cambiar la constitución. Hubo un primer proceso en el cual se escribió una constitución muy progresista, muy de izquierda, muy marciana. Fui muy hincha de esa constitución, pero era como de ciencia ficción. No era coherente con el país conservador que teníamos, pero que pensamos en ese momento que no teníamos,
El país votó en contra de eso y luego vino una revancha conservadora muy fuerte, en la que se hizo otro proceso muy cerrado. El texto que salió de ahí era peor que la constitución del 80, era aún más reaccionario, más conservador y más neoliberal. El resultado, por suerte, fue que la ciudadanía también votó en contra de eso. Imagínate, yo voté en contra de eso para quedarme con la constitución de Pinochet. Ahora estamos en el mismo lugar del inicio, pero con la consciencia de que la ciudadanía no es de ultraizquierda ni es de ultraderecha, sino que circula en un término medio”.
Usted hizo parte de una antología en la que autores extranjeros conocieron los testimonios del conflicto colombiano para escribir sobre él...
“Me metí en los testimonios de los niños y en los testimonios de las mujeres. Quedé bien consternada porque son testimonios muy rudos, muy crudos. Creo que después de esa lectura salí sabiendo más, pero no comprendiendo más. Salí consternada por el horror.
Leí cosas que no me imaginaba que habían pasado. Encontré una herramienta para trabajar y entregar un texto afín. Quise espejear ese dolor, que es un dolor muy humano. Ya no importa de qué sector político sea la persona que sufrió”.
De la actual literatura chilena, ¿qué está por fuera del radar de los lectores colombianos?
“Desgraciadamente, tenemos todavía esta especie de colonización en Latinoamérica, donde conocemos poco de la producción artística de los países vecinos. Pienso en algunos nombres. Se me ocurre mencionar a Lalia Trabuco, a Matías Celedón. En el caso de la poesía pienso en Elvira Hernández, en Soledad Fariña, en Carmen Berenguer. Se me ocurren esos nombres. En Chile decimos que levantamos una piedra y encontramos un poeta”.