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La historia del Loko que puso a bailar a varias generaciones

Consuelo Ruiz se ha consagrado a la tarea de preservar la memoria de su esposo, el cantante Gustavo Quintero. Publicó un libro y está a cargo de la orquesta.

  • En la sala de la casa de la familia Quintero Ruiz hay una completa colección de los logros del músico que saltó a la fama por sus cualidades de showman. Al lado: la portada del libro. FOTO camilo suárez
    En la sala de la casa de la familia Quintero Ruiz hay una completa colección de los logros del músico que saltó a la fama por sus cualidades de showman. Al lado: la portada del libro. FOTO camilo suárez
25 de agosto de 2022
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Consuelo Ruiz ha convertido la sala de su casa —Villa del Aburrá— en un museo dedicado a la memoria de su esposo, el cantante y showman Gustavo Quintero. De las paredes penden sus fotos, las tapas de sus discos, los diplomas y premios que recibió a lo largo de una carrera que superó el umbral del medio siglo. Siendo ambos antioqueños, la pareja se conoció en Planeta Rica, Córdoba, a donde llegó el Loko por su afición a la ganadería. Un amigo lo inició en los secretos de la cría de las vacas y en la finca contigua vivía Consuelo con sus padres y sus tres hermanas.

Desde el principio, el músico hizo gala del apodo que lo acompañó: fue travieso, una carcajada ambulante. Era tal su efervescencia que el padre de Consuelo advirtió a las hijas: “Mucho cuidado con ese hombre. Ese hombre está loco”.

Se conocieron cuando ella tenía poco más de 16 años, estaba en el colegio y él era ya una celebridad de 30 que hacía bailar a su generación. En un principio, los unió la amistad. Fue en Medellín —cuando Consuelo cursaba estudios de abogacía— que el Loco venció las prevenciones y la conquistó. Y lo hizo a su manera: se dejó crecer el bigote y después de cada cita se lo recortaba hasta quedar con una mancha en la mitad del labio. Ella le preguntó por el extraño corte y él, orondo, aprovechó el lance para decir: “Cuando usted me acepte me lo corto del todo”.

De este tipo de historias y ocurrencias está lleno el libro La seria vida de un Loko, Gustavo Quintero, escrito por Consuelo tras la muerte del cantante. A pesar del dolor y la nostalgia, la viuda reblujó el archivo del marido para dar a conocer a las nuevas generaciones la carrera de un artista que brilló en el escenario, cuando fue la voz líder de los Teen-Agers, de los Hispanos, de los Graduados.

El Loko se subía a las tarimas disfrazado: hacía bailar y reír al público. Conducía el auto con las ventanillas abajo y mantenía muerto de la risa. Fue un personaje completo incluso hasta los días previos al inicio de la gira de la que no ha vuelto —así Consuelo llama al fallecimiento de Gustavo en La Clínica de Las Américas—. Se fue muy rápido: un miércoles sintió un dolor de estómago. Tuvo una presentación el domingo anterior en La Macarena, la última vez que estuvo frente a un micrófono. Llegó a urgencias y fue un huracán de chistes, de chanzas.

Sin embargo, el paso del tiempo le hizo mella: el jueves bajó la intensidad de la risa y el viernes y sábado guardó silencio. En este punto del relato, la voz de Consuelo se quiebra. El recuerdo del ocaso del hombre que fue su pareja por cuarenta años la conmueve. Al final, Gustavo les lanzaba besos a sus hijos y se comunicaba con ellos con parpadeos. No se quejó ni lamentó ni preguntó por su salud. Murió el 18 de diciembre de 2016. Para ese fin de año ya tenía programados varios conciertos y bailes. Muchos quedaron con las ganas de verlo y oírlo cantar Fantasía nocturna, La cinta verde, La pelea del siglo, Ese muerto no lo cargo yo.

La seria vida de un Loko, Gustavo Quintero ya va en la segunda edición. Se vende en las librerías y en los conciertos de la orquesta que tras bambalinas lidera Consuelo. El libro aspira a mantener vivo el legado del cantante y ayudar a dos cosas concretas: levantarle un monumento público y abrir las puertas de un museo en el que la gente vea lo que ahora está en este apartamento.

Hasta el momento los gobiernos locales no han recibido ninguna de las dos ideas con beneplácito. Sin embargo, Consuelo no tiene dudas de la importancia del Loko para el folclore antioqueño y colombiano. Y la gente que baila sus canciones, la verdad, tampoco las tiene. Mientras se abre el museo o se levanta la estatua, la orquesta del Loko sigue de gira: visita municipios y ciudades. Consuelo es terminante: “Fuera de Medellín se respeta más el trabajo de mi marido”.

En las presentaciones de la orquesta Los Graduados de Gustavo Quintero —que cuenta con la actuación de tres cantantes— la gente sale a la pista, se suelta a bailar y ríe con los sentidos de las letras.

El nombre de Gustavo Quintero ya figura en los libros de historia: fue pionero de muchas cosas y dejó el recuerdo de un cantante entregado por completo a entretener y divertir al público. Cada diciembre su risa se reproduce en los parlantes de muchas casas colombianas.

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