Consuelo Ruiz ha convertido la sala de su casa —Villa del Aburrá— en un museo dedicado a la memoria de su esposo, el cantante y showman Gustavo Quintero. De las paredes penden sus fotos, las tapas de sus discos, los diplomas y premios que recibió a lo largo de una carrera que superó el umbral del medio siglo. Siendo ambos antioqueños, la pareja se conoció en Planeta Rica, Córdoba, a donde llegó el Loko por su afición a la ganadería. Un amigo lo inició en los secretos de la cría de las vacas y en la finca contigua vivía Consuelo con sus padres y sus tres hermanas.
Desde el principio, el músico hizo gala del apodo que lo acompañó: fue travieso, una carcajada ambulante. Era tal su efervescencia que el padre de Consuelo advirtió a las hijas: “Mucho cuidado con ese hombre. Ese hombre está loco”.
Se conocieron cuando ella tenía poco más de 16 años, estaba en el colegio y él era ya una celebridad de 30 que hacía bailar a su generación. En un principio, los unió la amistad. Fue en Medellín —cuando Consuelo cursaba estudios de abogacía— que el Loco venció las prevenciones y la conquistó. Y lo hizo a su manera: se dejó crecer el bigote y después de cada cita se lo recortaba hasta quedar con una mancha en la mitad del labio. Ella le preguntó por el extraño corte y él, orondo, aprovechó el lance para decir: “Cuando usted me acepte me lo corto del todo”.
De este tipo de historias y ocurrencias está lleno el libro La seria vida de un Loko, Gustavo Quintero, escrito por Consuelo tras la muerte del cantante. A pesar del dolor y la nostalgia, la viuda reblujó el archivo del marido para dar a conocer a las nuevas generaciones la carrera de un artista que brilló en el escenario, cuando fue la voz líder de los Teen-Agers, de los Hispanos, de los Graduados.
El Loko se subía a las tarimas disfrazado: hacía bailar y reír al público. Conducía el auto con las ventanillas abajo y mantenía muerto de la risa. Fue un personaje completo incluso hasta los días previos al inicio de la gira de la que no ha vuelto —así Consuelo llama al fallecimiento de Gustavo en La Clínica de Las Américas—. Se fue muy rápido: un miércoles sintió un dolor de estómago. Tuvo una presentación el domingo anterior en La Macarena, la última vez que estuvo frente a un micrófono. Llegó a urgencias y fue un huracán de chistes, de chanzas.