El paisaje es una invención de los pintores. O al menos lo es la forma de mirar las ondulaciones de las cordilleras, los quiebres de los ríos y esos puntitos blancos que a la distancia no se sabe bien si son montañas de heno o una manada de vacas a las sombras de los árboles en un potrero.
En la exposición Raíz, que desde abril y hasta septiembre está abierta al público en la Sala de Arte Suramericana, ese carácter salta a la vista. Basta detener la mirada en los cuadros para caer en la cuenta de las transformaciones en las maneras de representar la naturaleza. No en vano, esta muestra de arte reúne obras producidas entre 1892 y 2023.
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La exposición es sobrecogedora y ecléctica. Hay pinturas tradicionales –hechas con pinceles y en caballetes– e intervenciones artísticas que emplean los códigos del arte contemporáneo. El hilo conductor de la muestra –pensado por la curadora Sol Astrid Giraldo– tiene dos nudos de sentido importantes. En el primero priman los colores que capturan la belleza de la flora. Y aunque parezca una obviedad decirlo, lo cierto es que las maneras de trabajar con la naturaleza han cambiado mucho.
Las flores del cuadro de Francisco Antonio Cano –uno de los padres de la pintura en Antioquia– son muy distintas a las de los cuadros de Marta Elena Vélez y de Alejandro Obregón. Incluso, a veces la flora no está en el primer plano y casi que adquiere la condición de la metáfora. Eso pasa en la fotografía que Jesús Abad Colorado le hizo a Ana Velázquez. Esa parte de la muestra crea la atmósfera de un jardín, con las diferentes connotaciones que tiene ese espacio para la cultura, la historia y el arte.
Con esa óptica se entiende mejor este fragmento del texto curatorial: “La historia se podría contar con el pétalo de una flor. Nuestros artistas las han representado mansas y decorativas, pero también feroces, inciertas, heridas, críticas, resistentes. Sembramos así un jardín con estos especímenes, a veces contradictorios, que encierran una visión siempre diferente del arte, del mundo y de los tiempos de cada creador”.
Y en el segundo elemento de Raíz, por su parte, se retratan las complejas relaciones entre la naturaleza y el paisaje urbano. De nuevo hay una pintura de Cano para entender la idea de la curadora. El cuadro Paisaje muestra un ambiente rural de ensueño, en el que un padre y un niño descansan junto a unas vacas mientras al fondo la ciudad es una pincelada blanca –la torre de la iglesia– sobre la oscuridad de la cordillera. Esa pintura contrasta con Horizontes, la más famosa de la obra de Cano. Mientras en la primera la hace honor a su título y el paisaje lo contiene todo, en la segunda son los miembros de la familia los protagonistas y el horizonte se intuye en el dedo extendido del padre y en la mirada de la madre. Y ese primer cuadro también es muy distinto a la acuarela La Playa, de Débora Arango. La ciudad ocupa todo el espacio en la obra de la pintora.
“En sala revisaremos algunas imágenes que dan cuenta de la frontera difusa y compleja entre arquitectura, medio ambiente y espacio público en las obras de Francisco Antonio Cano, Eladio Vélez, Débora Arango, Jean Gabriel Thenot. Reflexiones eco-urbanas que se acompañan de la alegría lúdica y la sensibilidad botánica frente a la naturaleza de Mauricio Gómez, Rodrigo Callejas y Sara Herrera”, se lee en los textos de la exposición.
Las obras y la colección
Semejante variedad de obras es posible gracias a la enorme colección de arte que tiene Sura. Según Sol Astrid, la empresa es uno de los más importantes coleccionistas privados de Colombia y de América Latina. “Sura siempre ha tenido relación con el arte”, dice la curadora. Y para sostener la afirmación habla de la colección, por supuesto, pero también menciona el papel jugado por la empresa en la difusión de arte. En esta misma sala de exposiciones –cuenta– comenzaron muchas de las carreras de artistas colombianos que hoy tienen un sólido prestigio internacional. De alguna manera, el nombre de Sura está vinculado con la historia del arte y de los artistas colombianos. “Esta sala de arte ha sido súper clave también en la historia del arte antioqueño: por aquí han pasado muchos artistas que en su momento eran jóvenes y emergentes y que después se han vuelto maestros consagrados”, dice Sol Astrid.