En una de las calles cercanas al parque de El Retiro —municipio del Oriente antioqueño convertido en el puerto de los pensionados de Medellín y en el epicentro del turismo de finde de Antioquia— quedan a la vista, en pocos pasos, los extremos del patrimonio arquitectónico. Se trata de la carrera 21 con calle 20. En uno de los lados de la balanza la Casa de Amelia resiste a los embates del tiempo y la modernización: en ella no hay televisión, tampoco Internet. Hay una enorme grabadora de casete que su propietaria, la arquitecta Pilar Mejía, le recibió a una amiga, pero que no sabe usar. La llave de la puerta principal tiene un diseño delicado y el peso del remordimiento: es la llave de un castillo, de un cofre, del pasado. Solo hay una: cuando se han mandado a hacer copias el resultado no es del todo satisfactorio. “Si se perdiera nos tocaría entrar a la casa por el techo”, dice Pilar.
Más allá está el antónimo. El otro brazo de la balanza. La fachada de la Casa Enso se conserva en pie aunque sus puertas y ventanas no revelan nada: adentro no hay mesas ni cuadros ni piezas ni sueños ni nada. Detrás está el lote en el que se aparcan los carros y las motos de los visitantes.
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Y esa es una peculiaridad de El Retiro: quien camina por sus calles no puede estar del todo seguro si la fachada ante la que se toma una selfie protege la intimidad de una familia guarceña o, por el contrario, disimula un parqueadero. Si en esta historia hay contradicciones esa es la primera: los turistas van a El Retiro por la belleza de la arquitectura y el patrimonio, pero su arribo en masa ha hecho que resulte más práctico y rentable tirar al piso las paredes y las ventanas de una casa antigua que mantenerlas intactas.
Y como no hay dos sin tres, metros adelante está el lote cercado por el driwall en el que antaño la Casa Rosada seducía a propios y forasteros. En las fotos se le ve enorme, con un tono salmón y los marcos tallados de madera. “Era común ver a la gente de afuera tomarse fotos frente a esa casa, era muy bonita”, recuerda una señora que con un trapero brilla las baldosas de los corredores de una vivienda cercana.
El alcalde de El Retiro —Nolber de Jesús Bedoya Puerta, que llegó al cargo en una coalición del Centro Democrático con el Partido Liberal— ha explicado varias veces la diferencia en los casos de la Enso y la Rosada. La primera fue demolida porque sus propietarios así lo quisieron, a pesar de ir en contravía de la opinión de habitantes del pueblo que firmaron una carta para su preservación, mientras la Rosada se volvió polvo porque las lluvias y la falta de cuidado de sus moradores la habían convertido en un peligro para los viandantes, en particular para los acudientes y estudiantes del colegio Ignacio Botero Vallejo, ubicado al otro lado de la calle. A renglón seguido el mandatario local hace un apunte: la propiedad de la Casa Rosada estuvo en litigio durante años y no se invirtió dinero en ella. “Los propietarios de esos inmuebles son familias guarceñas que no son adineradas y el mantenimiento de una casa de este tipo es bastante costoso”, dice el funcionario. Y sí: para mantener intacta la Casa de Amelia, Pilar Mejía debe gastar buena parte de sus mesadas de profesora universitaria jubilada. Hace unos años, para el arreglo del techo debió desembolsillar ciento veinte millones de pesos. “La gente me dice que esto es un capricho, pero a nadie le pido plata. Esto es cosa mía”, dice Pilar.
No todos los habitantes pueden permitirse esa lucha desigual contra los calendarios. En consecuencia, el destino de las casas patrimoniales parece ya fijado por el decreto de la economía: o se convierten en restaurantes, galerías, tiendas de diseño o le ceden el espacio a edificios de varios pisos o a parqueaderos. Otro camino puede ser el propuesto por Pilar: que el Estado las adquiera para transformarlas en espacios públicos con barniz cultural: museos, talleres de oficios, bibliotecas. Y menciona los ejemplos de Antigua, Guatemala, y de Villa de Leyva, Cundinamarca para avalar su idea. “Lo importante es que haya una política pública para la conservación del patrimonio”, dice.
Ante esto el alcalde habla del decreto 016, de enero de 2022. Dicho documento formula pautas y crea un comité técnico de patrimonio municipal. Es decir, las dos respuestas del Estado ante los problemas: las normas y la burocracia. A pesar de las limitaciones de lo hecho, varias fuentes reconocen el incipiente interés en el tema de la administración y recalcan la falta de contundencia para hacer respetar las leyes. “No se hace el suficiente control para que las construcciones nuevas cumplan con los requisitos de conservación”, dice María Montoya, fundadora de la Galería Casa de la Leona.
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En todo esto hay un nudo ciego: los dueños tradicionales de los inmuebles no tienen la plata para mantenerlos en buen estado y los gobiernos locales y nacionales no pueden invertir recursos públicos en propiedades privadas. Hay paños de agua tibia: El Retiro les descuenta el 80% del impuesto predial a los propietarios de 64 inmuebles de valor histórico. Lo hace con la expresa intención de que el dinero sirva para preservar las edificaciones.
En esa encrucijada aparecen los inversionistas, provistos de disímiles motivaciones. Algunos llegan con la idea de montar negocios respetuosos de la arquitectura y otros tumban casas para construir edificios de apartamentos y locales comerciales. Al final de la jornada ninguna de las opciones es superior a la otra: ambas están dentro del marco de la ley y, a su modo, generan empleo y mueven la economía local.
Y sin embargo, bastan unos minutos en los corredores y estancias de la Casa de Amelia para sentir el vértigo de la historia. Pilar señala las paredes de la sala y habla del papel de colgadura traído desde Bélgica en 1857. Luego apunta con sus dedos largos un cuadro religioso que su abuela le dio hace más de un siglo a su padre. Ya en la pieza de los muchachos —convertida en bar privado— muestra una puerta tapiada. “Mi abuelo fue rico, pero en la crisis del 30 lo perdió todo y tuvo que vender partes de la casa. Cuando vendió la parte de allá tapió eso. Quise dejar eso a la vista”, dice. La Casa de Amelia es una máquina del tiempo.
En la pared de la cama de los abuelos hay retratos de ellos. Él tiene bigote pulido y cabellera peinada hacia atrás. Ella viste con un traje oscuro que le oculta parte del cuello, lleva el cabello recogido y unos aretes pequeños. Desde la eternidad de la fotografía han contemplado las vidas y las muertes de sus cuatro hijas y tres hijos. La última fue Amelia, en cuyo homenaje la casa lleva el nombre: murió hace 25 años y fue una de las figuras principales de la infancia de Pilar y de sus primos. Incluso marcó el destino: al sentir la proximidad de la muerte le dijo a la madre de la arquitecta que “Pilarica” se haría cargo de la casa de la parentela. Y así fue. Pilar es la memoria viva de la casa: habla de los detalles del mobiliario, se asombra frente a la simplicidad del lavadero, de los instrumentos de la cocina. No pierde el tono profesoral al hacer énfasis en que la arquitectura de El Retiro no es colonial —como dicen los demás— sino republicana. “Haga énfasis en eso en el artículo”, dice.
Este es su templo. En un momento pide que me quite el sombrero en el cuarto de las muchachas. La distribución del espacio obedece a las escalas de valores del pasado: los varones podían dormir cerca de la calle y del cuarto del forastero, mientras las mujeres estaban hacía al fondo, a un paso del dormitorio matrimonial. Al final de todo, ya casi en el patio de los animales, quedaban los cuartos de las empleadas domésticas.
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¿Qué se aprende en Casa Enso o frente a Casa Rosada? Lo de todos los días: la fuerza del comercio y del capital. En los metros del parqueadero hay carros con placas de distintos pueblos y ciudades de Colombia. Tal vez esa sea la mejor razón para conservar las casas patrimoniales de El Retiro.
¿Y el templo san José?
La historia del templo de San José está enlazada con la figura principal de El Retiro, Javiera Londoño. La hacendada —precursora en otorgar libertad a los esclavos— los mandó a construir a mediados del siglo XVIII. La iglesia tiene muestras de arte quiteño y español. Eso hace entendible el desvelo de un colectivo ciudadano por el futuro de la edificación: la fachada de la casa contigua exhibe el aviso de la solicitud de demolición del inmueble y la construcción de un edificio de tres niveles destinado a los apartamentos y al comercio. De cumplirse lo estipulado en la norma, la distancia entre la iglesia y la nueva construcción sería de tres metros y medio, pero su altura cegaría los vitrales religiosos de ese lado del San José.
El colectivo ciudadano está compuesto por pensionados que llegaron al pueblo hace unos cuantos años y han querido conservar su aspecto. Son diletantes de la historia y del patrimonio: hicieron su vida profesional en otros lados y quieren un municipio en el que puedan respirar la calma.
La lucha entre el cambio y la conservación es uno de los dilemas centrales de las civilizaciones. ¿Qué se debe conservar y qué debe ser reemplazado por el ímpetu del presente? El patrimonio arquitectónico de los municipios antioqueños está en ese punto en el que confluyen el capital, la historia y la burocracia. Este es un tema pendiente en el que deben tomar parte los distintos sectores sociales. “Este es un tema importante, del que se debe hablar. Haga también énfasis en eso en su texto”, dice Pilar.
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PARA SABER MÁS
El patrimonio en Antioquia
Al momento de la escritura de este artículo ninguna de las casas antiguas de El Retiro había sido declarada patrimonio cultural de la Nación o Bien de Interés Cultural. Si bien estos títulos de alguna manera blindan las construcciones, no son del todo efectivas en las tareas de preservación. Un ejemplo palmario es el de Abejorral: a pesar de ser su centro un bien de interés de la nación, EL COLOMBIANO ha documentado la caída de varias de las construcciones importantes. A principios del año pasado el inventario de casas al borde de las ruinas era de 150.
En el mundo existen ejemplos de pueblos que han sabido aprovechar la confluencia de la historia con el turismo para trazar estrategias de conservación rentable para todos. Según los miembros del colectivo ciudadano de El Retiro se necesita un estudio que haga un inventario exhaustivo de los sitios de valor histórico para proceder a su postulación como Patrimonios Culturales. En esta tarea pueden colaborar la academia, la ciudadanía, el comercio, el empresariados y los funcionarios públicos municipales y departamentales.
La conversación está abierta. El asunto va más allá de un tema de casas viejas: implica la identidad antioqueña.