El libro Chicas muertas de Selva Almada es uno de los referentes de la no ficción feminista de América Latina. En sus páginas se narran las vidas y las muertes de tres adolescentes en la provincia argentina, lejos del foco de los medios de Buenos Aires. Invitada al Hay Festival de Medellín, Almada participó en una conversación con la chilena Nona Fernández sobre los mecanismos de la memoria y las formas en que el pasado es pensado y narrado en el presente.
EL COLOMBIANO conversó con la narradora argentina sobre las muertes violentas de las mujeres, las maneras en que los medios noticiosos cubren estos crímenes y las posturas del sector cultural argentino frente a los discursos y las reformas propuestas por Javier Milei.
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Chicas muertas es su libro más conocido por fuera de Argentina. ¿Cuáles han sido las discusiones sobre el feminicidio desde que se publicó?
“Es un libro que se publicó en Argentina en el 2014. Fue una de las primeras publicaciones sobre el feminicidio que se hicieron en Argentina. Allí abordé casos particulares que no habían tenido repercusión a nivel nacional, porque fueron casos que ocurrieron en pueblos muy pequeños de provincia en los años 80. Es decir, ocurrieron en tiempos en que no había internet, no había televisión por cable todavía. Era muy difícil entonces que las noticias desde un pueblo muy chiquito llegaran al resto del país. Y era una época donde tampoco usábamos el concepto del feminicidio. En ese momento, para este tipo de casos, nos referíamos como crímenes pasionales”.
El libro está compuesto por tres historias...
“Sí. Empecé a escribir el libro porque uno de los casos había pasado cerca de mi pueblo cuando era adolescente, así que lo tenía muy presente. Los otros casos eran del mismo periodo. Me interesaba esa década porque en ese tiempo yo también era una adolescente. No conocí personalmente a ninguna de las víctimas, pero éramos contemporáneas. Podía imaginar o saber de dónde venían y cómo habían vivido las víctimas porque de esa misma manera había empezado mi vida de mujer adolescente”.
¿Cómo fue el proceso de investigación?
“Fue un periodo largo, alrededor de tres o cuatro años. Había poco material, porque no había internet, así que ponía en el Google los nombres de las víctimas y no aparecía prácticamente nada. Fue un trabajo de ir al campo, a los pueblos, a los archivos de los diarios a buscar los recortes año por año. Mientras escribía el libro, empezaron a aparecer también escenas autobiográficas de esa época, de micromachismos que había sufrido yo”.
La publicación del libro tuvo un impacto real. ¿Se reabrieron los casos?
“No, la verdad es que los tres casos que abordé ya eran casos cerrados, había pasado más de 20 años de esos feminicidios. La justicia no reactivó ningún caso, ni nadie aportó ningún dato nuevo a las causas, que además, como ya dije, estaban cerradas. Esa tampoco fue la intención del libro. La intención que tuve al contar estos casos era que por lo menos quedara la memoria de las víctimas en algún lugar. Me di cuenta que hasta las propias comunidades donde habían ocurrido los hechos estaban olvidando a estas mujeres. Otro dato no menor es que estos tres casos quedaron impunes. Me pareció que estas mujeres fueron tres veces asesinadas: la primera a manos de sus feminicidas, la segunda por la justicia que no encontró a los victimarios y la tercera por el olvido”.
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¿Ha cambiado la manera en que la sociedad argentina trata el asunto del feminicidio?
“Cambió bastante en el sentido en que empezamos a hablar del tema, lo cual ya es un montón. Le pusimos nombre: ese crimen ya se llama feminicidio, no crimen pasional. Y en ese sentido, los movimientos feministas han hecho muchísimo para que este tema estuviera en las agendas de la prensa, del Estado. En Argentina tuvimos el movimiento Ni Una Menos, que empezó en el 2015 y tuvo una actividad muy fuerte en los primeros años, y de hecho se replicó en toda Latinoamérica.
Todo esto es un gran avance, lo que no quiere decir que la misoginia haya dejado de existir. De hecho, la estadística de feminicidios anuales se mantiene. No ha bajado exponencialmente, ni mucho menos”.
En América Latina uno tiene como referentes de estas discusiones sobre feminismo a Argentina y a México. Sin embargo, a Argentina llegó un gobierno que no tiene en su agenda estas banderas. ¿Cómo se explica eso?
“Me hago la misma pregunta. Todavía no salgo de mi sorpresa por el resultado de las elecciones. A mí también me parece increíble que Argentina tenga un gobierno como el que tiene actualmente. Creo que estos años la prensa ha operado muchísimo en contra de muchas buenas ideas que el gobierno anterior había tenido y había puesto en práctica durante años. Desde el 2003 a la actualidad hubo un gran periodo de gobierno kirchnerista que hizo muchísimo por poner en agenda y sancionar leyes. Creo que la prensa ha fomentado un odio por un montón de cuestiones, entre ellas los derechos humanos, las políticas de género, el lenguaje inclusivo, etc. Y, bueno, no creo que sea tan simple. Es algo mucho más complejo que todavía no entiendo”.
Uno como extranjero vio el gobierno de los Kirchner como un gobierno muy corrupto...
“Bueno, sí. La corrupción es una cosa. Pero no podemos negar todas las cosas en materia de políticas de género, en avances sociales y de derechos humanos que también hizo ese gobierno. Hay que poner cada cosa en su lugar. El caso de corrupción, sí. Pero una cosa no quita la otra”.
¿Se vienen años de movilización del sector cultural frente al gobierno de Milei?
“Sí, de hecho, ya estamos movilizándonos desde que apareció todo este paquete de la ley ómnibus, del decreto de necesidad y urgencia. Yo tengo una librería también, y ahora estamos las librerías en pie de lucha porque se quiere derogar una ley que hace que el precio de un libro sea el mismo en todas partes. Un libro mío vale lo mismo en una librería de cadena, en Buenos Aires, que en una librería chiquita en el sur del país. Y esta derogación lo que hace es liberar el precio al mercado. O sea, cualquiera puede poner cualquier precio. Lo cual, por supuesto, le va a dar ventaja a las cadenas y a los supermercados, que podrán comprar grandes volúmenes de libros y ponerlos en precio más bajo, y perjudica enormemente a la librería pequeña, independiente, que es la librería que también difunde otro tipo de literatura”.