El tiple es símbolo de libertad. Es uno de los tantos hijos rebeldes que tuvo la vihuela española —que es similar a una guitarra, pero con doce cuerdas agrupadas de a dos— tras su llegada a América Latina en manos de los colonos.
El finísimo instrumento —la madre, la vihuela— sonaba en los eventos de salón de la alta Edad Media, mientras que su versión criolla —el hijo, el tiple colombiano— creció rodeado por los humildes, los campesinos, arrieros, mineros y artesanos. Además, dice David Puerta Zuluaga, en su libro Los Caminos del Tiple, este instrumento ayudó a los Comuneros en su grito, a los Libertadores en el proceso de emancipación.
Es uno de tantos descendientes. La vihuela dio origen a otros cordófonos latinoamericanos como el tres cubano, el cavaquinho brasilero y el charango boliviano. El tiple colombiano —de doce cuerdas agrupadas de a tres—, contento con su papel entre los pobres, se hizo infaltable en la música andina, en el regocijo de los bambucos y la dulzura de los pasillos. “Suena a campanitas, a platillos, es un sonido muy rico, muy lleno”, comenta Luis Guillermo Aguilar, cofundador y director artístico de la Corporación Encuentro Nacional del Tiple de Envigado (Cortiple).
Fue luego de que el general Santander lo presentara en sociedad que el tiple llegó, por fin, a los “encopetados salones, a las exclusivas salas de concierto”. Sin embargo, resalta Puerta, no abandonó las bodas, funerales, serenatas y despechos populares. Ya estaba inmiscuido en la vida cotidiana, era “símbolo y anclaje de la colombianidad”.
Raíces envigadeñas
El parque principal de Envigado comenzó a recibir bajo las sombras de las ceibas y los palomares —en los años 70— a habitantes de todo el Valle de Aburrá. Los merenderos —señores de saco y corbata con instrumentos de cuerda entre los brazos— convocaban a los amantes de la música, hacían sonar el tiple y las guitarras cada noche en inmediaciones de las heladerías y los bares. “Para entonces los grupos serenateros tenían tiple en su formato instrumental”, narra Luis Guillermo, “ahora se ha perdido mucho esa tradición”.
De Envigado han salido músicos de proyección internacional como el compositor Pedro Pablo Santamaría y el cantor y tiplista Daniel Uribe Uribe, que hizo las primeras grabaciones de música andina en Nueva York, en 1910.
Salvarlo del olvido
La primera edición del Encuentro Nacional del Tiple, en 1997, inició con la bendición de Débora Arango. El afiche promocional del evento fue la última pintura hecha por la artista antes de morir. La llamó El Tiple Llora Sobre Colombia.
“Para el afiche de cada encuentro convocamos a artistas para que plasmen su idea del tiple”, cuenta Luis Guillermo, “a la maestra Débora, que disfrutaba de la música andina colombiana, la invitamos directamente para la primera edición”.
A partir de esta dinámica, la corporación cuenta con una pinacoteca única en el país: tiene más de 26 obras originales que captan la esencia del instrumento. A día de hoy —y hasta el 15 de julio— está expuesta en el Palacio Municipal de Titiribí.
Más de veinticinco años lleva Cortiple procurando preservar la historia y la continuidad del cordófono que suena a libertad.
Hasta el 3 de julio se realiza la edición XXVI del Encuentro. Espacios como el Parque Cultural Débora Arango, el Centro Gerontológico AtardeSer, e incluso el Parque de Titiribí, serán escenarios de conversatorios, trovas, talleres y conciertos. Las notas de pasillos y bambucos viajan desde ayer, resueltas y con júbilo, entre ceibas y palomares.