Hayao Miyazaki va por el mundo repartiendo adioses.
Nació en Tokio en 1941, creció soñando ser un artista del manga y, aunque cuando tuvo que tomar una decisión definitiva para su vida se matriculó en ciencias económicas, muy pronto, todavía sobre su veintena, empezó a trabajar como animador en el estudio japonés Toei Animation.
Allí conoció a dos personas fundamentales: a Akemi Ota, quien luego y para siempre se convertiría en su esposa; y a Isao Takahata, otro referente del cine mundial, con quien desde entonces entabló una complicidad envidiable y una amistad fuera de cualquier elogio.
Tanto así que, ya en los 70, Miyazaki “trabajó en el equipo de animación de algunas series icónicas de Takahata, series como Heidi, Marco o Ana de las Tejas Verdes, y hacia el final de la década, acercándose ya a la cuarentena, tomó las riendas de la primera serie realizada por él mismo: Conan, el niño del futuro”, cuenta la revista Zenda.
Sin embargo, las series solo fueron la antesala de la búsqueda irrefutable de un tipo de animación que retratara el carácter de su país natal, sin caer en la “artificialidad” que con pocas excepciones les transmitía desde este lado del mundo Disney, o en el ultraexpresionismo que, según ellos mismos, “estaba pudriendo la animación popular del Japón” por aquellos días.
Así que, en 1979, ambos sacaron adelante la película El castillo de Cagliostro; en el 84, Nausicaä del Valle del Viento; y en el 85, con la financiación de la editorial Tokuma Shoten, y habiendo integrado al grupo al productor Toshio Suzuki, fundaron, en los suburbios de Tokio, Studio Ghibli.
Un estudio para nada preocupado por el éxito comercial, pues, “los creadores solo querían usar su arte para explorar las profundidades de la experiencia humana y contar historias poéticas y emotivas, tanto, que desprovistos de los villanos tradicionales, incluso los ‘malos’ de Ghibli son algo agradables, cada uno con su propia historia detrás que explica su comportamiento”, señala el crítico japonés Sugita Shunsuke.
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Un deseo lo suficientemente potente como para mantenerlos a flote durante todo este tiempo, en parte por Takahata, por Suzuki, pero sobre todo por Miyazaki, que produjo allí la totalidad de sus películas, y que se permitió tiempo para afinar un estilo en el que la naturaleza pura, la naturaleza temible y la naturaleza que se mezcla y se transforma continuamente, hacen parte de su composición estratificada y dejan un mensaje sublime: “La belleza no solo está en las flores, en los árboles, en el bosque, también está la jungla tóxica o en la radioactividad, en lo atroz del mundo”.
Sin contar con que fue gracias a él o a su torrencial y particular forma de ver el mundo y de plasmar el mundo y de imprimir su sello en las cintas que ni siquiera estaba dirigiendo, que la cinematografía japonesa contemporánea se hizo un lugar en occidente y consiguió un público que tras mirar por su pantalla pudo comprender el calibre de la guerra, las implicaciones de la paz, la urgente necesidad del respeto y la protección de la Tierra, lo nefasto que puede ser la estereotipada imagen de la mujer, lo imperativo que es para cada ser luchar por sus ideales y sus creencias, y lo irrebatible que ha sido la presencia de la tecnología para el desarrollo humano.
Por su puesto siempre será recordado por ganar el Oscar en el 2001 con El viaje de Chihiro, hasta ahora la única película de anime que ha recibido dicha condecoración, y por acumular tantos premios con cada uno de sus trabajos que para nombrarlos todos requeriríamos al menos una de estas páginas completas, pero no hay que olvidar que su particular método de trabajo ha sido un estigma constante dentro de las obras que no solo ha dirigido, sino también ha escrito, dibujado, diseñado, animado y producido, pues está acostumbrado a rechazar los guiones tradicionales.
“Nunca tengo la historia finalizada cuando comenzamos a filmar. Generalmente no tengo tiempo. Así que la historia se va desarrollando a medida que dibujo los storyboards. La producción comienza poco después de eso, cuando los storyboards aún están en proceso. Nunca sabemos adónde va a parar la historia, simplemente seguimos trabajando a medida que el film avanza. Es un modo peligroso de hacer una película de animación y me gustaría que no tuviera que ser así, pero desafortunadamente así es como trabajo y los demás se ven obligados a seguirme”, dijo en una entrevista.
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Lo cierto, después de todo, es que Hayao Miyazaki va por el mundo repartiendo adioses, diciendo cada tanto que se retira, que “tal” va a ser su última película, pero el tiempo, como un animal hambriento lo ha desmentido una y otra vez.
“Yo creo que es que él se queda tan cansado después de cada película, tan hastiado, que dice: ‘No quiero saber nada más de esto’, y luego no es capaz de vivir sin ese ‘esto’, que es la única forma de vida que conoce, entonces vuelve a comenzar”, piensa al respecto Nancy Salazar, comunicadora audiovisual y fanática del cine asiático, mientras otros aseguran que se trata de una estrategia de publicidad.
No obstante, que la producción más costosa en toda la historia del cine japonés haya sido estrenada en el 2023 como un disparo y sin previo aviso, sin un solo póster, sin un tráiler, en silencio, habla más de un hombre que con vergüenza saca desde adentro un regalo para su nieto sin poder entregárselo lejos del escarnio público y con la condición de poder devolverle al estudio lo que le dio para hacerlo posible; que a dicha “estrategia de publicidad”. Por fortuna los fans no estamos esperando la crítica, estamos esperando la maravilla de su inspiración, su testamento involuntario... y ojalá no el último.
Siete de sus más recordadas películas:
La princesa Monokoke
Apareció en 1997 en el país nipón como el undécimo largometraje de Studio Ghibli, y aunque llegó tres años más tarde a Europa y mucho después a América, fue el que le abrió las puertas del público español a la apoteosis de Miyazaki.
Está ambientado en un Japón del período Muromachi, se centra en la lucha entre los guardianes sobrenaturales de un bosque y los humanos que profanan sus recursos.
“Una de las obras maestras del cine de animación de todos los tiempos. Una película gigantesca en la que en el medio hay guerra, amor, traición, conflictos políticos y sucesos sobrenaturales”, según Sesacine.
Mi vecino Totoro
Fue publicada en 1988 y cuenta la historia de una familia y sus interacciones con un espíritu del bosque al que llaman “Totoro”, en un Japón de la posguerra.
Casi de inmediato, tanto la película como su personaje central, Totoro, se convirtieron en iconos culturales: ganó el premio Anime Grand Prix de Animage, el Mainichi Film Award y el Kinema Junpo Award en la categoría de Mejor película en 1989. También recibió un premio especial en los Blue Ribbon Awards de ese mismo año. Y fue elegida por la revista británica Time Out como la mejor película de animación de la historia, por solo nombrar algunos de los reconocimientos que consiguió.
“Una gran obra maestra. Al público infantil le ofrece adorables criaturas y, a los adultos, una certera mirada a los placeres y los sinsabores de la infancia. Tras penetrar en su cautivador mundo, ni unos ni otros querrán regresar al nuestro”, escribió El Periódico.
Kiki: entregas a domicilio
Estrenada en 1989, esta obra está basada en la novela infantil homónima de Eiko Kadono.
En ella se muestra la transición que Kiki vive de la infancia a la vida adulta, pues según la tradición de las brujas (ella es una), cuando estas cumplen los trece años deben abandonar la casa de sus padres y buscar una ciudad donde sus servicios sean requeridos, y quedarse allí durante un año.
“Trata el tema de la sexualidad femenina con más atrevimiento que cualquier película occidental”, dijo The Guardian sobre el film.
El viaje de Chihiro
Con más de 229 millones de dólares El viaje de Chihiro ha sido la película más taquillera en la historia del cine japonés y tal vez la más recordada por los amantes del anime, pues desde su estreno en 2001, consiguió ser reconocida por la crítica internacional como la mejor película animada de todos los tiempos.
Asimismo, esta película ganó un Óscar en la categoría de mejor película de animación; el Oso de oro en el Festival Internacional de Cine de Berlín de 2002; sin contar con que se encuentra en el top 10 de las 50 películas que se deberían ver a los 14 años, según el British Film Institute.
En palabras de El País de España, “Brillante, tierna y terrible, Chihiro es un monumento a la animación de nuestros días, una de esas películas que huelen a algo que sólo obtienen un puñado de títulos señeros: a clásico indiscutible, a lección perenne”.
El increíble castillo vagabundo
Tras el éxito mundial de El viaje de chihiro, en el 2004 Miyazaki volvió a hipnotizar a los amantes de la animación con El increíble castillo vagabundo, una película basada en la novela homónima de la escritora británica Diana Wynne Jones, que narra la historia de una joven sombrerera que tras ser víctima del hechizo de una bruja se embarca en una aventura ambientada en un reino ficticio en el cual tanto la magia como la tecnología del siglo XX están presentes.
Todo esto le valió a Miyazaki varios premios y la ovación generalizada de la prensa.
El aclamado crítico de cine, Roger Ebert, dijo que esta película fue “una magnífica obra maestra, un canto a la vida y una gran carga de fuerza animada”.
Se levanta el viento
Miyazaki regresó a la taquilla mundial, en el 2013, con esta película que narra la vida de Jirô Horikoshi, que sueña con volar y con diseñar hermosos aviones.
Se trató de una obra biográfica, inspirada en el famoso diseñador aeronáutico italiano Caproni, y atravesada por los hechos históricos que marcaron su vida, como el terremoto de Kanto de 1923, la Gran Depresión, la epidemia de tuberculosis y la entrada de Japón en la Segunda Guerra Mundial.
“Sin poseer la lírica desatada y cautiva de sus mejores trabajos, la película se ofrece sin embargo como un perfecto, agónico y doloroso resumen de, quizá, una vida entera entregada a hacer desaparecer la pantalla de los cines; a empapar la realidad con el veneno del deseo”, se lee en la crítica de El Mundo, de España.
El niño y la garza
Studio Ghibli se había propuesto llevar a la pantalla grande El niño y la garza antes de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020, sin embargo, fue solo hasta el 2023 que el público frenético pudo disfrutarla.
Según dicen, se trata de la película más simbólica y metafórica de Miyazaki, pero también de la más personal, y aunque está basada en la novela homónima de 1937 escrita por Yoshino Genzaburō, su historia es completamente original, situada en un Japón de 1943, durante la Guerra del Pacífico.
Hasta el momento la cinta ha sido aclamada por la crítica y ha recaudado más de 155 millones de dólares, batiendo récords mundiales y consiguiendo hitos para el estudio y el director, sin contar con que ya ganó el Globo de Oro a la mejor película animada.
“La última obra maestra de Hayao Miyazaki es la despedida onírica de un hombre inmortal que se prepara para su propia muerte. Está entre las películas más bellas jamás dibujadas”, puede leerse en la crítica de IndieWire.