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El arte marginal de Beatriz González

Se ha preguntado por la política, la violencia, el dolor y la memoria. Enfrenta cada día el lienzo

en blanco.

  • A pesar de ser reconocida en Colombia desde los 60 y 70, apenas en la última década Europa empieza a interesarse por su arte. FOTO colprensa

    A pesar de ser reconocida en Colombia desde los 60 y 70, apenas en la última década Europa empieza a interesarse por su arte.

    FOTO colprensa

30 de abril de 2018
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Siempre le han interesado la pena y el dolor, aunque ahora la polarización política del país está entre sus mayores preocupaciones. Y cree que hay que esperar para hacer una mejor reflexión sobre el proceso de paz, “y no ir pintando palomitas”.

A sus 80 años, mantiene su espíritu santandereano infatigable: trabaja en la mañana de 9 a.m a 1p.m.; en la tarde, dibuja y lee. Diariamente, revisa correspondencia y organiza archivos con sus dos asistentes.

Por sus alusiones a la cultura popular y el uso de paletas coloridas, como ocurre en el pop norteamericano, Beatriz González ha sido relacionada con los inicios del arte pop en Latinoamérica, aunque no le gusta que la adscriban ahí.

Críticos y curadores también la han reconocido como una cronista de la historia reciente de Colombia, porque ha retratado la violencia del país desde los 70 hasta ahora: mujeres llorando, cadáveres de líderes políticos, masacres, inundaciones, allanamientos, desapariciones y hasta muertos que flotan en el río.

Sí, la violencia al igual que la memoria han encaminado su trabajo y también el de Doris Salcedo, a quien considera una de las mejores artistas que tiene Colombia.

De algún modo, esas temáticas la llevan a pensar que su obra está al margen de las principales corrientes de arte en el mundo. Ella misma no se ha clasificado nunca. Cuando la crítica Marta Traba la definió en 1971, luego de la Bienal de Sao Paulo, como “marginal”, Beatriz supo que era la mejor forma de entenderse a sí misma. “El arte global y marginal es una posición del artista en cuanto a lo que lo rodea y lo que está haciendo”, comenta.

La primera retrospectiva de la artista en Europa se hizo el año pasado en el Museo de Arte Contemporáneo de Burdeos, Francia. Ahora, el Museo Reina Sofía presenta otra en el Palacio de Velázquez, Madrid, una selección aproximada de 150 obras que recogen casi 60 años de trayectoria. En octubre estará en Berlín en el Instituto de Arte Contemporáneo.

¿No cree que le ha llegado un poco tarde la fama?

“Siempre he dicho que el reconocimiento ha sido tardío. Pienso que se debe un poco a la miopía de Europa al arte de estos países. Alguna vez dije que mi obra era mirada como una curiosidad, pero no con seriedad. Ahora la mirada del arte ha cambiado. Ese arte marginal, que es el mío, ha cambiado por fin”.

¿Cree que se debe hacer obras para la memoria?

“La intención no es esa, porque creo que las intenciones dañan las obras. Sentarse frente al caballete y decir que uno va a hacer algo que enaltece es una cosa muy obvia y tonta. Lo que es bonito es hacer el trabajo y que lo que resulte tenga valores para la memoria”.

Como sucede con las imágenes de los periódicos en sus obras...

“Las imágenes de prensa son efímeras, al otro día se olvidan, pero cuando uno toma la foto, esta perdura. El procedimiento de cierta forma es tomar esas obras. Por los mecanismos que tiene el arte es algo más de contemplación y perenne”.

¿Le interesan más las
imágenes del dolor que las de la violencia misma?

“Lo que me interesa es la imagen de la pena y la imagen del dolor de las personas. Es querer darle imagen al sentimiento”.

¿Cómo hace para tener esa fuerza para seguir produciendo?

“Creo que es el empeño que tiene uno. Lo adjudico a ser santandereana (risas), que en ese sentido somos muy empeñosos, que nos metemos en una labor y tenemos que terminarla de todas maneras. Una cosa del espíritu santandereano que creo que lo debo de mi familia”.

¿Ha sentido la angustia de quedarse sin tema, como los escritores con la hoja en blanco?

“Todas las veces se llega la hora de dibujar en blanco. Son como relámpagos, no angustias. Es una constante que aparece. Lo que pasa es que cuando uno encuentra un camino, sigue por ahí, se acaba ese y sigue otro. Realmente, la hoja de dibujar en blanco existe”.

¿Cree que hay mejores oportunidades y un mejor ambiente para las nuevas generaciones de artistas en el país?

“Ahora sí, claro. Todos los artistas están no solamente por las escuelas. Mi escuela era pésima, excepto Marta Traba y Roda (Juan Antonio), pero eran escuelas muy naif, que no tenían en cuenta el desarrollo mental de los alumnos. Ahora hay apoyos por todos lados, no solo del Estado sino del público; hay un interés general por el arte. Los jóvenes de ahora deben aprovechar esa situación excepcional que hay en el mundo”.

¿Y el contexto del mercado del arte?

“Nunca me interesó ese tema gracias a que mi papá, un hombre acomodado, siempre me dijo que nunca produjera para ganar plata. Luego mi marido, un arquitecto pobre, tampoco me pidió que trabajara para producir. En ese sentido, tenía absoluta libertad y por eso podía hacer los muebles y esas obras que están causando hoy admiración en Europa. Fue porque tenía absoluta libertad. Siento que esa parte del mercado no me interesó, pero ahora las galerías sí están interesadas en mí, que es distinto”.

Cuando hablo con usted pienso en Débora Arango, ¿cree que las mujeres han sido perseguidas en el arte?

“Quiero mucho a Débora, una persona con mucho carácter, muy dulce y muy bien educada. Ella sufrió persecuciones por la cultura de Medellín, pero no fue por ser mujer sino por ser realmente una persona que afectaba la educación religiosa tradicional. Lo que Débora sufrió fue una persecución política. No recuerdo haber sufrido, como artista, ninguna represión. Políticamente hubo algunas inquietudes cuando estaba Turbay, porque yo lo pintaba. Pero creo que eso de ser mujer no afecta la obra de arte”.

¿Conoció a Ethel Gilmour?

“La conocí, era una pintora muy buena y particular, muy gringa en la manera de mirar las cosas. Era una primitivista que vio al país desde afuera hacia la realidad nacional y política. Sobre todo esa realidad que vivieron con Pablo Escobar”.

En retrospectiva, ¿cree que como artista ha recorrido un camino espinoso o satisfactorio?

“Satisfactorio a morir, porque nunca me imaginé que todas las cosas que hice iban a ser tan exitosas con los años”.

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