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Querido diario, estoy en cuarentena...

Cada vez son más las personas que quieren documentar día a día lo que les pasa y sienten mientras están en casa.

  • Un diario permite darse a uno mismo una versión de quién es y qué está viviendo. Muchos de ellos se han vuelto parte de la literatura. FOTO SSTOCK
    Un diario permite darse a uno mismo una versión de quién es y qué está viviendo. Muchos de ellos se han vuelto parte de la literatura. FOTO SSTOCK
15 de abril de 2020
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1660
fue el año en el que Samuel Pepys, político británico, escribió su propio diario.

Por Valeria Murcia Valdés

La vida se va armando de retazos de recuerdos, unos más grandes y otros más pequeños. Quien empieza a escribir no siempre sabe por qué, pero atravesar una pandemia es uno de esos episodios que pide a gritos ser recordado.

“Escribir un diario es construir una historia acerca de sí mismo”, afirma Mauricio Bedoya, profesor de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la U. de A. No es posible narrar todo lo que sucede, así que la persona hace una selección y crear una narración de esos eventos, “narrativisarse”.

Es, además, “una de las formas de la autobiografía y en occidente supone que se geste la idea de un yo autónomo, una subjetividad que se mira a sí misma y trata dar razón de sí”, señala la profesora de la U. de Los Andes, Carolina Alzate. A diferencia de la autobiografía como tal, cuenta, el diario no se escribe mirando hacia atrás o como desde “un punto de llegada” de la madurez, es algo que se escribe en el momento, en el presente, es por eso que este tipo de textos “no tienen la forma del final cerrado”.

Se relaciona con el enigma, con no conocer el futuro y que empata perfectamente con una pandemia. “Los diarios suelen empezar en momentos de crisis, no necesariamente colectiva como esta, sino también individuales. La persona que lo escribe siente que algo importante ha pasado en su vida y que necesita hacerle un rastreo”, dice Alzate. Es sobre esas páginas donde se riegan las preguntas sin respuestas o con unas provisionales.

Cabe aclarar que esa expresión puede darse tanto en palabras sobre las páginas de una libreta, como a través de dibujos o incluso por vías mucho más públicas como Facebook, Instagram o Twitter. Eso sí, hay un elemento que los une, explica Alzate, debe haber una descripción cronológica: Día 1, Día 35...

En literatura se les puede considerar como un género en sí mismo “por las condiciones estructurales que atiende”, precisa Sayra Ríos Pulgarín, docente de la Upb en la Maestría en Literatura. “Que involucre una fecha, una modalidad de escritura, una deconstrucción del autor, de alguna manera comporta variaciones en el género”.

Formas de entenderlos

Bedoya explica que hay dos líneas desde donde se pueden mirar, una es la del espacio (tropos) y otra la del tiempo (cronos). Hablando de esa primera línea, la escritura puede localizarse hacia dentro y/o hacia fuera, es decir, aunque está pensado como una escritura íntima, que solo le compete a quien lo escribe, existe la posibilidad de que esas palabras le lleguen a otro ser humano, “bien sea alguien elegido o alguien que viole esa intimidad”.

La mirada más interna del asunto conlleva que “cuando una persona escribe de sí, toma contacto consigo misma. Se enfrenta con su sufrimiento, sus angustias y al ponerlas en palabras escritas le va dando forma al mundo interior”. Este tipo de escritura termina siendo una posibilidad “de aprehender el sufrimiento, las pasiones, las angustias, las incertidumbres, las alegrías, los sentimientos y los pensamientos”.

“La tristeza y la angustia hacen parte de las emociones del ser humano y por incómodas que sean, son útiles. Constantemente nos están invitando a negar esas emociones y sin ellas no podríamos sobrevivir en el mundo”, añade Giraldo sobre esa necesaria introspección.

Cuando se sabe que alguien más va a leer, además de que las personas quieran revelarse a sí mismas, “quieren revelar un acontecimiento o una serie de acontecimientos por los que pasó y lo que produjeron”.

Al hablar del cronos, del tiempo, Bedoya explica que el diario se mece entre el presente y el futuro. “Una persona escribe hoy lo que le está sucediendo buscando construir una versión o una historia de sí mismo en el presente. Quieren saber, en medio de las conmociones de la vida, quiénes son. Generar una memoria”.

Importante en momentos difíciles

El diario ha sido protagonista de momentos complejos de la humanidad, como lo está siendo en este. Probablemente uno de los más recordados sea el que escribió Ana Frank durante los años en los que ella y su familia debían esconderse del acecho de los nazis.

Lo escribió entre junio de 1942 y agosto de 1944. “A ella le sirvió como un evento terapeútico, para poner sus pensamientos y sus emociones más allá de su mente. Sirvió como una construcción de la memoria, de una época, de ella como niña y de una familia”, señala la psicóloga Vanesa Giraldo Martínez.

“El diario como forma de autobiografía se puede relacionar con individuos que quieren dar razón de sí en un momento de precariedad. Por tanto, son una reinvención del yo, en ese momento que siento que debo seguir y que si escribo en el día a día después puedo leer y hacer un sentido”, dice Alzate.

Como fuente histórica y literaria, este género ha sido muy importante, destaca la profesora. “Permite narrar y entender las precariedades, dar acceso a la cotidianidad de personajes en momentos críticos en la historia de occidente y cómo tratan de armarse. Escribir tiene una potencia muy diferente a la verbalización, porque puedes pausarlo, ser creativo, un poco más introspectivo”, apunta Giraldo.

Y en la literatura

El diario ha estado presente en la política para documentar los reinados de reyes, la vida de curas, en las travesías y en expediciones como la de Humboldt. Otro de los más recordados es el del político británico Samuel Pepys, quien lo escribió durante casi una década, entre 1660 y 1669. Sus escritos privados fueron publicados cien años después de morir.

Ríos recomienda regresar al de Ana Frank, más en momentos como este, “nos arroja esas posibilidades estéticas que están desde la infancia y que va revelando el mundo circundante y lo que opera en ella como persona”. Sugiere los diarios de Kafka, que aunque tiene datos fechados incluso juega con el tiempo, y La conciencia uncida a la carne: Diarios de madurez de Susan Sontag. “Revela el carácter crítico e intelectual de esta mujer que ha sido un ícono de la literatura universal y contemporánea, sobre todo en términos de lo femenino”.

Alzate indica que también ha habido gran tradición de llevar diarios en el país, ella ha estudiado el siglo XIX en especial. Las memorias fueron abundantes por esos años, “grandes hombres que sienten que hacia el final de su vida o en un periodo de madurez importante pueden hacer la gran historia de su vida”. Soledad Acosta de Samper fue una de ellas, quien escribió en su juventud y se fue forjando como escritora.

Destaca también el de José Hilario López y otro de Rafael Pombo, uno que escribió viviendo en Nueva York. “Es un diario de crisis, del sujeto moderno en medio de una ciudad como esa, que va a conciertos, que no encuentra su lugar en el mundo, que va y compra libros”.

Entre esas páginas que un autor cuida y se reserva para sí está la posibilidad de encontrar una vía de escape, “de reconfigurar la realidad”, sostiene Ríos, y de sostener una conversación con ese lector imaginario o hasta con el mismo diario que hace las veces de quien recibe las palabras. Si siente la necesidad, escriba, dibuje, cree. En este momento no hay fórmulas que dicten, qué es lo adecuado para entender este momento.

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