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Colombia celebra el centenario de nacimiento del poeta Jorge Gaitán Durán

El escritor fue uno de los más importantes intelectuales colombianos del siglo XX. Su vida y su obra fueron breves.

  • Jorge Gaitán Durán fue el fundador de la revista Mito. Murió en un accidente de avión. Foto: Cortesía.
    Jorge Gaitán Durán fue el fundador de la revista Mito. Murió en un accidente de avión. Foto: Cortesía.
16 de febrero de 2024
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Por Harold Alvarado Tenorio

Jorge Gaitán Durán sucumbió en su patria bajo las contorsiones provincianas de esa versión banalizadora, miserable y tardía de un viejo y esencial problema de la cultura occidental, el nihilismo, que en Colombia se llamó Nadaísmo y cuyo contenido se redujo a gestos. Frente a estos revolucionarios fomentados por el periódico El Tiempo, su obra significa precisamente el intento de recuperar y asimilar para su patria esa ilustración que fue sofocada secularmente por el catolicismo contrareformista de la herencia española y sus pacatos continuadores en Colombia”, escribió Rafael Gutiérrez Girardot en 1989.

Con sus escasos treinta y siete años, JGD fue sin duda uno de los más notables intelectuales de la lengua en el siglo pasado. Y quizás el único nacido en Colombia que puede contrastarse sin desmerecimientos con sus pares, americanos y peninsulares, como Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, Gabriel Ferrater, el brasileño Ferreira Gullar o el venezolano Juan Liscano. Hijo de un ingeniero de ferrocarriles y de una rica terrateniente, nació en Pamplona, donde hizo sus estudios de primaria en un colegio de señoritas de Cúcuta y el bachillerato en el Colegio Sagrado Corazón de los Hermanos Cristianos.

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“Yo tenía quince años en 1940. Durante los cinco años que siguieron fuimos lo que la guerra quiso. No alcanzamos a ponernos el uniforme, pero la propaganda modeló nuestra imagen del mundo. No volvimos del frente cojos o ciegos, pero en tan decisiva etapa de la formación de un hombre, nuestro horizonte ético y estético se redujo a libros, películas, conversaciones, conferencias, lecciones, cuyo único objetivo era la victoria. Necesariamente nuestras concepciones de la sociedad, de la literatura o del amor resultaron esquemáticas, convencionales, sentimentales. Trabajo nos costó desprendernos de ese lastre. Nos correspondió el aspecto más mediocre —también el menos peligroso corporalmente— de la pavorosa contienda. Quizá esto explique que nuestra primera reacción literaria fuera una poesía desengañada y melancólica y nuestra primera reacción política y social una desconfianza un poco fúnebre ante cualquier orden establecido. [...]”, escribió Gaitán Durán en 1959.

En 1941 se inscribió en Bogotá en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional y pasó allí un año, al lado de su amigo Eduardo Ramírez Villamizar, el más grande escultor que ha tenido Colombia. De allí fue a la Universidad Javeriana para estudiar derecho y comenzó a escribir sobre cine, pintura, arte y literatura en diarios como El Tiempo, El Liberal o la Revista de las Indias donde celebra la obra de sus contemporáneos Alejandro Obregón, Ramirez Villamizar o Lucy Tejada, mientras departió con Fernando Arbeláez, Hernando Tellez o León de Greiff en los cafés Asturias, Fortaleza y Automático, las verdaderas escuelas literarias de entonces. Durante los sucesos del 9 de abril participó en el levantamiento, tratando de orientar al pueblo en la lucha y tuvo luego que esconderse por varios días hasta que logró llegar a Cúcuta, donde fue protegido por amigos de su familia. Al año siguiente regresó a Bogotá y luego de algunas actividades partidistas decidió viajar a París, donde hizo estudios de cine y se casó con Dina Moscovici. Viajó por varios países europeos, por Rusia y China, donde vio a Mao Zedong en persona ante doscientas mil personas en la Plaza del Pueblo.

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En junio de 1954, con treinta años y con Gustavo Rojas Pinilla en el poder, regresó a Colombia. Dos meses después [agosto 29] escribió a Eduardo Cote Lamus, retratando la Bogotá y el país de entonces y quizás de siempre:

“La selva es Bogotá. Acabo de regresar de allí. Vengo deprimido. Solo ahora comprendo las tonterías que hice al regresar de Europa. En Cúcuta se está dentro de una atmósfera nacional. El país con todos sus defectos y cualidades. Bogotá es una atmósfera asfixiante, donde el chisme, el chiste y el trago impiden toda actividad humana verdaderamente digna. Tú recuerdas cuántas críticas hice al ambiente cultural de España; pues bien, el de Bogotá es aun inferior: conformismo, ignorancia, petulancia que se cree talento. Naturalmente, hay dos o tres personas con las cuales se puede conversar provechosamente. Conclusión: si no tienes disposición de explorador, quédate allá lo más posible.”

El primer número de Mito apareció en abril de 1955. A mediados del año siguiente, Gaitán Durán regresó a Europa, pero para 1957 ya está de nuevo en Colombia luchando por la democratización del país y así, de manera intermitente, permaneció, unas veces en el país, otras en España o en Francia, hasta cuando en 1962 murió en el accidente de un avión de Air France durante una maniobra de la nave en Point-à-Pitre.

Gaitán Durán fue sepultado en Cúcuta el 29 de junio de ese año. Con él falleció toda una generación de colombianos que nunca pudo cambiar su país y fue sometida a diversos tipos de vejámenes, desde los ministerios que aceptaron a los gobiernos del Frente Nacional donde hicieron todo lo contrario de lo que habían soñado, como es el caso de Pedro Gómez Valderrama, ministro de gobierno y educación de Guillermo Valencia e ideólogo de los bombardeos a Marquetalia, Riochiquito y Guayabero, que condujeron a la creación de las llamadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, o Indalecio Lievano Aguirre al servicio del avieso gobierno de Alfonso López Michelsen, o Álvaro Mutis, encarcelado en Lecumberri por sus extrañas maniobras y manejos de dineros a favor de las empresas imperialistas que controlaban el petróleo, o el triste destino de Valencia Goelkel y Charry Lara, silenciado el uno para siempre o plegados a los intereses torvos de Eduardo Carranza, o mendigando cuotas burocráticas y viajes para sí y sus hijas en los ministerios de exteriores o en esa cosa horrenda que se llamó Colcultura. Para no hablar de otros que envejecieron en cargos diplomáticos o adivinando el futuro y las suertes a presidentes, etc. Las malas jugadas del destino, o de los obstinados dioses, como escribió Valencia Goelkel, en uno de los homenajes que hizo a su amigo.

Como se sabe, más que poeta, Gaitán Durán, fue un intelectual, es decir un político. Uno que trabajando con la inteligencia tendría la responsabilidad, son sus palabras, por sus semejantes, mediante el ejercicio de una conciencia alerta para protestar y denunciar aquellos actos u omisiones que los sin voz no pueden levantar ante el mundo. Un ejercicio de la libertad que podía darse porque nada le debía a nadie.

“No le debo favores a nadie; no dependo de ningún partido, de ninguna secta; no acepto jefes, ni índex de ninguna clase, no pueden asediarme económicamente, no pueden aniquilarme éticamente, no pueden impedirme que escriba, ni mucho menos que piense; leo lo que quiero, estudio, observo e intento con obstinación comprender ciertos panoramas políticos y sociales, ciertas pasiones humanas. No soy un inconforme profesional: creo apenas que la fuerza de una posición no proviene del desprecio, ni siquiera del talento o de una adhesión ideológica, sino de la independencia y de la conciencia”, escribió en La revolución invisible.

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Y si su obra literaria es una de las más bellas contribuciones de colombiano alguno al caudal de la lengua fue por un azar del destino. Gaitán Durán imitó durante su juventud, o primera juventud, los tonos y quizás hasta los motivos del piedracielismo carrancista, a quien extrañamente admiraba. Pero luego, cuando pudo conocer la literatura francesa de su tiempo y en espacial a Camus, los cuadernos fueron su principal ocupación y del ejercicio de esas reflexiones saltó a la poesía verdadera, así también esté manchada por ideologismos como la lucha facciosa y muy francesa entre eros y thanatos. Gaitán Durán y su amigo venezolano Juan Liscano pusieron de moda entre nosotros ese sentimiento que acerca el vivir a plenitud a la muerte, al morir. Así lo ha sostenido también Gutiérrez Girardot:

“Dentro de la poesía de lengua española de los años cincuenta que por su acento político se llama comprometida, la de Gaitán Durán constituye una excepción del mismo modo como lo es dentro de la poesía hispánica llamada erótica. Y esa excepción se funda precisamente en la liberación de Eros de las cargas morales y dogmáticas que lo convirtieron en pornografía y obscenidad como también en la liberación de la política de las cargas igualmente moral-dogmáticas que la convirtieron en principios abstractos y finalmente antihumanos”.

Pero Gaitán Durán y Liscano no estaban solos. En Barcelona, por los tiempos de la creación de Mito, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma y Agustín Goytisolo estaban empeñados en escrituras similares. Sin olvidar que otro de los grandes poetas del cincuenta vivía en Bogotá y fue publicado en las ediciones de Mito: José Manuel Caballero Bonald.

Poeta de la existencia, es decir, de la consunción de la muerte a través de la vida, sus mejores poemas están reunidos en libros como Asombro, Amantes y Si mañana despierto.

“Mi obra afirma simplemente que el hombre debe saber a todas horas que va a morir, lo cual conduce a que el erotismo sea, como la poesía, el único instante en que podemos pulverizar una historia implacable”, dijo en una entrevista para Lecturas Dominicales de El Tiempo, el 22 de mayo de 1960

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