Los motivos del arte suelen anclarse en las vivencias de la infancia. Carlos Andrés Martínez Hoyos asumió el seudónimo de Casetera por un recuerdo de la niñez: en un diciembre recibió un walkman que le abrió el universo de la música popular.
Por la misma época –finales de los noventa– descubrió el dibujo: su madre le entregó lápices, cuadernos, temperas. También leyó en las páginas de El COLOMBIANO las tiras Mafalda, Educando a Papá, Pepita, El fantasma, Beto El recluta. Casetera es hoy un fenómeno en las redes sociales: entre Facebook, Twitter e Instagram su público se acerca a los 150.000 seguidores.
Una audiencia de esas proporciones le permite vivir del trabajo de su lápiz. Y todo esto comenzó como un ejercicio de catarsis: en un principio sus personajes principales El Flaco y Mariana vivían cosas que le ocurrían a Casetera en su historia sentimental. El registro cotidiano de estas historietas ha conectado muy bien con los internautas. Otro de los personajes importantes en su universo estético es el Enmascarado, el alter ego de Carlos Andrés. En sus apariciones públicas y en los retratos que se hace para medios noticiosos aparece con esta prenda tomada del mundo de los superhéroes y del sadismo.
Dos elementos interesantes en las obras de Casetera son, primero, sus continuas alusiones a la cultura popular. Los personajes de sus cómics se suben al taxi de Ricardo Arjona o son salvados del peligro por Marco Antonio Solis o le dan una vuelta siniestra a una canción romántica de Chayanne. Sus tiras se difunden en redes sociales y han sido recopiladas en las seis ediciones del Magazín Mazamorry.