Una cadena con óxido y un candado grueso cierran la reja de entrada de Casa Blanca, la vivienda de Envigado que podría ser el museo biográfico más importante de Colombia y uno de los más relevantes de América Latina. En ese edificio de altos muros blancos y grandes jardines vivió Débora Arango, la artista cuya obra puso en jaque los prejuicios sociales de principios del siglo pasado y cuyo rostro está estampado en el billete de dos mil pesos, que comenzó a circular el 29 de noviembre de 2016.
Casa Blanca —dicen varias fuentes— nada tiene que envidiarle a Casa Azul, el museo que en Coyoacán, México, custodia y promociona el arte de Frida Kahlo. “El valor simbólico de la casa de Débora es mayúsculo”, dice sin duda alguna Oscar Roldán-Alzate, director del Museo de la Universidad de Antioquia y antiguo asesor de la alcaldía de Envigado en la realización del plan maestro de Casa Blanca.
Las similitudes entre Arango y Kahlo comienzan con el año de nacimiento —1907— y la voluntad de hierro para abrirse camino en un ambiente artístico dominado por los pinceles de Pedro Nel Gómez y de Diego Rivera, respectivamente. Además, ambas produjeron obras de cariz político que pusieron a prueba las creencias de sus épocas de que las mujeres debían contentarse con los bodegones y las naturalezas muertas.
Sin embargo, hasta ahí llegan los parecidos: mientras México ha convertido a Kahlo en una de las pintoras más conocidas del planeta —un ícono pop con todas las de la ley—. Colombia no ha sabido muy bien qué hacer con el legado de Arango. “Con Débora ocurren cosas muy extrañas que van del ostracismo de ser vetada hasta su decisión de expatriarse en su propia casa... A Débora no la hemos estudiado lo suficiente”, dice Roldán.
Y tal vez sean esa incomodidad con un personaje lleno de matices y el nudo de la burocracia los que tienen a Casa Blanca en el limbo de ser un museo que —cuentan los vecinos—solo recibió en 2020 visitas los martes y los jueves en las tardes. Además, quienes quisieron conocer los muebles, los bocetos, las salas y las pinturas que Débora juntó a lo largo de sesenta años debieron enviar un mail a un correo institucional para programar la guía con antelación. Este año las puertas no se han abierto al público.
Por estos días Casa Blanca es uno de los temas de conversación en las redes sociales. El mal estado de sus muros exteriores salta a la vista de los viandantes y conductores que transitan por la carrera 43 de Envigado. En algunas partes las grietas van del suelo hasta la mitad de los muros, dejando atisbar el interior del lote. También hay pedazos en los que la pintura y el revoque se cayeron dejando el ladrillo a la intemperie. Tal circunstancia activó las alarmas en la ciudadanía por el presente y el futuro de la vivienda, que desde 2008 es un bien de interés cultural de la nación. Y las preguntas por la conservación del interior de la casa surgieron a borbotones.
EL COLOMBIANO contactó a funcionarios de la Alcaldía de Envigado para concertar una visita a Casa Blanca, pero no fue posible programar una antes de la fecha de publicación de este artículo. Tampoco se obtuvieron respuestas a las inquietudes respecto a la denuncia de una construcción, sin el visto bueno del Ministerio de Cultura, de un aula ambiental justo en el lugar en el que estaba el vivero de las orquídeas de la pintora. Por este hecho, funcionarios del ministerio —de las oficinas de Patrimonio y Memoria y Jurídica— visitaron en julio de 2022 el predio para reunir la información necesaria sobre “la ocurrencia o no de una falta contra el patrimonio cultural”. De ratificarse la denuncia, la alcaldía de Envigado podría recibir una multa de 200 a 500 salarios mínimos legales mensuales vigentes.
En lugar de información, los funcionarios ofrecieron la promesa de una reunión para la tarde del lunes con los líderes de las Secretarías de Cultura, Planeación y Obras Públicas.
El proceso
La plata para comprar en 2017 Casa Blanca salió de los bolsillos de la alcaldía de Envigado, del Área Metropolitana y del Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia. La suma —se conoció entonces— superó los trece mil millones de pesos por un lote de 3.300 metros cuadrados. Ese es otro de los motivos de molestia entre los ciudadanos de Envigado: les incomoda una inversión no menor por un inmueble al que no se le ha sacado el provecho suficiente.
Según una fuente que pidió no ser identificada, Casa Blanca tiene espacios amplios que sin afectar sus piezas patrimoniales podrían albergar a las escuelas de música, danza o de empoderamiento femenino del municipio, dándole así al lugar las dosis de vida de las que ha carecido en los últimos años. El malestar no se detiene en ese punto. Un ciudadano —que también pidió mantener su nombre en reserva— dice que en una visita realizada en diciembre se percató de cierto grado de deterioro en la casa. Dijo haber visto en la sala familiar una grieta grande del techo al piso y baldes puestos en varios puntos del inmueble por las múltiples goteras en el techo. “En la casa uno siente la huella de la maestra y las limitaciones de la burocracia. Por ejemplo, no hay señalización ni fichas que informen de la historia de los objetos. Los guías son buenos, pero no hay una línea museográfica clara”.
Las restricciones de ingreso a Casa Blanca son —en palabras de Roldán— una mordaza a la obra de Débora. “Es una forma de silenciar a un personaje que necesitamos oír urgentemente”, dice. También afirma que las medidas de conservación seguramente obedecen a las limitaciones de la alcaldía de Envigado. Si no hay funcionarios destinados tiempo completo a velar por el museo sería un disparate abrir del todo sus puertas.
Con ese hilo de argumentos propone que el inmueble sea operado por una corporación sin ánimo de lucro, por una universidad, por una caja de compensación con la experiencia necesaria. De seguir Casa Blanca atada a las contingencias de la burocracia, Colombia seguiría perdiéndose de la oportunidad de tener un museo de primer nivel que aumentaría el atractivo del país para los turistas culturales.
Con sus cuadros Débora Arango le plantó cara a las etiquetas de los conservadores y de los liberales. Una exposición suya, hecha en 1940 a instancias de Jorge Eliecer Gaitán, fue califica por El Siglo como un desafío al buen gusto. Años después, tras una visita a su estudio, Marta Traba le sugirió dejar de lado su estilo para dedicarse al arte abstracto. Ambos hechos —contados en un ensayo por Santiago Londoño— permiten intuir la adversidad que debió padecer Débora en su camino artístico.
Las grietas en los muros exteriores y la cadena que cierra la entrada a su casa son los desafíos que hoy enfrentan su obra y biografía para llegar a todo tipo de audiencias. Y esto solo en el aspecto material: los expertos indican que, en un mundo ideal, Casa Blanca debería tener un plan serio para dar a conocer en distintos formatos las pinturas de la antioqueña. En el mundo los museos ya dejaron de ser depósitos de obras para adquirir un estatus de agentes de la cultura.