La de Juan Luis Mejía Arango es la memoria de Antioquia. Su trayectoria pública está enlazada con momentos e instituciones de la cultura de Antioquia. Por eso y por su cercanía con el novelista Manuel Mejía Vallejo no sorprende que haya sido el antologista de Coplas de amor llevar, un libro de versos del autor de Aire de Tango, con el que se prenden los motores del festejo del centenario del escritor. El volumen tiene en su portada la silueta de Mejía Vallejo y en una de sus primeras páginas su firma.
En las pausas de la escritura de prosa, Mejía Vallejo tomaba cualquier papel que estuviera a la mano —“papelitos, servilletas, el envés de páginas impresas”, dice Mejía Arango en el prólogo del poemario—para escribir coplas, décimas y verso libre.
Al cultivar los dos primeros formatos se inscribió en una tradición que se remonta a los tiempos de la conquista española y surgió en las tierras de Andalucía. Ese gusto por la poesía popular es de raigambre antigua en Antioquia y tuvo un momento importante con la publicación en 1929 de El Cancionero de Antioquia, con selección y notas del historiador y político liberal Antonio José —Ñito— Restrepo. “Estoy seguro de que Manuel se nutrió del trabajo de Ñito”, dice Mejía Arango.
La figura de Mejía Vallejo ha pasado a los libros de texto en su faceta de novelista, sobre todo por haber recibido en 1964 el Nadal y en 1988 el Rómulo Gallegos. Coplas de amor llevar es una forma para volver la mirada al trabajo lírico del autor antioqueño que nació el 23 de abril de 1922 en Jericó. El libro toma coplas incluidas en Las prácticas para el olvido y Soledumbres, títulos que en su momento tuvieron una circulación restringida. Mejía Vallejo escribió copla en la variante rendondilla —en la que el primer verso rima con el cuarto y el segundo con el tercero– y dejó inédito un conjunto picaresco titulado Coplas para que me lleve el diablo.
La sencillez formal de las coplas no es un obstáculo para la exploración de temas. Una de las incluidas en el volumen aborda la desolación que queda en el amante tras la partida del amor: “De mí mismo me salí/ cuando solo me dejaste./ Como todo lo llevaste/no encontré nada de mí”. Ese espíritu popular tiene un pariente cercano en la trova, que dio vía libre al ingenio repentista y pícaro de los antioqueños.
La de Mejía Vallejo es una trayectoria que atraviesa buena parte de la historia cultural de Antioquia en el siglo XX. La publicación en 1945 de la novela La tierra éramos nosotros le granjeó una temprana celebridad en el circuito intelectual de Medellín.
Los siguientes títulos de su bibliografía —el libro de cuentos Tiempo de sequía y la novela Al pie de la ciudad— vieron la luz tras su estancia de siete años en Venezuela y Centroamérica. A su regreso a Medellín —1957—se vinculó a la institucionalidad cultural: tuvo épocas en la Imprenta Departamental, en la Universidad Nacional y en la Biblioteca Pública Piloto. Fue precisamente en este último escenario donde llevó a cabo su más fructífera labor docente: entre 1979 y 1994 fue la mano guía del taller de escritores. Buena parte de la actual literatura antioqueña pasó por allí
“Hemos convertido a los escritores en anécdotas para evitar leerlos”, dice Mejía Arango. Y de inmediato expresa un deseo: espera que eso no ocurra con Manuel porque este, en sus novelas, cuentos y poemas “buceó en las honduras del alma antioqueña”.
El tiempo es el más implacable de los críticos literarios. Casi ningún escritor supera la prueba de los calendarios. Sin embargo, el carácter popular de la copla les da unos puntos de más a sus cultores. Mejía Arango refiere una anécdota que parece confirmarlo: en una ocasión Mejía Vallejo le oyó a un taxista recitar una copla suya sin saber quien la había escrito. Tal hallazgo lo llevó a decir: “Ese día me supe pueblo”