¿Qué tiene para decir un país? Parece una pregunta arrolladora. Quizá es mejor decir: ¿Qué quiere un país de quienes lo gobiernen? ¿Qué quiere un país de las instituciones? Tenemos que hablar Colombia es una iniciativa –empujada por las universidades Eafit, Nacional, Los Andes, Valle, Norte e Industrial de Santander; con el apoyo de Grupo Sura e Ideas para la Paz– en la que 5.159 personas trataron de responder esas preguntas. Hay varias conclusiones, la primera es que este no es el país más feliz del mundo, la desigualdad, la violencia y la corrupción han dejado una Nación triste. El contraste con el mismo ejercicio que se hizo en Chile es abisma: en el país del sur estaban –para 2019– enojados.
Durante cuatro meses y medios se hicieron cuatro sesiones diarias con los participantes que se conectaron virtualmente a las conversaciones. Hubo representantes de las regiones Centro, Andina, Caribe, Pacífico, Llanos Orientales y Amazonía, 2.540 hombres, 2.192 mujeres y 24 no binarios de edades entre los 8 y los 58 años. Buscaron la mayor cantidad de diversidad –comunidades, afro, palenqueras, indígenas, campesinas– para perseguir esa quimera de definir las dolencias o las esperanzas del país. Para que la conversación no se quedara en viento, las universidades se equiparon de moderadores, profesionales de ciencias humanas e ingenieros y programadores que pudieran encontrarle sentido y dirección a lo dicho. Quisieron armar una especie de internet que puede entender muy bien qué quieren las audiencias.
Así, como todo lo que nace en la era Google, el algoritmo arrojó varios datos que este jueves las universidades les entregarán a los candidatos a la Presidencia de la República en la Biblioteca Virgilio Barco. Algunos hallazgos que dejaron estas conversaciones, y que le dan valor a lo que se ha dicho en encuestas y redes sociales, es que seis de cada diez personas quieren un cambio en educación, cultura y política; preocupa que hay una precaria agenda política para la niñez y, finalmente, que esta generación debe responsabilizarse del cambio social: no los políticos, la ciudadanía.
En el caso de Chile, la conversación terminó en una constituyente que le dio un nuevo aire al país. En esta oportunidad se traduce en seis mandatos ciudadanos. Si se observa bien, se trata de seis vetas casi obvias en una sociedad moderna y que en Colombia se han trucado por razones varias: la corrupción, el conflicto armado, el narcotráfico, la acumulación de poder. En fin, no hay conversaciones nuevas, todo se trata de la misma rueda que gira. Los seis puntos son: hacer un nuevo pacto por la educación, cambiar la política, transformar la sociedad a través de la cultura, cuidar la biodiversidad y la diversidad cultural, construir confianza en lo público, proteger la paz y la Constitución.
Para todos estos cambios, los encuestados señalaron que creen que se deben hacer por medio de las instituciones existentes, como el Congreso, aunque no confían en quienes los integran. Por otro lado, y a diferencia del caso chileno, se confía en la Constitución, solo se pide que se aplique. No se señala nada nuevo.
Justo en la conversación se habló de que se deben proteger la Constitución, los acuerdos de paz, la biodiversidad y la diversidad cultural “Todo asociado a prevenir la violencia y a fortalecer la libertad y la democracia. La Constitución, en particular, es vista como garantía de futuro y punto de encuentro en el que, incluso, se asocian elementos culturales y de identidad”.
Hay una necesidad urgente de cambio, pero más que acción termina en tristeza, como ya se dijo y lo que reafirma que todo esto no hace más que llover sobre las peticiones que el país repite desde hace décadas. Dice el informe: “El deseo de cambio produce angustias. Y en el centro de las angustias colombianas está la corrupción”. No se señala nada nuevo, sin embargo los ciudadanos creen que no puede haber un cambio en la educación o la cultura —como herramientas políticas— si no se erradica la corrupción.
Estos mismo ciudadanos que señalan la corrupción y que confían en las instituciones, pero no en las caras que las representan, no se hacen un lado para construir ese país que quiere. La mayoría afirma que las soluciones son colectivas y confían en la sociedad y, también, en la academia y en los jóvenes: “Es decir, confían en el cambio revestido de argumentos, en la razón y en el poder transformador de las ideas”.
Tenemos que hablar Colombia puede dar una ruta para el próximo presidente: se confía en las instituciones, pero es necesario eliminar la corrupción de ellas, y encaminar para que fortalezcan la educación, la cultura y la protección del medio ambiente. Las peticiones de siempre, las deudas de siempre