33
tortugas incautó la Armada en Vichada en 2020; en lo que va de 2021, llevan 27.
La tortuga charapa (podocnemis expansa) es una de las más grandes de Suramérica y en su adultez alcanza un metro de largo y 100 kilos de peso; a diferencia de otras especies, nunca esconde la cabeza dentro del caparazón, sino que la protege ladeándola; incluso, sus paseos por las riberas de los Llanos Orientales inspiraron al gran Julio Verne para escribir en 1898 una de sus novelas de aventuras, “El soberbio Orinoco”.
Pero qué diablos le va a importar esto a los traficantes de fauna, que en los últimos dos siglos han reducido tanto su población, que ya las autoridades ambientales la consideran en riesgo de extinción.
El caso más reciente sucedió el pasado 25 de abril en el municipio de Puerto Carreño, Vichada. Un balsero surcaba el río Orinoco, cuando fue interceptado por hombres del Ejército, la Armada y la Policía, en el sector Rampa Vieja.
El tipo, asustado, no transportaba ninguna bomba, sino dos costales que llamaron la atención de los uniformados. Estos ocultaban los cadáveres de 23 tortugas charapa, a las cuales les habían cercenado el caparazón.
El balsero pretendía comercializarlas, pues su carne es apetecida en algunas ciudades. Por ese hecho, lo detuvieron y le imputaron el delito de aprovechamiento ilícito de los recursos naturales renovables, que contempla una pena de entre cuatro y ocho años de prisión, según los agravantes.
Este es apenas uno de los múltiples casos de tráfico de fauna que se presentan en la cuenca del río Orinoco y sus afluentes, puntualmente en los tramos que separan a Colombia de Venezuela.
Esta caudalosa vertiente de 2.140 kilómetros alimenta la tierra en los departamentos de Vichada y Guainía, y en los estados de Amazonas y Apure, al otro lado de la frontera (ver el mapa). La región es muy rica en flora y fauna, hay llanuras y selvas bañadas por otras arterias fluviales, como los ríos Meta, Tuparro, Vichada, Tomo, Iteviare, Muco y Guaviare.
Hay dos parques nacionales naturales: del lado colombiano está El Tuparro, y del venezolano está el Capanaparo – Cinaruco, en cuyos alrededores habitan, además de las charapas, jaguares, dantas, babillas, caimanes y delfines de río. Un paraíso para los que aman la naturaleza, y un botín para quienes la depredan.
Persecución a los ilegales
El coronel Nelson Fernández, comandante de la Brigada de Infantería de Marina N°5 de la Armada, le explicó a EL COLOMBIANO que el tráfico de fauna es bilateral, es decir, especies sustraídas en Colombia son llevadas a Venezuela, y viceversa.
En el caso del capturado en Rampa Vieja, se presume que las tortugas fueron cazadas en el país vecino para ser comercializadas a este lado.
“Los pasos informales de la frontera se convierten en los lugares más susceptibles para el ingreso y la salida de especies en esta región”, acotó el oficial. Otros puntos críticos son Puerto Carreño, Casuarito e Isla Ratón, en Vichada; y Puerto Ayacucho y Samariapo, en el estado Amazonas.
En respuesta a un cuestionario enviado por este diario, el coronel manifestó que la carne de charapa, y de otras especies cazadas de manera ilegal, es transportada hacia Bogotá y Villavicencio, por lo general, donde es ofrecida para el consumo. Cada tortuga entera puede tener un costo de $4’140.580 en el mercado negro.
Desde que inició la pandemia hasta hoy (2020-21), la Armada ha incautado 60 tortugas, una babilla, una serpiente pitón y 7.926 kilos de pesca ilícita.
De otro lado, el Informe de Gestión 2020 de CorpoOrinoquía, la autoridad ambiental de la zona, indica que recibió el año pasado un total de 109 animales decomisados en su sede de Vichada, y 39.678 metros cúbicos de madera, pues también hay tráfico de este recurso en el sector.
En toda la jurisdicción cubierta por la entidad, que abarca Vichada, Arauca y Casanare, se incautaron 5.8 toneladas de carne de fauna silvestre, en especial de chigüiro (5.821 kilos), babilla (24 kilos) y armadillo (9 kilos). A esto hay que sumarle los 65 kilos de charapa decomisados en abril de este año.
Guardianes de la vida
Faustino Rodríguez Pónare nació hace 48 años en Vichada, y se crió en una de las comunidades indígenas de la selva de Matavén, que abarca gran parte del municipio de Curamaribo, en el centro del departamento.
Este es un importante ecosistema porque, según un estudio del Instituto Humbolt, “es una zona de transición entre las grandes selvas de la Amazonía y las extensas sabanas de la Orinoquía”.
“Ahí tenemos de todo un poquito, la madre naturaleza nos da de comer en este hermoso territorio, en el que viven nuestras familias”, comentó Faustino.
Su amor al entorno y al prójimo lo llevó a estudiar Salud Ocupacional y convertirse en el coordinador de la Guardia Indígena de Acatisema, la Asociación de Cabildos y Autoridades Tradicionales Indígenas de la Selva de Matavén, que agrupa a 17 resguardos y cerca de 16.000 lugareños.
Faustino tiene a su disposición 312 guardias indígenas, que armados con arcos, flechas y bastones de mando, recorren la jungla y están atentos a los movimientos de los traficantes de fauna y madera, y reportan a las autoridades las áreas deforestadas.
Acatisema, además, formó desde 2012 una alianza estratégica con la empresa de proyectos ambientales Mediamos F&M, para contribuir a la mitigación de los efectos del cambio climático.
Este proyecto Redd+ (categoría creada por la ONU para reducir las emisiones de CO2) ha protegido desde entonces 1’150.212 hectáreas de bosque.
“Nosotros visitamos las comunidades, hacemos trabajo educativo, conservamos la selva y evitamos la deforestación”, detalló Faustino. De esta manera, se contribuye a la subsistencia de las charapas y las demás especies.
La Armada también hace jornadas de aprendizaje “con las comunidades ribereñas, para mitigar el impacto de la caza y pesca indiscriminada”, según el coronel Fernández, lo cual se complementa con puestos de control fluviales, en los que se inspecciona la mercancía para verificar que no haya tráfico de fauna.
En su novela, Julio Verne escribió que las charapas eran tantas a finales del siglo XIX, que una estampida suya amenazó con arrasar los poblados del Orinoco. “Esos centenares de miles de tortugas que aparecen por los alrededores, como un ejército en campaña”, mencionó el novelista.
Si alguien quisiera redactar algo parecido en la actualidad, tendría que pensar en otro animal, porque la acción inconsciente del hombre está desapareciendo a esta especie de las riberas.
La esperanza está en el trabajo integrado que hacen las autoridades civiles y armadas, los indígenas y la empresa privada, pero sobre todo, en la ciudadanía que debe evitar ser parte del mercado negro de animales silvestres.
Tal vez así, podamos contemplar lo que en la ficción observaron los personajes de Verne: “Si existen tantas tortugas, es asombroso que no encontremos una sola. ¿Te imaginas esos bancos de arena, desapareciendo bajo sus caparazones?”.