24
años llevaba el coronel Óscar Dávila al servicio de la Policía. Falleció a los 42 años de edad.
Ningún suicidio había despertado tantas inquietudes y confrontaciones políticas en Colombia como el del coronel Óscar Dávila, el oficial de la Policía que coordinaba el Grupo de Protección Anticipativa de la Presidencia de la República.
Las pruebas científicas de Medicina Legal no aquietaron la tormenta de cuestionamientos a la Casa de Nariño, ni la frase concluyente de la vicefiscal General, Martha Mancera: “Para la Fiscalía este caso está resuelto y muy seguramente los fiscales a cargo del mismo, con autonomía e independencia, lo cerrarán”.
En las últimas horas la opinión pública conoció otras dos evidencias importantes en el marco de esta investigación, las cuales describen los momentos previos a la detonación del arma con la que Dávila segó su vida en Bogotá el pasado 9 de junio.
La primera es una serie de videos y fotografías del recorrido de la camioneta oficial, la cual era conducida por el escolta, el subintendente Osman Galeano; y la segunda es la declaración que este rindió a los funcionarios del CTI momentos después de la muerte.
Los videos, obtenidos de cámaras de seguridad circundantes, exponen la línea de tiempo desde que el finado entró al apartamento de un familiar a las 5:40 p.m., en la localidad de Chapinero, para hacerle el favor de sacar una carne del horno, y el posterior recorrido rumbo a su casa.
A las 6:16 p.m., a pocos metros de su destino en Tehusaquillo, la camioneta de vidrios polarizados se detuvo junto a una acera, el chofer descendió, dejando su arma adentro, y cruzó la calle para comprarle a su jefe un agua con gas en la tienda.
Desde el local miraba con insistencia hacia el vehículo, lo que ha sido interpretado por algunos como sospechoso, aunque, siendo un escolta, sería natural que no apartara la mirada por mucho tiempo.
A su regreso se sentó en el lugar del piloto y vio al coronel con la pistola en la mano derecha, apuntándose a la sien. “Me dice ‘gracias por todo’ y se dispara en la cabeza”, declaró Galeano a los agentes del CTI. Lo que hizo después fue llamar a la línea de emergencia de la Policía y a la esposa de Dávila.
Uno de los hechos que despertó más suspicacia fue que, de acuerdo con su propio testimonio, sacó la pistola del vehículo, con el pretexto de evitar que la viuda la tomara y atentara contra sí misma.
Quiso entregársela a una mujer policía que llegó posteriormente a la escena, pero cuando esta le advirtió que no podía recibirla por tratarse de un elemento material de prueba, Galeano volvió a meterla dentro del automotor.
Los videos filtrados a la prensa no muestran ni el fogonazo del disparo, ni cuando el conductor extrajo el arma.
Las preguntas
Alrededor de este caso aletean múltiples interrogantes. Unos están relacionados con la conducta del coronel el día de su muerte, otros con las acciones del guardaespaldas y unas más con el contexto judicial y político que tenían al difunto bajo presión.
En relación con lo primero, un sector de la sociedad se pregunta si en realidad el coronel tenía planeada su muerte, como suelen hacer la mayoría de los suicidas.
Si tal era su decisión, ¿por qué el 2 de junio de 2023, una semana antes de morir, le envió una carta al fiscal general Francisco Barbosa, informándole su “absoluta disponibilidad” para presentarse a su despacho y declarar en el caso de las chuzadas ilegales que salpican a la Presidencia?
¿Por qué en la mañana del 9 de junio le dio un adelanto de $50 millones al abogado Miguel Ángel del Río para que se encargara de su defensa judicial? El jurista es cercano al petrismo y quedó en la palestra pública cuando trinó que Dávila se había suicidado apenas 90 minutos después del hecho y sin que el CTI hubiera procesado la escena.
¿Por qué a las 6:10 p.m. de aquel día, durante el trayecto a su casa, llamó por celular a su esposa para decirle que llegaba “en 10 ó 15 minutos”?
¿Por qué no se despidió de ella, pero sí del escolta?
Respecto a la conducta del subintendente Galeano, ¿por qué estacionó la camioneta en el carril más lejano de la tienda, y no en el del frente, sabiendo que no quedaba en contravía? Ciertamente, entre más alejado esté del automotor, menos tiempo de reacción tendría ante cualquier eventualidad, algo que todo escolta sabe de antemano.
Y sobre todo, ¿por qué dejó su pistola de dotación dentro del vehículo, desestimando los protocolos del servicio policial? ¿Acaso fue una orden de su jefe? Esto no lo aclaró en su testimonio, según fuentes cercanas a la investigación.
Las presiones
La muerte del coronel Dávila tiene como escenario de fondo el escándalo de las presuntas chuzadas ilegales por parte del Gobierno. La olla podrida se destapó en enero de este año, cuando funcionarios del Grupo de Protección Presidencial sometieron a interrogatorio con polígrafo a la niñera de Laura Sarabia, la entonces jefa de Gabinete de Gustavo Petro, y después le interceptaron el teléfono, al igual que a una empleada doméstica, haciéndolas pasar ante la Fiscalía como presuntas integrantes del Clan del Golfo.
El propósito de esta conducta irregular era averiguar si se habían robado unos documentos y una suma de dinero a determinar del apartamento de Sarabia.
La situación desató investigaciones en la Fiscalía y la Procuraduría y, aunque el coronel Dávila llevaba 24 de sus 42 años de vida en la Fuerza Pública, estaba sometido a un alto grado de estrés difícil de manejar.
Prueba de ello fue el resultado de la necropsia. “Se detectó que estaba tomando Alprazolam, un medicamento derivado de las benzodiacepinas, que tiene un efecto ansiolítico y ayuda a conciliar mejor el sueño. Uno desde el punto de vista forense pudiera decir que esta persona estaba expuesta a un estrés importante”, afirmó Jorge Paredes, funcionario del Instituto de Medicina Legal.
¿Podría esta droga alterar el comportamiento del oficial, al punto de detonar una tendencia suicida? Le planteamos esta pregunta al toxicólogo Hugo Gallego Rojas, docente de la facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia.
“No hay evidencia científica de que las benzodiacepinas induzcan al suicidio. Este medicamento se receta para tratar trastornos de ansiedad, depresión y ataques de pánico, entre otras cosas”, respondió.
En el caso puntual de Dávila, los forenses no especificaron si la droga le había sido recetada por un galeno o si él se automedicó.
El propio presidente Petro reconoció la situación, cuando el 21 de junio declaró a la prensa que “el coronel se suicidó por presiones que tuvo en los últimos instantes de su vida, y que no logró controlar lamentablemente”.
El abogado Miguel Ángel del Río solicitó una investigación por el delito de inducción al suicidio, alegando que había “una persecución infame de la Fiscalía”.
Aquí se abre otro frente de interrogantes ¿De quién provenía esa presión? ¿De la Casa de Nariño? ¿De la Policía y del coronel Carlos Feria, jefe directo de Dávila y quien también está investigado por las chuzadas?
La Fiscalía enfatizó que no alcanzó a escuchar al oficial, a pesar de que él mismo lo había pedido.
En medio de todo, también hay un sector de la ciudadanía y de la oposición política que se resiste a aceptar que se trató de un suicidio. En la marcha convocada contra las reformas sociales propuestas por el Gobierno, el 20 de junio, hubo arengas y pancartas con este mensaje: “El coronel Dávila no se suicidó, lo mataron”.
Entre las teorías extraoficiales que ha suscitado esta tragedia está la de la periodista Patricia Janiot, quien la definió como “un suicidio anunciado”.
En un video posteado en sus redes sociales, dijo: “La pregunta que más me causa curiosidad es por qué dos días antes de la muerte del coronel, el presidente Gustavo Petro en un discurso ante sus seguidores habló de un suicidio?”.
Se refería a una oratoria del Jefe de Estado en la marcha de apoyo a su Gobierno, el pasado 7 de junio en Bogotá, donde expresó: “Pueden escudriñar lo que quieran, pueden llevar a seres humanos al borde del suicidio, como está aconteciendo, y no podrán jamás poner este Gobierno popular al lado de los que no queremos”.
A los dos días murió Dávila. “¿Fue una coincidencia, que resultó en un infalible presagio”, se preguntó Janiot, ¿o a quién se refería Petro?
Son tantas las preguntas abiertas en torno al coronel, que ni toda la tierra del cementerio podría cubrirlas.