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Los frentes para devolverle la vida al río Magdalena

Navegabilidad, declaración patrimonial y conservación se unen para revitalizar la gran artería hídrica.

  • El proyecto para recuperar la navegabilidad del Magdalena está en mora desde hace 60 años. FOTO: COLPRENSA
    El proyecto para recuperar la navegabilidad del Magdalena está en mora desde hace 60 años. FOTO: COLPRENSA
Los frentes para devolverle la vida al río Magdalena
27 de abril de 2021
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El llamado Río Grande viaja a través de 1.528 kilómetros, desde el páramo de las Papas hasta Bocas de Ceniza, quiere decir que influencia al 85 % de la población colombiana, en 22 de los 32 departamentos y en 728 de sus 1.123 municipios.

Sin embargo, tan vasta como su huella e importancia en el desarrollo del país son los males que lo aquejan. La pesca ha caído en un 50 % en los últimos 30 años, según el documento “¿Para dónde va el río Magdalena?” publicado por el Foro Nacional Ambiental. Además, un informe de la Procuraduría, de abril de 2019, indica que la principal arteria del país se ubica en el puesto 15 en el mundo entre los ríos que más desechos vierten a los océanos, por citar solo dos de sus problemas macro.

La envergadura de los desafíos que afronta el Magdalena explica, en parte, porque naufragan ambiciosos proyectos y decenas más palidecen como soluciones suficientes.

Uno de esos proyectos que vuelve a la carga es la Alianza Público-Privada para recuperar la navegabilidad del río Magdalena. Se espera que en el segundo semestre de este año quede claro cuál concesionario se encargará de financiar, construir, operar y mantener el proyecto de navegabilidad a través de 668 kilómetros, entre Bocas de Ceniza y Barrancabermeja.

Esto después de que la Agencia Nacional de Infraestructura –ANI– terminara hace cinco semanas la fase de estructuración financiera, legal y técnica (compuesta por los componentes ambientales, sociales y prediales).

Lograrlo supondría hacer realidad un proyecto aplazado desde los años 60, cuando el transporte a través del Magdalena, clave durante dos siglos para impulsar a la Nación, sucumbió entre factores ambientales como la erosión de la cuenca y el auge de otras formas de transporte.

Pero, ¿qué hará la diferencia para que esta vez sí se logre convertir al Magdalena en el motor del transporte intermodal? Esto teniendo en cuenta que se busca aumentar el 200 % el transporte de carga en el río.

Según le explicó a EL COLOMBIANO Humberto Ávila, director del Instituto de Estudios Hidráulicos y Ambientales y quien coordinó el convenio entre Uninorte y Cormagdalena para la ejecución de la evidencia técnica y científica de la APP, hay un aspecto clave que se desmarca de iniciativas anteriores: que sea el proyecto el que se ajuste a la dinámica del río y no al revés.

“Históricamente la infraestructura de transporte en el país que involucra ríos ha sido pensada para que funcione de acuerdo a las condiciones de cada momento, pero resulta que los ríos, y particularmente el Magdalena –que tiene un caudal, sedimentación, dinámica e hidromorfología únicas en el mundo– exigen una comprensión de su comportamiento para adaptar el proyecto con el paso de los años. Para esta APP hemos planificado a 15 años inicialmente, pero con una base científica para ampliar esa mirada en el tiempo. Eso nunca se había hecho”, explica.

Ávila asegura que la incorporación de esta base científica para medir y pronosticar la morfología del río, el régimen de lluvias y sequías, la actividad socioeconómica de las comunidades ribereñas y el monitoreo de ecosistemas que afectan la dinámica del afluente, como los humedales –fundamentales para regular el agua–, dará como resultado la reducción de riesgos durante la construcción del proyecto, la durabilidad del mismo y el beneficio tanto para el sector productivo como de las comunidades que dependen directamente del río.

Otras manos que suman

Paralelo a este proyecto existe una larga lista de iniciativas para devolverle el futuro al Magdalena que, tal como expresa el profesor de la U. Nacional sede Manizales, Gonzalo Duque Escobar, se vinculan ineludiblemente aunque partan de diferentes gestores, en diversas partes del país.

Por ejemplo, el profesor Duque Escobar es cogestor de una iniciativa que busca que el Magdalena sea declarado como patrimonio de la Unesco.

La idea partió de la cátedra Unesco en la Universidad, cuya investigación sirvió como soporte para que dicha organización declarara al Paisaje Cultural Cafetero como patrimonio mundial (2011).

Hace seis meses integraron un aliado clave: la Procuraduría General de la Nación, que se sumó al apoyo de otras entidades para lograr dicha empresa como también lo hizo el Banco de la República.

Por un lado, el antecedente de lo que alcanzaron con el paisaje del Eje Cafetero los impulsa a creer que será posible, aunque por otra parte, puesto en contexto según lo explica el investigador, parece una tarea “titánica”.

“Hay que recorrer de palmo a palmo el Magdalena, integrar a todas las entidades y organizaciones con competencia en el río, a cientos de comunidades, y recoger toda la evidencia cultural, social, histórica y científica que le muestre la Unesco la pertinencia de la declaratoria”, detalla.

Esta se daría sobre algunas zonas específicas, aquellas que recojan de mejor forma los componentes socioculturales, patrimoniales y ecológicos. Y aunque tienen claro que es un trabajo que demanda varios años, el profesor Duque asegura que lograrlo sería un punto de quiebre pues además de garantizar unos recursos y asistencia técnica que ofrece Unesco, obligaría al país a suscribir unos acuerdos ineludibles para la protección del río.

Trabajar con los pescadores

Ninguna idea prospera si no va de la mano de los pescadores, es una de las máximas que aprendió Mauricio Valderrama, fundador de la fundación Humedales que trabaja para monitorear las especies de peces de agua dulce, así como su conservación y aprovechamiento.

Uno de los frentes en que se ocupa este ictiólogo es en la conservación de las peces de la cuenca del Magdalena, que cerca del 20 % son aptas para pesca y aprovechamiento por parte de más de 45.000 pescadores, según cifras de la Autoridad Nacional de Agricultura y Pesca –Aunap–.

“El bocachico y el bagre rayado, que son dos de las principales especies de aprovechamiento, son fundamentales no solo porque de su conservación depende la seguridad alimentaria de las comunidades ribereñas sino por la alteración ecológica que puede ocasionar su ausencia. Del bagre, por ejemplo, dependen otras especies y en buena medida el equilibrio de la población de especies en la cuenca”, expone.

Valderrama trabaja de la mano con las asociaciones de pescadores en el monitoreo en las especies de peces y en la restauración de humedales, cuyo deterioro a causa de las hidroeléctricas, la deforestación y la expansión de la frontera agrícola tornan inviables diversos proyectos de infraestructura de transporte, por efectos como la erosión costera y la sedimentación. Es aquí donde, como expresa el profesor Duque Escobar, las iniciativas convergen para beneficio de mutuo.

Por cierto, la fundación Humedales no es la única que trabaja estrechamente con los pescadores del Magdalena para garantizar el buen estado de las especies y el bienestar social de las comunidades ribereñas.

La ONG The Nature Conservancy puso en marcha hace 10 meses la app MiPez, con la cual los pescadores de la cuenca pueden registrar sus faenas y crear colaborativamente una base de información que luego la ONG, por medio del Sistema de apoyo a la toma de decisiones de la macrocuenca del Magdalena –SIMA– convierte en sustento para diseñar estrategias de pesca y conservación y resolver otras problemáticas socioambientales.

La pandemia frenó el ímpetu del proyecto, según cuenta Adriana Cadena, directora de la Confederación Mesa Nacional de Pesca Artesanal. Sin embargo, asociaciones de pescadores en Barrancabermeja, principalmente, y otras zonas de la cuenca del río, lograron recibir capacitación con “una importante aceptación”, conforme cuenta la representante gremial.

“Se sigue trabajando en busca de alianzas con el sector privado para solucionar barreras como la conectividad, porque si bien los pescadores pueden subir la información a la aplicación sin necesidad de conexión, para que carguen se necesita internet y también es evidente que falta equipamentos móviles entre las comunidades”, indica.

Justamente es la resiliencia de los pobladores cuya cotidianidad está ligada al Magdalena lo que, para Juan Carlos Alonso, coordinador del Proyecto GEF Magdalena-Cauca VIVE, permite pensar que a pesar de las dimensiones colosales de los problemas ambientales y sociales que carga el llamado Río Grande es posible que la sumatoria de esfuerzos logren avances concretos en los próximos diez años.

“Es conmovedor ver cómo cada vez que sacamos una convocatoria llegan más propuestas de asociaciones de las que esperamos y con un alto grado de compromiso y eficiencia en la ejecución de las mismas. Una de las últimas que trabajamos convocó a organizaciones de Magdalena, Antioquia, Cesar y Santander para apoyar la recuperación de las ciénagas Zapatosa, Chiqueros Barbacoas y Chucurí. En proporción a lo que abarca toda la cuenca este es un esfuerzo pequeño, pero muestra una capacidad técnica, de organización que sirven como punto de partida para proyectos más grandes”, cuenta.

El antropólogo colombo-canadiense Wade Davis, que publicó en 2020 su libro Magdalena: River of dreams, dijo en un diálogo organizado por Comfama que contrario a lo que piensan los colombianos, revitalizar su río madre es muy sencillo y sería un gran símbolo de redención como Nación

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