Patas arriba. Esa es la expresión que usan los rionegreros para describir en lo que ha resultado el arranque del nuevo Sistema Integrado de Transporte Inteligente de Rionegro (Sitirio). Desesperados, y sin rumbo fijo, grupos de usuarios revolotean de un lado a otro, tratando de encontrar una buseta que los lleve a su destino.
Esa, sin embargo, es una imagen amable sobre lo que está ocurriendo en ese punto del Oriente. El martes, primer día hábil del nuevo modelo de movilidad, se registraron protestas y actos de vandalismo que dejaron a una persona herida, cuestión que conllevó a que la administración ofreciera un monto de $20 millones para dar con los responsables.
Pero el caos en Rionegro no solo se manifiesta en hechos como el del martes. El informante, como se hace llamar Jonathan Hidalgo, un vendedor de aguacates que lleva cinco años en el sector de Porcicarnes, cuenta que ni él se siente capaz de orientar a la gente.
“Ahora, cuando preguntan por las busetas, uno no sabe qué responder. Toca echarlos para abajo, hasta que den con los paraderos nuevos”, relata el vendedor, mientras expone que transportadores y usuarios están a punto de enloquecerse con la entrada en operación de Sitirio.
¿Qué fue lo que cambió?
Edison López, conductor de la flota Córdova, cuenta que antes las rutas eran más claras y que cada quien sabía por dónde le tocaba. “Ahora hay que ir hasta zonas que uno ni conoce, y aunque hacer todas las rutas no es problema, ha faltado mucho orden en el proceso”, afirma el conductor.
Su relato y el de Pedro Carvajal, quien trabaja en Cooptranrionegro, coinciden en que la implementación de Sitirio ha sido caótica. Estos dicen que no hay claridad en horarios y frecuencias, y que el modelo de pagos, que con el nuevo sistema se haría mediante tarjetas y códigos QR, tampoco ha despegado.
El modelo también se raja en los reportes entregados por los usuarios a EL COLOMBIANO. Aunque hay vallas publicitarias por todos lados, que dan a conocer el arranque de operaciones del sistema, las imágenes que se registran en los paraderos públicos de Rionegro son contradictorias.
Cornelio Ramírez, habitante de la vereda Santa Bárbara, por poco y toma un taxi, al no encontrar la flota que suele llevarlo hasta su casa. Lo mismo les ocurrió a Minibeth Obregón, quien vive en el sector de Manzanillo, y a un puñado de ciudadanos que trataba de llegar a la Clínica Somer, pero que, pasados 30 minutos, no logró conseguirlo.