En El ensanche a la redonda (1919), Tomás Carrasquilla describe la complejidad de las configuraciones urbanas en esa Villa emergente de manzanas en trapecios y rombos, con calles combinadas, en rectas y curvas, unas en forma de culebras y otras en garabato. Así —no a ojo de buen cubero sino a la buena de Dios, como diría Carrasquilla—, creció la ciudad erigida por Miguel de Aguinaga, y así también se forjó nuestro ideario común.
“Las gentes que vinieron después, ¿qué iban a hacer para compaginar lo viejo con lo nuevo? Pues empeorar lo chapetón. Romper aquí, empatar allá, sacar manzanas en triángulo, en pentágono, en bonetes, en demonios coronados; apurar, la hispánica torcedura porque los muertos mandan, aunque nos pese a los vivos, mayormente en cosas que perduran”.
Prácticas, gustos, saberes, creencias e ideas se pueden citar entre las múltiples características que se le acuñan a esa construcción conjunta que se llama antioqueñidad, determinadas por la topografía agreste, el aislamiento y la singularidad de las expresiones culturales.
Carrasquilla, que después (En Hace Tiempos, 1936) hablaría que Antioquia es a su vez tres Antioquia, teje una misma idea entre la formación urbana con los mitos. “Dicen libros muy sabios de filósofos patagones que el enredo material enreda los espíritus. Según eso, el alma medellinita debe ser una maraña. ¡Hasta lo será! Aquí no hay tipo ni agrupación que puedan encarnar esta montonera tan heterogénea. Ni el interés pecuniario, ni el amor al suelo y al trabajo, ni la misma verbosidad hiperbólica son aquí generales. Solo la autonomía individual puede sumarnos, porque aquí cada uno es Juan Memando y... ¡San-se-acabó!”.
¿Qué es lo que somos?
Al preguntarse por eso de ser antioqueño existe cierta presunción de singularidad respecto al resto de Colombia, idea impulsada por el hecho de ser un país de regiones. Sin embargo, los datos (Encuesta Invamer, 2012) confirman que los habitantes de Antioquia tienen un alto sentido de pertenencia con su departamento, pero en igual medida se sienten colombianos: 95% dice sentirse orgulloso de ambas condiciones. En cuanto al sentido de colombianidad, los resultados son similares a los que arroja el Estudio Mundial de Valores (EMV), con 97 %.
“En Antioquia parece corroborarse, así, la tesis de que no existe incompatibilidad entre el sentimiento regional y el nacional”, señala el texto Antioquia 200 años: valores, representaciones y capital social (2013).
La encuesta de Invamer traza algunos rasgos del pensar y sentir local. Por ejemplo, la familia y las iglesias –hegemónicamente la católica (85%)– son las organizaciones con mayores niveles de aglutinación y confianza para las personas de la región. La confianza en la familia llega a 73% y en las iglesias a 69%. Pero estos datos, añade el texto, están dentro de los parámetros observados en el continente.
En términos de cumplimiento de la norma, según la encuesta, el 34 % dice que la acata, una expectativa baja de apego a legalidad, pero que mirada en el contexto nacional está por encima, teniendo en cuenta que en el ámbito país esa respuesta la da tan solo el 17%.
Entre los principales defectos que se reconocen en la región se encuentra la mentira, que aparece en primer lugar (18 %), la violencia (14 %), “lo tumbadores” (11 %) y la intolerancia (11 %).
“Se puede hablar de la importancia de lograr un equilibrio entre el éxito material y la rectitud, entendida como respeto de las normas; un equilibrio entre la satisfacción de las metas individuales y la contribución al logro de las metas que una sociedad se pone a través del ejercicio democrático”, señala el texto, instando a que esto obligaría a contener la pulsión por el éxito y el triunfo a toda costa, mediante un fuerte apego a las pautas básicas de una ética ciudadana.
La socióloga e investigadora María Teresa Uribe, citada en el mismo texto, decía que quizá donde se debe desarrollar un trabajo más sostenido, más ambicioso y de mayor alcance, es en lo que tiene que ver con la recomposición del tejido social, mediante un proyecto ético cultural orientado hacia la modernidad, que convierta en referentes de identidad valores como la tolerancia, democracia, respeto por el otro. “En fin, una ética civil que sirva como eje estructurante de una nueva identidad nacional, única posible en la modernidad”.
Visión presente y futura
La economía antioqueña ha derivado buena parte de su progreso en la actividad comercial. El director ejecutivo de la seccional Antioquia de la Federación Nacional de Comerciantes, Carlos Andrés Pineda Osorio, señala que en su connotación positiva, la antioqueñidad refiere tradiciones, arraigo, orgullo, familia y empuje, ideas que traen ganas de crecer, avanzar y pensar en el futuro. Coincide en que a veces el concepto se desfigura por el afán de ser “avispado” y de querer siempre salir adelante.
“El concepto tendría que estar más ligado a la decencia, a la pulcritud, a hacer bien las cosas, al camino correcto, al sí se puede pero bien hecho. La meta de salir adelante debe estar atada a la legalidad, la formalidad y a hacer las cosas bien”, opina.
En esa misma línea se pronuncia María del Rosario Escobar, directora del Museo de Antioquia, para quien forjar esa identidad permitió construir y promover valores como la cohesión, la persistencia y la tenacidad.
“Pero de la antioqueñidad se ha abusado o se han colgado aspectos muy complicados, como pensar siempre que todo esté bien, un exceso de orgullo que no permite, en muchos casos, acercarnos a la realidad tal cual ella es, y por eso hemos fracasado en muchos análisis que nos habrían permitido llevar a esta región a un nivel mucho más alto en términos de desarrollo y equidad”, sugiere.
En otras palabras, señala que la antioqueñidad ha generado una endogamia y una ausencia de autocrítica por el orgullo exacerbado. Acota que la crítica es necesaria para encarar problemas como la inequidad. “Hay estrofas del himno antioqueño que nos llenan de orgullo, como la libertad, pero deberíamos revisar 100 años después y ver qué hemos hecho con esa libertad, mirar las luces y las sombras y refundar un pacto social, para que esos horizontes de Francisco Antonio Cano sean equitativos en un escenario de diversidad”, concluye.
El médico psiquiatra Ricardo Aponte considera que “hablar de regiones en la actualidad no es una buena idea sabiendo que Colombia necesita intercomunicarse más y unirse antes que identificarse por las regiones”. Sin embargo, admite que históricamente el concepto sí es importante, pues la historia nacional está marcada por la regionalidad y por la antioqueñidad como un movimiento político, social imbuido por la colonización antioqueña.
Carlos Charry, Pdh en Sociología y director de la maestría de Estudios Sociales de la U. El Rosario, señala que hoy debería hablarse de diversas antioqueñidades dadas las diferencias en la idiosincrasia de las distintas regiones.
“Es importante que en el departamento se suscite un debate sobre las diferentes formas de ser antioqueño”, afirma. Y cita a la historiadora Mery Roldán, quien hace referencia a que fenómenos como la violencia de los años 50 afectaron de manera diferente a regiones como el Valle de Aburrá y el Oriente, “donde había una manera muy hegemónica de entender la vida, la cultura y la política que fue en contra del proceso de colonización de zonas donde todavía la población no guardaba esos parámetros civilizatorios, concretamente zonas como el Bajo Cauca, Urabá y el Suroeste”