“Algo que hemos querido es que el Gobierno vea es que desde aquí se está impulsando un montón de proyectos alineados con lo que ellos quieren hacer. Biosuroeste está impactando a familias campesinas en todo el Suroeste. Esta es otra forma de hacer una reforma agraria”, enfatiza Botero.
Otro plus es que se está creando un imaginario positivo sobre tierras con un pasado algo tenebroso porque pertenecieron a Fernando, William y Mario Galeano, quienes se hicieron “célebres” porque eran socios de Pablo Escobar y luego porque este los asesinó en la cárcel La Catedral.
La resignficación tiene, según el exalcalde de Támesis Juan Martín Vásquez, una connotación especial como reparación a toda una región que sufrió un daño profundo por la acción de grupos armados, pero sobre todo del narcotráfico. Él habla de una “generación perdida” –a la que él mismo perteneció– porque creció pensando en conseguir dinero fácil y acceder a lujos, algo que disuena con el guion del campesino tradicional. Otros simplemente emigraron en busca de progreso.
El historiador Carlos Mario Velásquez anota que la población de Támesis se redujo de unos 30.000 habitantes a los 15.620 de hoy. Y en ello jugó esa historia de las décadas de 1980 y 1990 en que veían arribar carros de alta gama con hombres enjoyados que ofrecían cantidades exorbitantes de dinero por las fincas.
Por aquel tiempo era frecuente ver a los Galeano bordear en helicóptero el río Cauca para aterrizar en la hacienda Pescadero, que compraron. Los Moncada eran oriundos de estas tierras y también tenían otra gran extensión. Después vino la persecución y decadencia de los advenedizos “patrones” de la zona.
La hacienda Pescadero fue sometida a extinción de dominio en 2008 y la alquilaron para cebar ganado, hasta el año 2013, cuando el Gobierno la incluyó en el inventario de tierras para reparar a las víctimas del conflicto.
El ‘cañazo’ de un alcalde
Vásquez, quien hacía su primer periodo como mandatario local, en una audiencia en Santa Bárbara con el presidente Juan Manuel Santos le echó una perorata de culebrero ilustrado (es comunicador, abogado y ha sido teatrero) acerca de cómo la mafia volvió añicos la cultura rural del Suroeste, “vendiéndole” de paso la idea de realizar una restitución social y colectiva de ese megalote para anclar todo un proyecto de desarrollo regional.
Tras eso, se conformó la Corporación Biosuroeste con Proantioquia, Comfama, Fundación Bancolombia, Fundación Fomento a la Educación Julio C. Hernández, Fundación Aurelio Llano, Fundación Berta Arias, Corporación Interactuar y la Provincia de Cartama (la conforman once municipios: Montebello, Santa Bárbara, La Pintada, Tarso, Pueblorrico, Jericó, Támesis, Valparaíso, Caramanta, Fredonia y Venecia). La misión de esa entidad es convertir en realidad un proyecto que articula al empresariado, el sector público local, regional y nacional, así como de la comunidad, para materializar un modelo de desarrollo territorial que sea referente en cuanto a la búsqueda de un desarrollo rural regenerativo y que conserve los bosques. Lo llamaron Biosuroeste y Comfama tomó el papel de impulsor.
Se trata igualmente de un ejemplo en integración. Por ejemplo, el proyecto de la huerta donde Viviana pone su esfuerzo se denomina Conectores de Progreso, se financia con recursos de Comfama, de las fundaciones Nutresa y Bancolombia, y ha llegado a 120 familias campesinas, comunidades de 7 veredas y 6 escuelas con para enseñar agricultura agroecológica.
La agricultura agroecológica es una modalidad en la que producen alimentos sin necesidad de insumos diferentes a los que se obtienen del buen manejo de la tierra y la idea es que alcancen a sacar al mercado excedentes, nutriendo de paso la economía regional y generando arraigo por esa vía.
Por otra parte y teniendo en cuenta que Antioquia es el departamento con más hato del país (más de 3,5 millones de cabezas) y que el 40% del área del Suroeste está dedicada a ganadería, hay otro espacio que funciona como escuela para enseñar cómo ejercer esa actividad de manera regenerativa, o sea sin dañar los bosques ni el ambiente. El que manda allá es Johnatan.
Mientras que en la ganadería extensiva hay 0,7 vacas por hectárea en promedio, acá en pequeños potreros pastan más de 20 vacas y antes de que consuman todo el forraje vivo y rotan hacia otros espacios cercados de forma que la boñiga que hayan dejado permite que se regenere la vegetación del sitio que dejaron.
Por lo pronto van más de 80 ganaderos capacitados en alianza con la Asociación Colombiana de Ganadería Regenerativa (Acoganar) y la Corporación de Investigación Agropecuaria (Agrosavia). Esta última pretende aplicar el ejercicio piloto en el resto del país.
Igualmente, en la línea de bioeconomía, la meta es conservar 250 hectáreas de bosques que en el futuro se monetizarán siendo rentables para los campesinos mediante la venta de bonos de carbono. Para apoyar la parte científica de ese objetivo, a mediados del año pasado inauguraron el Centro de Investigación y Restauración de los Bosques del Cauca (Circa) con 2.100 millones de pesos de la Fundación Argos.
El gran reto no es alcanzar un número específico de familias formadas de manera directa, sino que lo que acá acontece sirva de inspiración en todo el Suroeste.
“Siempre hablamos de que Colombia es un país rico en biodiversidad, pero no hemos sido capaces de traducir esa riqueza en empleo, en desarrollo, y si alguien no tiene comida lo que va a hacer es tumbar el bosque y volver eso leña, volverlo carbón y tumbar todo”, sentencia Botero.
La apuesta de Comfama
Un tercer gran campo de Biosuroeste —faro lo llaman ellos— es el turismo, bajo la batuta de Comfama, que destina 50.000 millones de pesos en un proyecto que integra los componentes antes mencionados a un gran parque temático que está en construcción hace diez meses.
La primera etapa cuesta 15.000 millones de pesos y va en un 55%. Será dada al servicio del público a finales de este año con charcos, piscinas naturales y un río lento; restaurantes, zonas de comida y áreas de parqueo.
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Pero como la idea es disponer de atracciones para toda la familia, en otras cuatro fases que irán desarrollándose dependiendo de la afluencia de gente en un lapso de cinco a seis años, instalarán dos canopys que permitirán sobrevolar el cauce del río Cartama (que significa río de aguas transparentes en una lengua indígena local, según el historiador Velásquez) pegados de cables; puentes y un globo aerostático para observar el proceso de regeneración del bosque desde arriba.