Muchas mujeres del municipio son hijas de la cerámica, cuyas abuelas, madres y tías trabajaron en el oficio y les transmitieron amor por el decorado. Esa es la historia de Marta Olivia Betancur Hernández, conocida como “Livia”, hija de Carmelina, una recursiva decoradora que inventó los pinceles de espuma para la pintura en cerámica y también la pinta Carmelina, como se le conoce a uno de los estilos usados en las decoraciones, nombrada en su honor.
En El Carmen, las mujeres han desempeñado diferentes roles en la producción: han sido pulidoras, vaciadoras, esmaltadoras y decoradoras, oficios en los que se han destacado y, en particular, por su habilidad para plasmar flores en la característica arcilla blanca.
El proceso para transformar un puñado de agua y minerales en una pieza terminada es largo y minucioso, son más de quince los procedimientos que experimenta el material para convertirse en cerámica, según Aldemar Gómez, un artesano que ha dedicado los últimos 35 años de su vida a la cerámica.
Las decoradoras son artistas en su oficio, porque aprenden a emplear diferentes pinceles, según las particularidades de cada pieza. Diferencian colores, conocen técnicas, crean estilos propios y actualizan una práctica que tiene 120 años y que comenzó cuando Eliseo Parejo Ospina, un ceramista de Caldas, se asoció con otros empresarios y fundaron las primeras fábricas.
En ese momento, El Carmen encontró su vocación. En el período de su esplendor, entre los años sesenta y setenta del siglo pasado, había más de 30 fábricas, cada una albergaba alrededor de 300 trabajadores, que les daban sustento a unas 200 familias, de acuerdo con información del Instituto de Cultura del Carmen.
Al igual que a su mamá, a Livia “le nacía hacer flores”, juntas crearon la pinta Cartago, una de las más emblemáticas.
Después de más de treinta años como decoradora, Livia decidió jubilarse y enseñar a otras mujeres. “Me nace mucho, no solo adornar los platos y hacer las flores, sino que las niñas y jóvenes también aprendan”, dice. Por eso, las instruye con “concentración, paciencia y muchísimo amor al arte”.
Una de las alumnas de Livia es Fanny Bello, una carmelita que regresó a Antioquia después de muchos años de vivir en Bogotá, con el deseo de retomar su proceso de formación en cerámica, que inició cuando era una niña en la empresa de sus padres. “Luego de que me jubilé, vi ese faltante que tenía de vincularme mucho con la cerámica, de experimentarla nuevamente”.
A esta psicóloga, el trabajo manual le ha permitido conocerse más e identificar en sí misma capacidades para la pintura y el diseño, asimismo, ha articulado algunos de los elementos de su municipio natal para uno de sus intereses, la joyería, forma de artesanía con la cual ha transformado su herencia.
El proceso de aprendizaje no ha sido fácil, dice Fanny, porque “hay que ser muy hábil para manejar el pincel en diferentes posiciones, ya sea en pelo, fibra o en esponja, y tener percepción de la luz y un amplio estilo”.
Son muchas las mujeres que actualmente participan de la elaboración y comercialización de las cerámicas de El Carmen. En la mayoría de las empresas, aún son ellas las que se encargan de dotar las piezas de la identidad y el sentimiento del paisaje rural.
Como las primeras decoradoras, las jóvenes que hoy se forman en los talleres retratan, pincelada a pincelada, la inagotable belleza del paisaje rural y actualizan un saber que juntas han construido.
Con la mano derecha, Livia sostiene un pincel de madera con acentos dorados en sus puntas, con la pintura azul (a base de agua y pigmentos naturales) dibuja pétalo a pétalo la flor que se erigirá como centro del decorado, después pintará más hojas y unas pequeñas líneas y puntos que darán a la obra una sensación de amplitud, casi como si un ave estuviera extendiendo sus alas para alzarse en vuelo.
Se trata de Azul tradicional, otra de las pintas insignias .